lunes, 30 de marzo de 2020

Enfrentemos con paz las contrariedades de la vida.


"La situación que se está creando a causa de la pandemia es nueva para todos nosotros, por lo que no podemos controlar las reacciones ni sabemos cómo acabará. Es verdad que ha habido pandemias similares en otros tiempos, pero nos quedan muy lejanas.

Lo cierto es que nos terminará afectando a todos, porque enferman personas a las que amamos y porque los resultados económicos y sociales aún no se han manifestado del todo, pero pueden crear situaciones muy difíciles para la mayoría de la población.

El papa, en la oración del viernes 27, afirmó: "Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades. [...] Nos encontramos asustados y perdidos".

Más adelante, denunció: "La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades".

San Juan de la Cruz dice que solo Dios es capaz de sacar bienes incluso de los males. Esta situación de inseguridad y temor debería despertar en nosotros las ansias de acudir de todo corazón al único que puede salvar los cuerpos y las almas. 

Así nos lo recordó el papa: "El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas".

San Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús enseñan que solo podemos entrar en la vida mística cuando aprendemos a aceptar con paz las contrariedades de la vida, las que no habíamos programado ni imaginado.

Las dificultades no hay que buscarlas. Llegan por sí mismas. Algunas las podemos enfrentar para eliminarlas, pero otras permanecen, aunque no queramos. 

Según san Juan de la Cruz, esas dificultades no buscadas (y que nos causan un sufrimiento real) son las que nos pueden introducir en la "noche pasiva del sentido" (a la que dedica el primer libro de la Noche oscura). 

Asumirlas con la disposición correcta significa no absolutizarlas (no permitir que ocupen todo nuestro tiempo y todas nuestras fuerzas). Solo entonces podemos aprender de los errores propios y ajenos, enfrentándolos con realismo. 

Si tenemos la actitud correcta, se nos abre la entrada al desposorio espiritual, que es el inicio de la vida mística. En caso contrario, las dificultades bloquean el proceso de crecimiento e incluso incapacitan para llevar una vida normal.

La propuesta del santo carmelita es una audaz reformulación del espíritu evangélico de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los que lloran, los que tienen hambre, los que sufren persecución…» 

Aunque se habla de pobreza, hambre y persecución, lo esencial no son estas palabras, sino la que viene delante y las que vienen detrás. 

En medio de esas circunstancias negativas podemos seguir considerándonos «bienaventurados», «felices», «dichosos», porque Dios nunca nos abandona, porque somos sus hijos y herederos de su reino. 

Si nunca olvidamos la meta de nuestro caminar, podremos enfrentar positivamente todo lo que se nos presente en el camino, tanto lo bueno como lo malo.

Oremos: Padre, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

Meditación del Papa Francisco en bendición urbi et orbi por pandemia del coronavirus. 27/03/20.


"«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido.


Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.
Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.
En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús.
Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.
Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).
No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.
La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela y se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa.
No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.
Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12).
Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.
Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.
Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.
Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.
El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.
El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.
En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios.
Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).

sábado, 28 de marzo de 2020

Santa Teresa de Jesús, 505 años.


Dibujo original de Luisbel Sánchez, de la comunidad de jóvenes "Amigos Fuertes de Dios". Potrero de las Casas, Estado Táchira. Venezuela.









miércoles, 25 de marzo de 2020

25 de marzo, la Anunciación del Señor.

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"Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Poner en el Señor, una vez más, toda la esperanza porque Él escucha nuestro grito. Él nos salva, impide hundirnos, nos da firmeza al caminar por sus sendas.
Descubrir su voluntad no es fácil, pero no podemos dejarnos arrastrar por la impaciencia. Hay que tener los ojos, la mente y el corazón muy abiertos y disponibles para vislumbrar lo que Él desea de cada uno. Por eso, no hemos de cejar en la súplica, para que no nos niegue -que no lo hará- su ternura y compasión.

