domingo, 26 de enero de 2020

Fiesta del Niño Jesús de Praga.
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"Devoción al Niño de Praga


La particular devoción al Santo Niño de Praga comenzó a principios del siglo XVII. La Princesa Polyxenia de Lobkowitz recibió, como regalo de su madre en su matrimonio, una hermosa estatua del Divino Niño procedente de España. La estatua era de cera, de 48cm. El Niño Jesús está de pie, con la mano derecha levantada, en actitud de bendecir, mientras con la izquierda sostiene un globo dorado que representa la tierra. Su rostro es tierno y gracioso.

Después de la muerte de su esposo, la princesa se dedicó a las obras de caridad. Los religiosos de la orden carmelita en Praga, fueron particularmente favorecidos por la generosa asistencia de la princesa.
En el año 1628 estalló la guerra en Praga y el monasterio de los monjes fue reducido al extremo de la pobreza. En aquellos días, la Princesa Polyxenia se presentó a la puerta del monasterio con su estatua y dijo así:
"Aquí les traigo el objeto de mi mayor aprecio en este mundo. Honrad y respetad al Niño Jesús y nunca os faltará lo necesario". 
La hermosa estatua fue colocada en el oratorio del convento. Su túnica y el manto habían sido arreglados por la misma princesa. Muy pronto sus palabras resultaron proféticas.  Mientras los religiosos mantuvieron la devoción al Divino Infante de Praga, gozaron de la prosperidad. En 1631 el ejército de Sajonia entró en Praga y los Padres Carmelitas se trasladaron a Munich sin llevarse la estatua la que terminó arrojada a los escombros por manos de los herejes invasores.
En el año 1635 terminó la guerra y regresaron los carmelitas a su convento en la ciudad de Praga pero las condiciones de vida eran muy malas. Uno de los monjes llamado el Padre Cirilo regresó a Praga después de siete años. Encontró la situación en la ciudad en pésimas condiciones. Los ciudadanos corrían el peligro de perder hasta la fe.  Fue entonces que el Padre Cirilo, quién había recibido anteriormente gran ayuda espiritual por medio de su devoción al Santo Niño de Praga, quiso restaurar la devoción. Con mucha diligencia el comenzó a buscar la estatua milagrosa. Al cabo de cierto tiempo, el Padre la encontró entre los escombros detrás del altar, donde los invasores la habían arrojado. Estaba cubierta por un manto. Extasiado de alegría, el Padre Cirilo volvió a colocar al Santo Niño en su lugar, en el Oratorio donde los carmelitas lo veneraron con gran devoción y confianza.  Pronto se levantó el sitio impuesto por los enemigos y todos gozaron felizmente de la paz.
Un día, mientras que el padre Cirilo rezaba devotamente ante la estatua milagrosa, oyó una voz que le decía: 
"Ten piedad de mi y yo tendré piedad de vosotros. Devolvedme mis manos y yo os daré la paz. Cuánto mas me honren, tanto mas os bendeciré." 
Asombrado de oír estas palabras, el Padre Cirilo examinó la estatua minuciosamente. Removiendo el manto que cubría al Divino Niño, el Padre descubrió que ambas manitas estaban quebradas. El Superior se negó a restaurarlas alegando la extrema pobreza en que aún vivía el convento. El Padre Cirilo fue llamado a auxiliar un moribundo llamado Benito Maskoning y recibió de él 100 florines. Los llevó al Superior y tenía esperanza que se usasen para reparar la estatua. Pero  este juzgó que sería mejor comprar una nueva.   El mismo día que se inauguró la nueva estatua, un candelabro de la pared se desprendió y cayendo sobre la estatua, la redujo a pedazos. Al mismo tiempo, el Padre Superior cayó enfermo y no pudo terminar su período de mando.
Elegido un nuevo Superior, el P. Cirilo volvió a suplicarle que hiciera reparar la estatua pero no consiguió nada. Un día mientras oraba a la Virgen María lo llamaron a la Iglesia donde una señora le entregó una cuantiosa limosna antes de desaparecer. Lleno de gozo, el P. Cirilo fue al Superior con el dinero pero este lo utilizó para otra cosa.
Pronto vinieron nuevas calamidades y pobreza.  Ante esas circunstancias todos acudieron al Niño Jesús. El Superior se humilló y prometió celebrar 10 misas ante la estatua y propagar su culto. La situación mejoró notablemente, pero no se arreglaba la estatua. Un día el Padre Cirilo, que no cesaba de interceder ante Jesús, escuchó que le decía:
"Colócame a la entrada de la sacristía, y encontrarás quien se compadezca de mí."
Se presentó un desconocido, el cual, notando que el hermoso Niño no tenía manos, se ofreció espontáneamente a repararlas. Al poco tiempo el desconocido ganó un juicio en el que recuperó una fortuna.  Innumerables beneficios fueron recibidos por los devotos. Los carmelitas por eso quisieron edificarle una capilla pública, teniendo en cuenta que el sitio donde debían levantarla, había sido ya indicado por la Santísima Virgen al Padre Cirilo.   Pero no había dinero y los conflictos con los calvinistas hacía peligroso levantar nuevas iglesias.
Finalmente, en el 1642, la Princesa Lobkowitz edificó un santuario que se inauguró en 1644, el día de la fiesta del Santo Nombre de Jesús. Acudían devotos de todas partes y de toda condición. En 1655, el Conde Martinitz, Gran Marqués de Bohemia, regaló una preciosa corona de oro esmaltada con perlas y diamantes. El Reverendo José de Corte se la colocó al Niño Jesús en una solemne ceremonia de coronación.
Al Divino Niño le llamaban el "Pequeño Grande" y su reputación milagrosa se esparció por todas las naciones.  En innumerables colegios, parroquias, hogares, el Divino Niño entró a presidir y derramar sus bendiciones, sobre todo la gracia de la fe. 
Surgieron las Letanías del Nombre de Jesús; la recitación de 5 padrenuestros, avemarías y glorias seguidas de la jaculatoria: "Sea bendito el Nombre del Señor ahora y por los siglos de los siglos." repetida 5 veces; la oración del Padre Cirilo; la recitación del Rosario del Niño Jesús; y la celebración de la fiesta de Su Santísimo Nombre, el 2º domingo después de la Epifanía.
Es significativo que Jesús quiera propagar la devoción a su infancia en un mundo en que los niños son abortados, abusados y la mayoría no recibe una educación ni ejemplo de vida cristiana.  Jesús, quién dijo "dejad que los niños se acerquen a mi", fue El mismo niño y quiere que seamos humildes y puros como niños para entrar en Su Reino. Al meditar sobre su niñez, Jesús nos bendecirá y suscitará en nosotros sus virtudes.
La devoción al Divino Niño siempre había sido practicada por los carmelitas. Santa Teresa de Jesús practicaba una devoción muy particular al Divino Niño. Igualmente lo hacía Santa Teresita, llamada la "pequeña flor de Jesús"...". 



