miércoles, 12 de febrero de 2020

Estamos llamados a ser luz para el mundo.


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"... El Señor nos pide que seamos luz que ilumina, sal que da sabor y ciudad que acoge y protege a los caminantes.

El Señor nos recuerda que la luz no debería esconderse debajo de un cesto, aunque es una posibilidad real. También nos advierte de que la sal puede perder su sabor y la ciudad, en lugar de ser un espacio de convivencia, puede convertirse en un lugar hostil para sus habitantes. 

Es decir, que podemos renunciar a nuestra vocación y traicionar el proyecto de Dios sobre nosotros. Es el misterio de nuestra libertad.

¿Qué tenemos que hacer para ser verdadera luz, para convertirnos en colaboradores de Dios? Nos lo dice el profeta Isaías en la primera lectura:

"Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora".

Y más adelante, repite:

"Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas".

Sobran las teorías y las palabras vacías. El Señor nos pide que seamos luz del mundo y esto consiste sencillamente en parecernos a él, en ser generosos, comprensivos, pacientes, misericordiosos...". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

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