He aquí que vengo para hacer tu voluntad

Cambiar la antigua forma de pensar y de agradar a Dios es uno de los propósitos del autor, judío converso al cristianismo, de esta carta. Al autor mismo le costaba este cambio de actitud y de forma de pensar. Él había sido sacerdote cumplidor de la ley antigua.
Dar paso a la nueva forma de concebir el encuentro con Dios, suponía dar un giro total a su corazón y a su mente. Era la conversión, la orientación nueva que Dios pedía. Dejar atrás los sacrificios rituales, las ofrendas y holocaustos, no era tarea fácil. Había que descubrir, como actitud primera, cuál podía ser la voluntad de Dios para nosotros y, después, ponerla en práctica. Cuesta cambiar de mentalidad -a mí el primero-, pero hay que intentarlo.

Hágase en mi según tu palabra

Lucas es un artista en el arte descriptivo de lo que pudo ser aquel encuentro silencioso entre Dios y una muchacha orante, confiada. ¡Qué bien hilvana textos, qué bello tejido nos muestra en aquella anunciación llena de recato, encanto y silencio interior! Fra Angelico ha contribuido tanto o más que Lucas a ayudarnos a imaginar aquel encuentro entre María y el ángel Gabriel, que significa en hebreo “Dios es mi fortaleza”.
La sorpresa de María tuvo que ser enorme. ¡Como para no sorprenderse; ella es sincera: no ha conocido varón! Pero Dios actúa más allá de nuestras ignorancias, dudas y sorpresas. Sorprenderse, asombrarse, es comenzar a entender, decía Ortega y Gasset. Y María comenzó a entender… y quizá comprendió que desde ese momento, “la cosa, que empezó en Galiliea”, no iba a ser fácil para ella. Gusto de citar a M. Legaut cuando dice en una de sus meditaciones:
Lo esencial no se enseña. Se revela a cada uno en lo íntimo, como una anunciación que la esperanza murmura. Sólo lo descubre aquél que secretamente tiene una gran intuición, y a menudo desde que se es joven.
Porque ahí está la clave: en la intuición juvenil, en la intimidad de uno mismo, en la esperanza murmuradora, susurrante. Ahí es donde se descubre lo esencial. Y así lo descubrió María.
Todo parece poético y bello; sin duda, lo es. Pero queda el final trágico de este evangelio de Lucas, donde pone de manifiesto que “para Dios nada hay imposible”. Cierto. La respuesta de María es bella, pero trágica. “he aquí la esclava (la disponible) del Señor. Hágase en mí según tu palabra”. Respuesta juvenil confiada, decidida, sin pensarlo mucho, como casi toda decisión juvenil. Pero el evangelio termina: “Y la dejó el ángel”. El ángel se retiró y la dejó sola. Nunca más volvió a tener “anunciaciones”, ni consuelos interiores.
Ahí, a mi parecer, está la gran tragedia de aquella escena: en el abandono posterior, en el silencio siguiente que fue muy largo y duro para María. Nunca más el que era “fortaleza de Dios” (Gabriel) se le hizo presente. Triste final de la anunciación. Inicio de un caminar de fe y confianza hasta llegar a los pies de la cruz, con muchos días de confusión e incertidumbre con aquel Hijo de sus entrañas. ¿Para esto vino el ángel, para dejarme sola, sin nada más que la fe a la que asirme, sin más consuelo que un Hijo entre mis brazos que pronto se marcharía a anunciar él mismo el reino de Dios y que tan mal terminó…? ¿No hubiera sido mejor…?
No sabemos lo que hubiera sido mejor. Pero lo cierto es que gracias a ella, nosotros hemos conocido al Salvador". Fr. José Antonio Solórzano Pérez, op.

jueves, 19 de marzo de 2020

19 de marzo, san José.




