"El día 28 de noviembre de este año 2018 se cumplen los 450 años de la fundación de los carmelitas descalzos en Duruelo, que la madre Teresa recuerda como “portalito de Belén” a la casa de la fundación, y al lugar geográfico como “lugarcillo”, de “hartos pocos vecinos, que me parece no serían veinte”. De la antigua alquería no se conserva ningún rastro, integrada, suponemos, en la edificación del posterior convento. Tan desconocido y perdido estaba el lugarejo en la meseta castellana, que tardó la Madre y sus acompañantes casi un día en dar con él, camino a Valladolid desde Ávila. Y tan destartalada y sucia encontraron la casa, que tuvieron que pasar la noche en el santo suelo de la iglesita. Pero lo más curioso es la genialidad de la madre Teresa metida a arquitecta ocasional, porque fue capaz de convertir aquel chamizo inhabitable en un convento de frailes:
“Tenía un portal razonable -dice- y una cámara doblada con su desván y una cocinilla. Este edificio tenía nuestro monasterio. Yo consideré que en el portal se podía hacer iglesia [¡!], y en el desván coro (que venía bien), y dormir en la cámara”.
Ese era el proyecto original, pero los primeros inquilinos hicieron del desván, con caballete en medio, no solo coro, sino que, en las zonas bajas, “dos ermitillas [¡!], adonde no podían estar sino echados o sentados llenas de heno y el tejado casi les daba sobre las cabezas” desde donde podían ver el altar.
Aquí nació la Reforma teresiana entre los varones el primer domingo de Adviento de aquel año. Los dos frailes primeros, Antonio de Jesús y Juan de la Cruz llenaron la casita de cruces y calaveras, de relojes de arena “para tener las horas concertadas” y colocaron para reclinar las cabezas dos piedras por almohadas para conciliar el poco tiempo que dedicaban al sueño mientras se les colaba la nieve entre las rendijas del tejado. Visto el hábitat originario, la imagen más apropiada que nos sugiere es la del manantial que se convirtió en un río caudaloso que pronto inundó España y Europa de conventos de frailes descalzos de la madre Teresa; como una semiente primordial arrojada a tierra buena creció sin que sepamos cómo, según la breve y sugerente parábola del evangelista Marcos.
Aunque todo apunta a que el proyecto es obra de la fundadora Teresa, los primeros profesos varones quisieron potenciar la ascesis sugerida por ella acompañada del trabajo apostólico. La Madre gozó al saber que salían a predicar en los pueblos cercanos, pero desaprobó el excesivo rigor de las penitencias personales y comunitarias, temiendo que no fuese una treta del demonio para acabar con el proyecto impidiendo a los candidatos abrazar aquel estilo de vida. Y en esto se equivocó la madre Teresa. La Reforma teresiana entre los frailes, igual que la de las monjas, tuvo un éxito espectacular y en ella ingresaron no solo ermitaños montaraces y semianalfabetos, sino gente eminente en letras, universitarios de prestigio con títulos ya conseguidos y también hijos de familias nobles. El aprecio a los frailes “reformados” estaba muy de acuerdo con la mentalidad religiosa con que se vivía el cristianismo en aquel siglo y en aquella geografía, aunque hoy nos parezca mentira"
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