viernes, 17 de enero de 2020

Teología del Tiempo Ordinario


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"Las normas universales del año litúrgico afirman que, en el Tiempo Ordinario, «no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo; sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud».
 
Por lo tanto, el Tiempo Ordinario no celebra acontecimientos relacionados con Cristo, sino a Cristo mismo, que se hace presente cuando se reúnen los creyentes en su nombre, cumpliendo sus promesas: «Cuando dos o más se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mt 18,20) y «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

La contemplación de las distintas etapas de la vida de Cristo, tal como se realiza en los otros tiempos del año litúrgico, tiene un profundo sentido pedagógico. 

La celebración de sus «misterios» ayuda a conocerle mejor y a descubrir la insondable riqueza presente en cada uno de ellos. 

Pero no podemos olvidar la profunda relación entre todos, que son la realización histórica del eterno proyecto salvador de Dios, que alcanza su plenitud en la Pascua. 

Al evocar algunos acontecimientos de la historia de Cristo, tampoco podemos caer en el error de pensar que es un personaje del pasado. 

El Tiempo Ordinario subraya que él está vivo y se hace presente para ofrecer su salvación a cada hombre, en todo tiempo y lugar, invitando a acogerle y a seguirle en la vida concreta.

Esta idea ya la encontramos en la primera oración del año litúrgico, que dice así: «Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, viene Dios, nuestro Salvador». Esta oración es una clave de comprensión de todas las celebraciones de la Iglesia, independientemente de cuándo se lleven a cabo, ya que no está escrita en tiempo pasado (Dios «vino») ni en futuro (Dios «vendrá»), sino al presente (Dios «viene»). 

En la liturgia, Dios viene a nuestro encuentro en un presente continuo. Y viene como salvador, para hacernos partícipes de su misma vida. 

Consciente de ello, la Iglesia, «al conmemorar los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación» (SC 102). 

La Iglesia hace presente el misterio de Cristo en la liturgia por medio de la lectura de la Sagrada Escritura y la celebración de los sacramentos, especialmente la eucaristía dominical". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

jueves, 16 de enero de 2020

La especial relación que une al papa Francisco con santa Teresita.