"Estas son las palabras que a mi modo de ver resumen su personalidad:
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➡️TRABAJO: En aquel tiempo no existía el apellido. Por tanto se identificaba a la persona por su oficio, característica personal, o procedencia. Hay un José de Arimatea, pero este es José el carpintero y a mucha honra. Palabra que también traduce "todero".
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➡️EDUCADOR: Le enseñó a Jesús su oficio para ayudar a sustentar a la familia.
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➡️SILENCIO: No hay palabras suyas en el evangelio. Predicó con su vida.
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➡️MADUREZ: Parte de la madurez humana es pensar antes de actuar. No tomó decisiones importantes sin pensar profundamente al respecto. (Mateo 1,20)
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➡️RESPETO: No hay amor sin respeto, pero puede haber respeto sin amor. José amaba y respetaba a María. Su actitud hacia ella fue actuar de tal manera que no se le causara ningún daño, ni físico ni moral, aún en medio del dolor que le causaban sus dudas. (Mateo 1,19)
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➡️ESCUCHA: José me recuerda a Samuel y su historia: "Habla Señor que tu siervo te escucha". Su silencio era una atención continua a la Palabra de Dios.
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➡️CUMPLIMIENTO: Una cosa es conocer la voluntad de Dios y otra cosa es cumplirla. "José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa" (Mateo 1,24).
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➡️ADOPCIÓN: Me gusta que José sea papá adoptivo para que entendamos bien, que padre no es el que engendra sino el que educa y acompaña. El que solamente engendra es un padrote
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➡️TERNURA: Cuando Jesús comenzó su vida pública, tenía un concepto de Dios que resultaba irrespetuoso para sus contemporaneos. Le llamaba Abbá, así los niños arameos le decían a su papá terreno, (papi). Imposible llamar a Dios así sin haber tenido antes una hermosa relación con su abbá terreno, San José. Un abrazo y bendiciones para quienes llevan su nombre...". @padrechulalo.

martes, 17 de marzo de 2020

17 de marzo, san Patricio.

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"Que el camino salga a tu encuentro. Que el viento siempre esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te sostenga suavemente en la palma de su mano. Que vivas por el tiempo que tú quieras, y que siempre quieras vivir plenamente.

Recuerda siempre olvidar las cosas que te entristecieron, pero nunca olvides recordar aquellas que te alegraron. Recuerda siempre olvidar a los amigos que resultaron falsos, pero nunca olvides recordar a aquellos que permanecieron fieles. Recuerda siempre olvidar los problemas que ya pasaron, pero nunca olvides recordar las bendiciones de cada día. Que el día más triste de tu futuro no sea peor que el día más feliz de tu pasado.

Que nunca caiga el techo encima de ti y que los amigos reunidos debajo de él nunca se vayan. Que siempre tengas palabras cálidas en un anochecer frío, una luna llena en una noche oscura, y que el camino siempre se abra a tu puerta.

Que vivas cien años, con un año extra para arrepentirte. Que el Señor te guarde en su mano, y no apriete mucho su puño. Que tus vecinos te respeten, los problemas te abandonen, los ángeles te protejan, y el cielo te acoja. 

Que tus bolsillos estén pesados y tu corazón ligero. Que la buena suerte te persiga, y cada día y cada noche tengas muros contra el viento, un techo para la lluvia, bebidas junto al fuego, risas para que te consuelen aquellos a quienes amas, y que se colme tu corazón con todo lo que desees. Que Dios esté contigo y te bendiga, que veas a los hijos de tus hijos, que el infortunio te sea breve y te deje rico en bendiciones. Que no conozcas nada más que la felicidad. Desde este día en adelante, que Dios te conceda muchos años de vida, porque él sabe que la tierra no tiene suficientes ángeles". Bendición Irlandesa.
Reflexiones sobre el coronavirus.

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"La Biblia dice que Dios lo hizo todo bueno (cf. Gén 1,31; 1Tim 4,4), pero las limitaciones que nos provocan las enfermedades y otros sufrimientos que enfrentamos en la vida nos desorientan y nos suscitan muchas preguntas, que no son fáciles de responder.

La vida es un regalo maravilloso, aunque está sometida a sufrimientos, enfermedades y, en el momento definitivo, también a la muerte.

Nuestra esperanza está en Cristo, que asumió voluntariamente nuestras limitaciones y nos dijo que la última palabra en nuestras vidas no la tendrán el pecado, ni el sufrimiento, ni la muerte.

Numerosos santos del pasado sufrieron con paz enfermedades y no son pocos los que murieron contagiados por la peste y otras enfermedades, al atender heroicamente a los afectados, como san Luis Gonzaga.

El coronavirus que ahora se extiende por numerosos lugares del mundo (el COVID-19) nos recuerda nuestra fragilidad y nos invita a tener sentimientos de misericordia hacia quienes lo sufren y a colaborar con las autoridades sanitarias de cada país, para frenar los contagios.

