"Concluido el ciclo litúrgico de la manifestación del Señor en la carne (Adviento y Navidad), comienza la primera parte del Tiempo Ordinario. La segunda parte inicia después del ciclo de la pasión, muerte y resurrección del Señor (Cuaresma y Pascua).
Les recuerdo algunas de las ideas que ya he expuesto otras veces en este blog, resumiendo las entradas que ya hemos dedicado al argumento:
El misterio del Señor, que tiene su fundamento en la Pascua, llena todos los días de la historia de la Iglesia «hasta que él vuelva» (cf. 1Cor 11,26).
Con la encarnación del Hijo de Dios, la eternidad entró en el tiempo. Y con su glorificación, Cristo introdujo al hombre temporal en la eternidad de Dios.
Una vez que vino a nuestro encuentro, ya no se ha alejado de nosotros. La muerte de Cristo acabó con una forma de presencia, pero su resurrección y el don del Espíritu inauguraron otra, no menos real: la sacramental.
La Iglesia distribuye a lo largo del año litúrgico el anuncio de la Palabra de Dios y la celebración de los sacramentos, plenamente consciente de que sus celebraciones no son solo recuerdo de acontecimientos salvíficos ocurridos en el pasado. Ni tampoco son solo promesa de gloriosas realidades futuras.
En la liturgia se hacen presentes el pasado y el futuro, ya que sus celebraciones son memoriales; es decir, que al mismo tiempo recuerdan acontecimientos pasados, prometen realidades futuras y actualizan sacramentalmente lo que celebran.
Los llamados tiempos «fuertes» son Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. Cada uno presenta unas características propias muy claras: la esperanza en el regreso del Señor al final de los tiempos, para llevar su obra a plenitud; su encarnación, pasión, muerte y resurrección, culminada en el don del Espíritu.
Esos tiempos litúrgicos llenan aproximadamente un tercio del año civil. Las semanas restantes son llamadas «Tempus per annum» en los documentos latinos, traducido en los españoles por «Tiempo Ordinario».
La Iglesia las presenta así: «Además de los tiempos que tienen un carácter propio, quedan 33 ó 34 semanas en el curso del año en las cuales no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos. Este período de tiempo recibe el nombre de Tiempo Ordinario […]. Comienza el lunes que sigue al domingo posterior al 6 de enero y se extiende hasta el martes antes de Cuaresma inclusive; de nuevo comienza el lunes después del domingo de Pentecostés y termina antes de las primeras vísperas del domingo I de Adviento»". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.
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