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"Todos conocen la especial relación que une al papa Francisco con santa Teresita. No se trata de una simple devoción, sino del común convencimiento de que la misericordia es el corazón del evangelio. También de la admiración por la humildad de Jesús, que le lleva a hacerse pequeño por amor a los hombres y nos invita a caminar en la sencillez y en la confianza. Dice el papa: «Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz ha sabido vivir y dar testimonio de esa “infancia espiritual” que se asimila precisamente meditando, siguiendo la escuela de la Virgen María, la humildad de Dios que por nosotros se ha hecho pequeño. Esto es un gran misterio, ¡Dios es humilde! Nosotros, que somos orgullosos, llenos de vanidad, y nos creemos una gran cosa… ¡no somos nada! Él es grande, es humilde y se hace niño. ¡Esto es un verdadero misterio! Dios es humilde. ¡Esto es hermoso!»". Santuari de santa Teresina. Lleida, Lérida (Facebook).



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"Concluido el ciclo litúrgico de la manifestación del Señor en la carne (Adviento y Navidad), comienza la primera parte del Tiempo Ordinario. La segunda parte inicia después del ciclo de la pasión, muerte y resurrección del Señor (Cuaresma y Pascua).
Les recuerdo algunas de las ideas que ya he expuesto otras veces en este blog, resumiendo las entradas que ya hemos dedicado al argumento:
El misterio del Señor, que tiene su fundamento en la Pascua, llena todos los días de la historia de la Iglesia «hasta que él vuelva» (cf. 1Cor 11,26).
Con la encarnación del Hijo de Dios, la eternidad entró en el tiempo. Y con su glorificación, Cristo introdujo al hombre temporal en la eternidad de Dios.
Una vez que vino a nuestro encuentro, ya no se ha alejado de nosotros. La muerte de Cristo acabó con una forma de presencia, pero su resurrección y el don del Espíritu inauguraron otra, no menos real: la sacramental.
La Iglesia distribuye a lo largo del año litúrgico el anuncio de la Palabra de Dios y la celebración de los sacramentos, plenamente consciente de que sus celebraciones no son solo recuerdo de acontecimientos salvíficos ocurridos en el pasado. Ni tampoco son solo promesa de gloriosas realidades futuras.
En la liturgia se hacen presentes el pasado y el futuro, ya que sus celebraciones son memoriales; es decir, que al mismo tiempo recuerdan acontecimientos pasados, prometen realidades futuras y actualizan sacramentalmente lo que celebran.
Los llamados tiempos «fuertes» son Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. Cada uno presenta unas características propias muy claras: la esperanza en el regreso del Señor al final de los tiempos, para llevar su obra a plenitud; su encarnación, pasión, muerte y resurrección, culminada en el don del Espíritu.
Esos tiempos litúrgicos llenan aproximadamente un tercio del año civil. Las semanas restantes son llamadas «Tempus per annum» en los documentos latinos, traducido en los españoles por «Tiempo Ordinario».
La Iglesia las presenta así: «Además de los tiempos que tienen un carácter propio, quedan 33 ó 34 semanas en el curso del año en las cuales no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos. Este período de tiempo recibe el nombre de Tiempo Ordinario […]. Comienza el lunes que sigue al domingo posterior al 6 de enero y se extiende hasta el martes antes de Cuaresma inclusive; de nuevo comienza el lunes después del domingo de Pentecostés y termina antes de las primeras vísperas del domingo I de Adviento»". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

miércoles, 15 de enero de 2020

El año litúrgico.



"En los distintos pueblos y culturas encontramos la celebración de fiestas ligadas a los ciclos de la naturaleza: para acoger la luna nueva, los solsticios, el inicio o el final de la cosecha, etc.
En Israel se historizaron las fiestas, convirtiéndolas en memoria anual de las intervenciones de Dios a favor de su pueblo:
- La fiesta de primavera (Pesaj, Pascua) pasó a ser el recuerdo de la liberación de la esclavitud en Egipto.
- La fiesta de inicio del verano (Shavuot, Pentecostés) sirvió para conmemorar la alianza del Sinaí.
- La del inicio del otoño (Sucot, las Tiendas), para conmemorar el camino por el desierto durante 40 años.
- La del inicio del invierno (Janucá o fiesta de las luces) para recordar la purificación del templo de Jerusalén en tiempos de los Macabeos.