Algunos gobiernos han tenido que tomar la difícil decisión de suspender actividades multitudinarias y cerrar escuelas o instituciones similares, a pesar de las enormes pérdidas económicas y las protestas de parte de la población.

También la Iglesia ha tenido que tomar decisiones difíciles, como suspender las misas públicas y funerales en varias partes de Italia, eliminar el agua bendita de los templos y el gesto de la paz, así como solicitar a los fieles que reciban la comunión en la mano, para evitar contagios.

Me sorprende la actitud de algunos, que se dicen católicos, pero aprovechan cualquier ocasión para manifestar su desacuerdo con el papa y los obispos. 

Ponen fotos de cuadros de san Carlos Borromeo dando la comunión en la boca a apestados. En el siglo XVI solo se podía comulgar en la boca, por lo que no podía hacerse de otra manera, pero san Carlos Borromeo nunca habría desobedecido una orden de la Iglesia. Además, esos cuadros lo representan en los hospitales de incurables dando el "viático", la comunión a los que estaban a punto de morir, indicando su gran caridad, que le llevaba a visitar y consolar a los enfermos, incluso arriesgando su misma vida.

Son muchas las publicaciones que he visto afirmando que nos falta fe, que comulgar en la mano es una falta de respeto y cosas por el estilo. Incluso he visto numerosas publicaciones que circulan por internet, afirmando que si recibes la comunión en gracia de Dios no te contagiarás y que durante dos mil años nadie se ha contagiado por comulgar.

Querría recordar que, durante los primeros mil doscientos años de historia de la Iglesia, todos comulgaban en la mano, y no eran peores cristianos que nosotros.

A partir del siglo XIII se generalizó la costumbre de comulgar en la boca y la comunión se hizo cada vez más rara, hasta el punto que la Iglesia tuvo que imponer el precepto de confesarse y comulgar al menos una vez al año.

Además, a Biblia afirma que la obediencia es más preciosa ante Dios que todos los sacrificios y ofrendas (1Sam 15,22). 

San Juan de la Cruz enseña que "más quiere Dios en ti el menor grado de obediencia y sujeción que todos esos servicios que le piensas hacer" (Dichos de luz y amor, 13). Esto debería bastarnos a los católicos.

También hay vídeos en internet que recogen predicaciones de pastores que dicen que Dios librará del coronavirus a quienes les paguen el décimo de sus bienes. Me parece que esas cosas son poco honestas.

Es significativo el caso de Corea del Sur. Hasta el 17 de febrero solo contaba con 30 contagios y ningún fallecimiento. Las autoridades impusieron algunas medidas higiénicas y de contención, pero el líder de una secta llamada "Iglesia de Jesús y del templo del tabernáculo del testimonio" afirmó que el virus era un pecado, que no se cura con medicinas, sino participando en sus cultos y orando con fe. En pocos días se contagiaron varios miles de personas que habían participado en sus cultos. El pastor prohibió a sus fieles que se hicieran pruebas médicas. Algunos de ellos incluso huyeron de los hospitales donde los habían ingresado. Más tarde, salió en todas las televisiones pidiendo perdón, pero ya era tarde y los contagiados y muertos en su país son muchos.

Jesús nos invitó a dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mc 12,17 y paralelos). Por lo tanto, hemos de poner en manos de Dios nuestras vidas, pero hemos de fiarnos de los médicos, tal como recomienda la Biblia:

“Da al médico los honores que merece..El Señor puso en la tierra medicinas, el varón prudente no las desdeña. Él mismo dio a los hombres la ciencia... Acude al médico, pues de él has menester...” (Eclo 38,1-15).

San Benito resume la vida de los monjes en "ora et labora" (reza y trabaja), uniendo la vida espiritual y el esfuerzo por construir una sociedad cada vez más justa.

Esta idea encontró una feliz formulación en la frase: "Ora como si todo dependiera de Dios y trabaja como si todo dependiera de ti".

El Señor nos conceda sencillez y sabiduría para conservar la paz en todas las circunstancias y para mantener siempre la comunión con su Iglesia". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

lunes, 2 de marzo de 2020

Retiro de Cristo en el desierto y tentaciones.


