"Ante las dificultades que atraviesan los primeros cristianos, Pedro quiere transmitirles en este breve párrafo, seguridad en la fe que profesan, manifestándoles una experiencia, lo que ha visto y oído, lo que junto con Santiago y Juan, vivieron estando con Jesús en la montaña sagrada. Vieron –sin esperarlo- la gloria del Señor, oyeron la voz del Padre, que como ya ocurriera en el momento del Bautismo testifica: “Este es mi hijo amado, en quien me complazco”, añadiendo en este momento de la vida de Jesús, una palabra muy importante e imperativa: “Escuchadle”!
Según la narración de Lucas, los apóstoles siguiendo a Jesús fueron a la montaña a orar... En medio de la soledad, del silencio, de la altura, la fuerza, la intensidad, la luz deslumbrante, el fogonazo del encuentro con la divinidad les alcanzó... Por un momento -inolvidable y sublime-, fueron testigos de la gloria de Jesús, de la grandeza que ocultaba su cuerpo mortal, participaron de la atmosfera de Dios y esto les impresionó, les asustó, les dejó boqui-abiertos... “No sabía lo que decía” confesó más tarde. Esta experiencia les sacudió su modorra, les quitó el sueño...
Uno no oye, no ve todos los días a Dios “cara a cara”, no espera encontrarse con personajes tan significativos de la Historia de la Salvación como eran para el pueblo judío Moisés y Elías... Dios les concedió su don de Entendimiento para al menos en ese momento, reconocerlos y saber relacionar la misión de Jesús como continuación y plenitud de lo que los antiguos profetas anunciaron, como más tarde diría el mismo Jesús a los discípulos de Emaús: “Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura”.
¡Qué bien se está aquí!
¡Qué hermoso, qué bien se está aquí!”, exclamó Pedro en un nuevo alarde de su impulsividad, “si quieres haré tres chozas...”,como queriendo instalarse, deseando que este momento sublime no se terminara nunca... Es parte de nuestra naturaleza humana..., ¡qué pronto nos aferramos a lo bueno!... Y sin embargo, de pronto una nube luminosa los cubrió, y se llenaron de espanto, oyendo la voz del Padre... Fue Jesús mismo quien acercándose, los animó a levantarse, a ponerse en camino, bajar al valle y a no tener miedo de enfrentarse con la realidad, con la tarea encomendada...
El acontecimiento de la Transfiguración fue un anticipo de la gloria de la Resurrección, previo a los días tristes, amargos y oscuros que habían de vivir de la Pasión dolorosa, aunque ni Pedro, ni Santiago ni Juan lo tuvieron en cuenta en esos momentos ni lograron vislumbrar todo su alcance “y les daba miedo preguntar” e incluso hablarlo entre ellos... Sólo después de la Resurrección de Jesús y de la venida del Espíritu Santo entendieron algo del Misterio sublime que habitaba en la Persona de Jesús, que siendo Dios se rebajó, haciéndose hombre para redimirnos por medio de su muerte, como lo hablaba con Moisés y Elías... Era algo preestablecido por el Padre, era su designio y por eso, ante la docilidad y fidelidad de Jesús, el Padre se complace y lo da a entender... “Este es mi Hijo amado, mi Predilecto, el Escogido, en quien me complazco”...
Este testimonio es lo que Pedro, uno de los apóstoles privilegiados, trata de comunicar a sus lectores, para confirmar que la fe en Jesús y el anuncio de su Buena Nueva no es una invención, una retórica, sino consecuencia de una experiencia vital como la lámpara que cargada de aceite, luce, brilla e ilumina a otros...
Sólo escuchando a Jesús –plenitud y culminación de lo que anunciaron y significaban Moisés (la Ley) y Elías (los Profetas)-, y poniendo en práctica su Mandamiento Nuevo, lograremos ser la luz que brilla en un lugar oscuro, la sal que da sabor y el vino nuevo de la Vida nueva que nos trae Jesucristo...". Sor Inmaculada Ocaña Gutiérrez.
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