Los primeros cristianos celebraban con naturalidad las fiestas de su pueblo de origen, pero pronto se separaron de sus prácticas religiosas, incluidas las fiestas, para afirmar su originalidad frente al judaísmo.
San Pablo da testimonio de ello y de que no se realizó sin dificultad: «Ahora que habéis conocido a Dios, ¿por qué seguís celebrando como fiestas ciertos días, meses, estaciones y años? Es como para temer que mi trabajo entre vosotros haya sido inútil» (Gál 4,9-11). «Que nadie os critique... a propósito de fiestas, novilunios o sábados. Todo eso era sombra de lo venidero» (Col 2,16-17).
El surgimiento de un calendario de fiestas anuales cristianas fue un proceso largo y laborioso, que desembocó en la actual estructura del año litúrgico, en el que hacemos memoria de los misterios salvíficos de Cristo.
En nuestros días, el año cristiano comienza el primer domingo de Adviento y concluye el último domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
El tiempo de Adviento consta de 4 semanas, en las que se despierta en nosotros el deseo de acoger al Señor, que viene a salvarnos, consagrando los últimos días (desde el 17 al 24 de diciembre) a una preparación inmediata de las fiestas navideñas.
Le sigue el tiempo de Navidad, en el que celebramos el misterio de la Encarnación del Señor, de su nacimiento y de su manifestación como salvador de todos los pueblos.
Unas pocas semanas de Tiempo Ordinario nos separan de la Cuaresma, 40 días de preparación para las fiestas pascuales.
A través del Triduo Santo nos introducimos en la Pascua, fiesta de la entrega amorosa de Cristo hasta la muerte y de su gloriosa resurrección, que se prolonga durante 50 días más, hasta Pentecostés.
Por último, a lo largo de la segunda parte del Tiempo Ordinario profundizamos en el mensaje de la predicación del Señor, de sus obras poderosas y de los demás acontecimientos de su existencia.
Esto nos sirve para crecer continuamente en el conocimiento de Cristo y de su obra redentora, para apropiarnos de sus actitudes y revestirnos de sus sentimientos. Él es la única razón de nuestras fiestas y celebraciones. Él es nuestra esperanza. A él sean dadas la gloria y la alabanza, por los siglos de los siglos. Amén". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.







domingo, 12 de enero de 2020

El Bautismo del Señor.

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"Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de enero se cierra el tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo. La escena del Bautismo de Jesús, en los relatos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación".

"...El evangelio de Mateo describe la escena del bautismo, como es legítimo, en las perspectivas y con los perfiles propios de la teología de este evangelista, donde “cumplir toda justicia” es sintomático. ¿Fue Jesús un seguidor de Juan el Bautista antes de comenzar su misión? Esto no está descartado en la interpretación más histórica de los evangelios. Es verdad que Jesús consideró el movimiento del Bautista como una llamada del tiempo nuevo que se acercaba, pero en su conciencia más personal él debía comenzar algo más nuevo y original. El Bautismo de Jesús, por Juan, sin que carezca de valor histórico, nos es presentado como un símbolo que permite hacer una ruptura entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la Antigua y la Nueva Alianza, entre el tiempo de preparación y el tiempo del cumplimiento de las promesas. Por eso Jesús recibe el Espíritu que le garantiza su misión profética más personal. Ya aquí se perfilan en su verdadera dimensión las palabras de libro de Isaías que leemos hoy. Nadie, como Jesús, puede traer al mundo unas nuevas relaciones entre Dios y los hombres...".
"...El texto de Mateo sobre el bautismo no se limita solamente a plasmar la escena, -con un fuerte sentido cristológico-, que le ha suministrado Mc 1,9-11; quiere ir más allá. Por eso es original la negación de Juan a bautizar a Jesús y la respuesta de éste cuando señala: “conviene que cumplamos así toda justicia”. Mucho se ha discutido esta expresión, especialmente “toda justicia”, y no podemos olvidar las intenciones particulares de la teología mateana sobre este concepto de justicia (dikaiosynê). ¿Se quería decir que Jesús, a diferencia de los que venían al bautismo de Juan, no lo necesitaba? Esa es la tesis más común en la interpretación, pero no debemos exagerar este aspecto. Por lo tanto, la intención en este caso es que Jesús quiere ser solidario con el pueblo y ve en las palabras del Bautista el anuncio de un tiempo nuevo que exige “metánoia”, cambio de mentalidad, conversión, para dejar que el tiempo nuevo de Dios transforme la historia y la misma vida religiosa del pueblo. Jesús, pues, acepta ser bautizado porque quiere participar con el pueblo en este nuevo momento, del que él personalmente, por la fuerza del Espíritu, ha de ser protagonista...".
"...Ese cambio, pues, de mentalidad o nuevo horizonte no estará limitado a un acto penitencial con agua en el Jordán, por mucho simbolismo que ello entrañe. Es el Espíritu que ha de recibir Jesús el que traerá esa nueva mentalidad y esa nueva época. Si bien el relato lleva un sello cristológico indiscutible (“mi hijo amado en quien me complazco), tampoco es exagerado, es decir, en el texto no se respira esa alta cristología con que posteriormente se ha interpretado en la tradición, hasta el punto de ver más un acontecimiento “trinitario” que cualquier acontecimiento religioso en el que se quiere mostrar la diferencia entre lo que pedía Juan y lo que ha de pedir Jesús en su proclamación del Reino. Como se ha puesto de manifiesto en las distintas lecturas de los relatos evangélicos, de los tres, pero especialmente de Mateo y Lucas, el bautismo pasa a segundo término y todo tiene el sentido de la “unción profética por medio del Espíritu”. Eso no quiere decir que Jesús no fuera bautizado por Juan, ¡desde luego que sí! Pero lo que vale es mostrar que no ha de llegar el momento nuevo por bautismos penitenciales (el judaísmo lo practicaba frecuentemente); lo nuevo es la era del Espíritu, que viene sobre Jesús y ha de comunicar y trasmitir a todo el pueblo. El Bautismo de Jesús, pues, se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una era nueva donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ese movimiento por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado de mostrar que ese acto del bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que Él no es un pecador más que viene a hacer penitencia. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el Señor de nuestra vida". Fray Miguel de Burgos Núñez, op (+) 