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"El Desierto

El desierto es, ante todo, lugar de silencio y de soledad que sitúa al hombre ante las preguntas últimas, ya que le permite alejarse de las ocupaciones cotidianas para encontrarse con Dios.

Por eso, el profeta Oseas lo presenta como un espacio donde surge el amor: «La llevaré al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2,16).

Para Israel es un lugar rico de evocaciones, que hace presente toda su historia: Abrahán y los patriarcas fueron pastores trashumantes por el desierto. Moisés se preparó en el desierto para su misión y regresó para realizarla. Allí se manifestó el poder y la misericordia de Dios, así como la tentación y el pecado del pueblo.

El desierto es una metáfora de la condición humana. Durante el viaje de Israel por el desierto, los judíos experimentaron todo tipo de tentaciones (el alimento, la búsqueda de seguridad, el miedo, la desconfianza, etc.) al mismo tiempo que aprendieron a escuchar la voz de Dios, que los invitaba a convertirse en su pueblo santo .

No podemos olvidar las connotaciones que el desierto ha adquirido en nuestra cultura como imagen del sufrimiento físico y moral. Jesús ha descendido a esas realidades para rescatarnos, y quiere que nosotros rescatemos también a cuantos sufren en el desierto de la soledad y del abandono.

El Espíritu

El mismo Espíritu que lo consagra lo empuja al desierto «para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). 

Esto quiere decir que estamos ante un acontecimiento que tiene que ver con su misión; es decir, con nuestra salvación. 

El contenido de las tentaciones

En su bautismo, la voz del Padre identifica a Cristo con el siervo de Yahvé. En obediencia al Padre, Jesús dice al Bautista: «conviene que se cumpla toda justicia» (Mt 3, 15):

En el mundo bíblico, «justicia» es la respuesta del hombre a la Torá, la aceptación plena de la voluntad de Dios, la aceptación del «yugo del Reino de Dios» según la formulación judía.

El bautismo de Juan no está previsto en el Pentateuco pero Jesús, con su respuesta, lo reconoce como expresión de un sí incondicional a la voluntad de Dios, como obediente aceptación de su yugo .

La tentación se refiere precisamente a su disposición a obedecer. Las tentaciones no fueron algo accidental, sino la consecuencia de la elección de Jesús de seguir la misión que le confió el Padre y de fiarse totalmente de él.

Satanás le propuso utilizar su poder en provecho propio y seguir el camino del triunfo (cf. Mt 4,1-11) . Todo lo contrario de lo que Dios espera de su siervo.

Es la misma tentación que se presentó en otros momentos de su vida (cf. Lc 4,13), principalmente en la Cruz (cf. Mt 27,40-43).

Jesús superó las tentaciones sometiéndose a los planes de Dios: «Aprendió sufriendo a obedecer» (Heb 5,7-8).

Cuando dice que «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4), está afirmando la absoluta prioridad de la voluntad de Dios sobre sus propias necesidades o proyectos.

Él se abandonó en las manos del Padre, a pesar de que el siervo sufriente parecía condenado al fracaso. Así «nos dejó un ejemplo, para que sigamos sus huellas» (1Pe 2,21).

El Catecismo expone el significado de las tentaciones y de sus consecuencias para nosotros:

«El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente […] Satanás le tienta tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios […] La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al tentador a favor nuestro».

Adán y Cristo

Cristo venció sometiéndose al Padre. Y su victoria es ya nuestra victoria. Por eso, la liturgia confiesa que Jesús fue tentado «por nosotros», en favor nuestro.

San Pablo lo explica con el paralelismo entre el primer y el definitivo Adán: si la culpa del primero afectó a todos sus descendientes, ¡cuánto más la victoria del segundo! (cf. Rom 5,17).

Adán, por su desobediencia, fue expulsado del Paraíso al desierto. Jesucristo, con su obediencia, nos abre el camino del desierto al Paraíso.

Al respecto, san Agustín, recuerda la doctrina del «admirable intercambio» típica de Navidad, y añade que todos estamos llamados a participar de la victoria de nuestra cabeza: «En Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de Él procedía para ti la salvación […]; de ti para Él la tentación, y de Él para ti la victoria. Si hemos sido tentados en Él, también en Él vencemos al diablo» .

