viernes, 8 de noviembre de 2019

8 de noviembre. Santa Isabel de la Trinidad, o.c.d.


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Hoy recordamos a santa Isabel de la Trinidad. Nació cerca de Bourges (Francia), en 1880. Humilde y pura, dotada para la música y la poesía, de inteligencia despierta para percibir las belleza de la naturaleza y de la gracia, aprendió en la escuela de san Pablo, de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz a vivir “el cielo en la tierra”, íntimamente unida a la Santísima Trinidad, de la que fue siempre “alabanza de gloria”.

Desde muy joven quiso hacerse Carmelita Descalza en el monasterio de Dijon, pero tuvo que esperar hasta la mayoría de edad para poder realizarlo. Con su ejemplo y con su doctrina ejerce un influjo creciente, debido a sus escritos, densos en doctrina y eco de su comunión con las Tres Divinas Personas. Murió el 9 de noviembre de 1906, a los 26 años de edad. Fue canonizada el año 2016. 

Su escrito más conocido el la Elevación a la Santísima Trinidad:

“Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquilo, como si ya mi alma estuviera en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.

Pacifica mi alma, haz de ella tu cielo, tu morada de amor y el lugar de tu descanso. Que en ella nunca te deje solo, sino que esté ahí con todo mi ser, todo despierto en fe, todo adorante, totalmente entregado a tu acción creadora.

Oh mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser, en mi alma, una esposa para tu Corazón, quisiera cubrirte de gloria, quisiera amarte…, hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia: te pido ser revestido de Ti mismo, identificar mi alma con cada movimiento de la Tuya, sumergirme en Ti, ser invadido por Ti, ser sustituido por Ti, para que mi vida no sea sino irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero volverme totalmente dócil, para aprenderlo todo de Ti.  Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas mis impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y morar en tu inmensa luz.

Oh Astro mío querido, fascíname, para que ya no pueda salir de tu esplendor.

Oh Fuego abrazador, Espíritu de amor, desciende sobre mí, para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo: que yo sea para Él como una prolongación de su Humanidad Sacratísima en la que renueve todo su Misterio.

Y Tú, oh Padre, inclínate sobre esta pobre criatura tuya, cúbrela con tu sombra, no veas en ella sino a tu Hijo Predilecto en quien tienes todas tus complacencias.

Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, me entrego a Vos como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas”.
Santa Isabel de la Trinidad.



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