jueves, 9 de enero de 2020

El desposorio entre Dios y los hombres.


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"La tradición patrística presenta la Navidad como un desposorio entre Dios y los hombres: «Como el esposo que sale de su alcoba, descendió el Señor hasta la tierra para unirse, mediante la encarnación, con la Iglesia, a la cual dio sus arras y su dote: las arras, cuando Dios se unió con el hombre; la dote, cuando se inmoló por su salvación» (San Fausto de Riez). La teología encerrada en el símbolo del matrimonio de Cristo con la Iglesia es aplicada por los escritores eclesiásticos al momento del nacimiento del Señor, cuando la divinidad desposa la humanidad, haciéndose los dos uno solo (cf. Gen 2,24; Mc 10,7-9). San Juan de la Cruz es el autor que lo ha presentado con más belleza, especialmente cuando lo desarrolla en su romance 9:

Ya que era llegado el tiempo / en que de nacer había, 
así como desposado / de su tálamo salía, 
abrazado con su esposa, / que en sus brazos la traía; 
al cual la graciosa Madre/ en un pesebre ponía, 
entre unos animales / que a la sazón allí había.

Los hombres decían cantares / los ángeles melodía 
festejando el desposorio / que entre tales dos había; 
pero Dios en el pesebre / allí lloraba y gemía, 
que eran joyas que la esposa / al desposorio traía. 

Y la madre estaba en pasmo / de que tal trueque veía: 
el llanto del hombre en Dios / y en el hombre la alegría; 
lo cual, del uno y del otro, / tan ajeno ser solía. 

Jesucristo es presentado, en el momento de su nacimiento, como el Esposo recién casado. La Esposa es la humanidad. El vientre de María es el “tálamo” (el lecho nupcial), donde se ha consumado el matrimonio. El parto supone la presentación en público del Esposo y de la Esposa, que salen abrazados de él. Ciertamente, en el Niño Jesús la divinidad y la humanidad están inseparablemente unidas, como abrazadas. El Esposo lleva en brazos a la Esposa, como gesto de amor, ya que Cristo “ha abrazado” la naturaleza humana al asumirla. Pero se juega con las palabras, ya que la Virgen María lleva en sus brazos al Niño Jesús y lo deposita en el pesebre. En este caso, ella es la figura de la Esposa, que abraza al Esposo para corresponder a su amor. Mientras los hombres y los ángeles celebran fiesta por la boda, el Esposo (el Niño Jesús) llora. Las lágrimas son las únicas joyas que la Esposa (la humanidad asumida por Jesús) aporta como dote al matrimonio. La Madre se asombra por el admirable “trueque” (intercambio) que tiene lugar: El Esposo (el Hijo de Dios hecho hombre) asume el sufrimiento y el llanto de la Esposa y la Esposa (la humanidad) recibe a cambio la vida y la felicidad del Esposo. Cosas, en principio, ajenas a ambos.

Este tema no es nuevo. Ya en el Antiguo Testamento, los profetas llamaron a Dios esposo de Israel. Dicen que Dios ama a su esposa (personificada en Jerusalén o Sión), a pesar de que esta es infiel en muchas ocasiones (de hecho, llaman adulterio a los pecados de idolatría). Dios la perdona y está dispuesto a darle un corazón nuevo, para que pueda amarle como Él la ama (cf. Ez 36,26). El Cantar de los Cantares es la mejor imagen de este amor. Los Salmos 19 [18] y 45 [44] retoman el argumento, que alcanzará gran importancia en el judaísmo, hasta el punto de que la Torá es adornada como una esposa en su día de bodas, con telas bordadas, coronas, joyas y flores. El rabino la abraza e incluso baila con ella, antes de leerla, prefigurando la fiesta del desposorio de Dios con su pueblo. 

