Fundación de los carmelitas descalzos (28-11-1568).
El 28 de noviembre de 1568, primer domingo de Adviento, dio inicio la vida de los carmelitas descalzos.
Un bienhechor había regalado a la madre Teresa de Jesús una casa en un «lugarcillo de hartos pocos vecinos» de la provincia de Ávila, llamado Duruelo. La capilla de la foto está construida en el solar del antiguo convento.
Cuando fue a visitarla, de camino hacia Valladolid, se encontró con que era tan pobre y estaba tan sucia que ni ella ni sus compañeras se atrevieron a pasar allí la noche: «Cuando entramos en la casa, estaba de tal suerte que no nos atrevimos a quedar allí aquella noche por causa de la demasiada poca limpieza que tenía, y mucha gente del agosto [se refiere a los piojos y las pulgas]» (Fundaciones 13,3).
A pesar de la miseria del lugar y de que a los demás les pareció inadecuada, ella pensó que podría ser buena para empezar la fundación de los frailes descalzos y que ya se cambiarían a otro sitio en cuanto surgiera una ocasión mejor: «Tenía un portal razonable y una cámara doblada con su desván y una cocinilla. Yo consideré que se podía hacer iglesia en el portal, y coro en el desván y dormir en la cámara».
Fray Juan de la Cruz la adaptó lo mejor que pudo y el 28 de noviembre, en compañía de fray Antonio de Jesús (Heredia), inauguró en Duruelo el primer convento de carmelitas descalzos (F 14).
Pronto se les unieron otros dos compañeros y asumieron las constituciones que Teresa había preparado para sus monjas, con pequeñas variaciones.
Impulsados por la misma madre Teresa, al espíritu contemplativo y al «estilo de hermandad y recreación» de las hermanas, unieron desde el principio una intensa actividad apostólica y misionera, tal como ella misma cuenta:
«Iban a predicar a muchos lugares que están por allí comarcanos sin ninguna doctrina, que por eso también me holgué de que se hiciera allí la casa [...]. En tan poco tiempo era tanto el crédito que tenían, que a mí se me hizo grandísimo consuelo» (F 14,8).
A principios de 1569 la Madre regresó de Valladolid a su convento de San José de Ávila, pasando antes por Medina del Campo y Duruelo. Ella misma relata que en Duruelo se encontró al padre Antonio Heredia barriendo la puerta del conventico. Al preguntarle: -«Mi padre, ¿qué se ha hecho de la honra?», respondió el buen fraile: -«Maldigo el día en que la tuve».
Aunque aprobó la vida pobre, contemplativa y apostólica de sus hijos, los reprendió por los excesos ascéticos y trató de poner freno a sus penitencias: «Les rogué mucho que no fuesen en las cosas de penitencia con tanto rigor, que le llevaban muy grande; y como me había costado tanto de deseo y oración, que me diese el Señor quien lo comenzase, y veía tan buen principio, temía que el demonio buscase cómo acabar con ellos antes de que se efectuase lo que yo esperaba» (F 14,12).
Entre otras cosas, les pidió que tuvieran cuidado en las comidas y en la higiene y que se pusieran alpargatas, porque hasta entonces andaban totalmente descalzos.
Gracias a sus palabras, se moderaron un poco, pero ella reconoce con cierta amargura que no lo suficiente: «Ellos, como tenían estas cosas que a mí me faltaban, hicieron poco caso de mis palabras para dejar sus obras» (F 14,12).
En aquella sociedad no era fácil aceptar la propuesta humanista de Teresa. Todos estaban convencidos de que la mayor perfección se haya en la mayor penitencia, por lo que las almas generosas se entregaban con entusiasmo a lo que san Juan de la Cruz, mucho más tarde, con los valores de Teresa ya plenamente asumidos, denominará «penitencias de bestias» (1N 6,2).
De momento, los frailes de Duruelo comenzaron con mucho entusiasmo una aventura que fue madurando en los años posteriores y que hoy continúa en los frailes carmelitas descalzos, extendidos por el mundo entero". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.
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