También Jesucristo se definió a sí mismo como el novio y a sus discípulos como los amigos del novio (cf. Mt 9,15). De hecho, realizó su primer milagro en un matrimonio (Jn 2,1-11), comparó el Reino con un banquete de bodas (Mt 22,1ss) e invitó a la perseverancia en la oración poniendo el ejemplo de las vírgenes que esperan la llegada del esposo en medio de la noche (Mt 25,1ss). San Pablo presenta a Cristo como esposo de la Iglesia (Ef 5,32) y de cada creyente (2Cor 11,2). El Apocalipsis celebra la salvación definitiva con la imagen de la boda entre el Cordero y la Iglesia (Ap 19,7ss). 

Toda la liturgia cristiana es la respuesta agradecida de la Esposa Iglesia al amor del Esposo Cristo, que ofrece para ella su Palabra, su Cuerpo y su Sangre en el banquete de bodas, que se renueva en cada Eucaristía. Lo expresa con profundidad el día de Epifanía: «Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo porque, en el Jordán, Cristo ha lavado los pecados de ella, los magos acuden con regalos a las bodas del Rey y los invitados se alegran por el agua convertida en vino. Aleluya». 

La Iglesia se purifica en el Jordán, ya que el baño purificador de los esposos era un requisito previo a la celebración del matrimonio. Como Cristo no tenía pecados, la liturgia (haciéndose eco de la tradición patrística) interpreta que, al participar Jesús en un rito penitencial, no lo hizo por sí mismo, sino a favor de su Esposa, por eso dice que «en el Jordán, Cristo ha lavado los pecados de ella». Los Magos son la primicia de los gentiles invitados al banquete de bodas, y los participantes en la boda de Caná son la primicia de los judíos. Los primeros «acuden con regalos a las bodas del Rey». Y los segundos «se alegran por el agua convertida en vino». Con unos (gentiles) y otros (judíos), purificados en el bautismo, se forma la Iglesia, Esposa de Cristo". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

lunes, 6 de enero de 2020

6 de enero, fiesta de la Epifanía del Señor.
"Señor Jesús, hoy es un día muy especial en mi vida. Una fecha que ha marcado mi existencia. Sabes lo que significa la esrtella, la señal que has puesto en mi camino. Hoy el café tiene un sabor muy particular de celebración y agradecimiento. De encuentro y comienzo. Hoy junto a los Magos, te traemos nuestros dones, lo que somos y tenemos. Ellos son “un ejemplo de búsqueda sincera de la verdad, esa búsqueda que todo hombre lleva en su corazón. Los Magos superan una dificultad tras otra hasta encontrarte en los brazos de María tu madre. Y lo superan atraídos por la estrella que tiene sus momentos de esplendor y sus momentos de ocultamiento, como pasa en la historia de cada persona.  No todo es luz y claridad en la vida, también hay momentos de oscuridad, donde se nubla todo, hasta lo que un día vimos con plena claridad. Es momento entonces de perseverar en la búsqueda, y aparecerá de nuevo la estrella atrayente que ilumina los pasos que hemos de seguir dando en el camino hasta que te veamos cara a cara en el cielo”. Danos tu amor y gracia, que eso nos basta. Amén". HGM.






miércoles, 1 de enero de 2020

1° de enero. Santa María, Madre de Dios.



"Cantar, Madre, quisiera : ¡por qué te amo , María !,
por qué tu dulce nombre de alegría estremece
mi corazón, por qué de tu suma grandeza
la idea no le inspira temores a mi mente.
Si yo te contemplase en tu sublime gloria
eclipsando el fulgor de todo el cielo junto,
No podría creer que yo soy hija tuya ;
bajaría los ojos sin mirar a los tuyos.
Para que un niño pueda a su madre querer,
debe ella compartir su llanto y sus dolores.
¡Madre mía querida, para atraerme a ti,
pasaste en esta vida amargos sinsabores… !
Contemplando tu vida según los Evangelios,
ya me atrevo a mirarte y hasta a acercarme a ti ;
y me resulta fácil creer que soy tu hija,
pues te veo mi igual en sufrir y morir…
Cuando un ángel del cielo te ofrece ser la Madre
del Dios que vive y reina toda la eternidad,
me admira que prefieras, María, ¡qué misterio !,
el tesoro inefable de la virginidad.
Comprendo que tu alma, virgen Inmaculada,
le sea a Dios más cara que su eterna mansión,
comprendo que tu alma, humilde y dulce Valle,
contenga a mi Jesús, ¡Océano de amor… !
Cuánto te amo, María, cuando te dices sierva
del Dios a quien arrobas con tu dulce humildad.
Esta virtud oculta te torna omnipotente
y a tu corazón trae la Santa Trinidad.
Entonces el Espíritu te cubre con su sombra
y el Hijo igual al Padre, de Amor, en ti se encarna.
¡Muy grande será el número de hermanos pecadores,
porque tu Primogénito a Jesús se le llama… !
¡Oh, Madre muy amada, pese a mi pequeñez,
como tú yo poseo en mí al Omnipotente !
Mas no tiemblo de espanto al mirar mi flaqueza :
de la Madre el tesoro a la hija pertenece,
y yo soy tu hija, ¡oh mi Madre adorada !
tus virtudes, tu amor,¿no están entre mis bienes ?
Cuando a mi corazón desciende Jesús-Hostia,
¡cree posar en ti tu Cordero inocente… !
Tú me haces comprender que no es cosa imposible
caminar tras tus huellas, oh Reina de los santos ;
al practicar tú siempre las virtudes humildes,
el camino del cielo dejaste iluminado.
Quiero ante ti, María permanecer pequeña,
es pura vanidad lo grande de aquí abajo ;
al verte visitar a tu prima Isabel,
aprendo caridad ardiente en sumo grado.
Allí escucho extasiada el admirable cántico
que,¡Reina de los ángeles !, brota en tu corazón.
Me enseñas a cantar la divina alabanza
y a gloriarme en Jesús, mi fuerte Salvador.
Tus palabras de amor son las místicas rosas
que deben perfumar los siglos con su olor.
En ti el Omniportente ha hecho cosas grandes,
yo quiero meditarlas y bendecir a Dios.
Cuando el buen San José la maravilla ignora
que quieres ocultar en tu dulce humildad,
¡tú le dejas llorar al pie del tabernáculo
que vela del Señor la divina beldad… !
¡Cuánto estimo, María, tu elocuente silencio !
Para mí es un concierto melodioso sin par,
que me habla de la altura y de la omnipotencia
de un alma que su auxilio sólo espera de Dios…
Luego en Belén os veo,¡oh, María y José !,
rechazados de plano por todos sus vecinos.
Nadie quiere admitir en sus alojamientos
a pobres, sólo aceptan a nobles peregrinos…
Sólo para los grandes hay sitio ; en un establo
la Reina de los cielos engendraré a Dios-Niño.
¡Oh , mi Reina querida, te encuentro tan amable,
te encuentro tan sublime en ese pobre sitio… !
Cuando veo al Eterno envuelto en los pañales
y oigo el tierno vagido del Verbo entre las pajas,
oh, mi Madre querida, ya no envidio a los ángeles,
¡es su Dios poderoso el hermano de mi alma… !
Cuánto te amo ,María, porque en nuestras riberas
has hecho eclosionar a Dios , Flor humanada… !
¡Cuánto te amo , que escuchas a pastores y magos
y todas esas cosas en tu corazón guardas… !
Te amo porque te mezclas con las demás mujeres
que dirigen sus pasos al templo del Señor,
te amo cuando presentas al Niño que nos salva
poniéndolo en los brazos del viejo Simeón.
Al principio yo escucho, sonriendo, su cántico,
mas pronto sus acentos ahogan mi emoción ;
hundiendo en el futuro su mirada profética,
Simeón te predice la espada de dolor.
¡Oh, Reina de los mártires, hasta el fin de tu vida
la espada dolorosa traspasará tu pecho !
Habrás de abandonar el suelo de tu patria,
para evitar de un rey el furor traicionero.
En paz duerme Jesús, a quien tu mano abriga,
cuando José te avisa que habéis de partir luego.
Tu obediencia es puntual y enseguida se apresta
y partís sin demora y sin razonamientos.
En la tierra de Egipto me parece, ¡oh María !,
Que, alegre, en la pobreza, vive tu corazón.
¿O no es Jesús de todas las patrias la más bella ?
¿Qué te importa el destierro, si posees a Dios… ?
Mas en Jerusalén una amarga tristeza,
como un inmenso océano, te anega el corazón :
tu Jesús, por tres días,se oculta a tu ternura ;
¡tu destierro es entonces del máximo rigor.
Cuando por fin lo encuentras, la alegría te esponja,
Y le dices al niño, que admira a los doctores :
« Hijo mío,¿ por qué te has comportado así ?
Tu padre y yo, angustiados, te hemos buscado insomnes ».
Y a su Madre querida que le tiende los brazos,
(¡oh, misterio insondable !), el Niño-Dios responde :
« ¿Y por qué me buscabais ? ¿Es que no lo sabíais ?
Las cosas de mi Padre son mis ocupaciones ».
Me enseña el Evangelio que, creciendo en sapiencia,
a José y a María Jesús sigue sumiso.
Mi corazón intuye con qué inmensa ternura
Él obedece siempre a sus padres queridos.
Ahora ya comprendo el misterio del templo,
las crípticas palabras del amable Rey mío.
Madre, tu dulce Hijo quiere que seas ejemplo
del alma que le busca de la fe en lo escondido.
Puesto que el Rey del cielo quiso ver su Madre
sumergida en la noche y en la angustia del alma,
María,¿es, pues, un bien sufrir en la tierra ?
Sí,¡sufrir aquí amando es la dicha más santa… !
Puede tomar de nuevo Jesús lo que me ha dado,
dile que no se enfade jamás conmigo en nada…
Si se quiere ocultar, me resigno a esperarle
hasta el día sin noche en que la fe se apaga…
Yo sé que en Nazaret, Madre llena de gracia,
viviste pobremente sin ambición de más.
¡Ni éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros
tu vida embellecieron, Reina del santoral… !
Muchos son en la tierra los pequeños y humildes :
sus ojos hacia ti pueden sin miedo alzar.
Madre, te place andar por la vía común,
para guiar a las almas al feliz Más Allá.
A la espera del cielo,¡oh, mi querida Madre !,
quiero vivir contigo, seguirte cada día,
y, en tanto te contemplo, yo me engolfo extasiada
y en tu corazón hallo de amor inmensas simas.
Tu mirada materna disipa mis temores
y me enseña a llorar y a gozar me adoctrina.
Y en vez de despreciar los goces puros, santos,
los quieres compartir, bendecirlos te dignas.
De los buenos esposos de Caná ves la angustia
que ocultar ya no pueden, pues carecen de vino.
A tu Hijo lo dices, cual solícita Madre,
esperando el socorro de su poder divino.
Él parece al principio rechazar tu demanda :
« ¡Oh, mujer,-te contesta-,¿qué nos va a ti y a mi ? »
Mas en su corazón El te llama su Madre
y su primer milagro se realiza por ti…
Los pobres pecadores escuchan la doctrina
de quien quisiera a todos en el cielo admitir ;
tú te encuentras con ellos, María , en la colina ;
alguien dice a tu Hijo que lo buscas allí ;
entonces tu divino Jesús ante las turbas
nos demuestra su amor a nosotros sin fin :
dice :»¿Quién es mi hermano, mi hermana, mi Madre ?
sino aquel que practica mi voluntad por Mí ?»
Virgen Inmaculada y Madre la más tierna,
oyendo eso a jesús, comprendes su ideal ;
No te apena, te alegra que nos haga entender
que nuestra alma se torna su familia aquí ya ;
Sí,¡te causa alegría que Él su vida nos done
y el tesoro infinito de su divinidad… !
¿Cómo no te he de amar, oh, mi Madre querida,
viendo en ti tanto amor y tan honda humildad ?
Tú nos amas María, como Jesús nos ama,
por nosotros aceptas verte alejada de Él.
Amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo
tú quisiste probarlo, siendo nuestro sostén.
Sabía el Salvador de tu inmensa ternura,
tu corazón de Madre conocía muy bien ;
del pecador refugio, te nos dejó a nosotros
junto a la Cruz y al cielo a esperarnos se fue.
Tú me apareces, Virgen, en lo alto del Calvario,
de pie junto a la Cruz, cual preste ante el altar,
ofreciendo a Jesús, tu Hijo, el Emmanuel,
a fin de la justicia de su Padre aplacar…
Un profeta dijo, ¡oh, Madre desolada ! :
« ¡No hay dolor que se pueda al tuyo comparar ! »
¡Oh, Reina de los mártires !, ¡desterrada prodigas
por nosotros tu sangre, corazón maternal !
La casa de San Juan se hace tu único asilo,
de Zebedeo el hijo a Jesús reemplaza…
Es el postrer detalle que nos da el Evangelio ;
de la Reina del cielo ya nunca más se habla.
Mas este hondo silencio, ¡oh, mi Madre querida !,
¿no revela, quizás, que quiere el Verbo eterno
por sí mismo cantar de tu vida el misterio,
asombrando a tus hijos, los electos del cielo ?
Yo escucharé muy pronto esa dulce armonía,
iré muy pronto a verte en el hermoso cielo.
Pues viniste a sonreírme de mi vida en la aurora,
¡sonríeme en la tarde…, que ya va oscureciendo… !
No temo el resplandor de tu gloria suprema,
He sufrido contigo y ahora yo deseo
cantar en tus rodillas, María , por qué te amo,
¡y repetir por siempre que soy tu hija, quiero… !".
Santa Teresita del Niño Jesús.