Dimensión bautismal de este evangelio

La Cuaresma es el último momento del catecumenado (el tiempo de preparación para recibir el bautismo), por eso se da tanta importancia a este tiempo en el ritual para la iniciación cristiana de adultos.

Este domingo tiene lugar la inscripción del nombre de los elegidos, que comienzan el «tiempo de la purificación y de la iluminación».

Este evangelio les recuerda que tienen que enfrentarse a pruebas y tentaciones, que Satanás quiere apartarles de su camino.

Mirando a Cristo, saben que pueden vencer con las mismas armas que Él usó: la Sagrada Escritura, la confianza en Dios y la obediencia humilde a su voluntad, seguros de que nuestro Padre del cielo nunca abandona a los que se fían de Él.

El ritual propone la presentación de los candidatos a la comunidad, un interrogatorio y su admisión, con estas palabras: «Habéis sido elegidos para que seáis iniciados en los sagrados misterios durante la próxima Vigilia Pascual».

Se añaden unas oraciones y esta despedida: «Habéis entrado con nosotros en el camino cuaresmal. Cristo será vuestro camino, vuestra verdad y vuestra vida, especialmente en los próximos escrutinios».

Cuando han salido, los ya bautizados continúan con la liturgia eucarística.

Dimensión penitencial de este evangelio

Durante la semana se recomiendan otros encuentros, a la manera de las primitivas «catequesis bautismales» de los Padres.

Toda la Iglesia se dispone a «subir a Jerusalén» con Cristo. Sabe que la meta de su camino es la Pascua, en la que nacerán a la vida eterna sus nuevos hijos, por medio del bautismo.

Los ya bautizados deberían haber vencido a las tentaciones, como Cristo, pero no siempre ha sido así. Por eso, la Iglesia ora diciendo: «Misericordia, Señor, hemos pecado».

Para renovar en sus hijos la gracia del bautismo, está dispuesta a retirarse al desierto y a practicar las obras de penitencia, como preparación para pasar de la celebración litúrgica de esta Pascua a la participación en «la Pascua que no acaba», la del cielo". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

NO PIERDAS EL PARAÍSO
PRIMER DOMINGO DE CUARESMA. 


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GÉNESIS 3,1-13

🐉"La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer 👧🏻: "¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?". Ella respondió: "Podemos comer los frutos de todos los árboles, menos del árbol 🌳 que está en medio del jardín. Dios nos dijo: 'No coman de él porque morirán'" La serpiente respondió: "No, no morirán. Dios sabe que si los comen, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal". La mujer vio que el árbol era apetitoso y deseable para adquirir conocimiento, tomó de su fruto 🍊, comió y se lo dio a su marido👦🏻, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se les abrieron los ojos, descubrieron su desnudez y se hicieron unos guayucos con hojas de higuera."
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El relato de Adán y Eva se escribió 1000 años antes de Cristo. El pueblo se había establecido en Israel, tenía los mandamientos de Moisés y se enfrentaban con la religión de los cananeos, quienes celebraban ritos llamativos sin normas morales y donde se adoraba a la serpiente. -
Este es el significado de los símbolos:
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EL PARAÍSO: Armonía que produce vivir en los mandamientos de Dios
LOS ÁRBOLES: Todo lo que la vida nos ofrece.
ARBOL DE LA VIDA: Los mandamientos de Dios
ÁRBOL DE LA CIENCIA DEL BIEN Y DEL MAL: La Religión cananea, pero también la tentación de ocupar el lugar de Dios determinando lo que es bueno o malo.
ADAN: Significa hombre de Barro
EVA: Significa Madre.
Ambos representan a la humanidad.
LA SERPIENTE: Símbolo del mal. Era el dios de la religión cananea. Su nombre en hebreo significa también brujería.
EL FRUTO: El pecado, su apariencia agradable es la TENTACIÓN.
DESCUBRIERON SU DESNUDEZ: Quedaron al descubierto y se a avergonzaron por la desobediencia.
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POSTDATA
El pecado del relato no es sexual como algunos piensan, es intentar suplantar a Dios y desobedecer sus normas: "No matarás, no mentirás, no robarás..." Es un rechazo al amor, que trae muerte espiritual y desarmonía, ausencia de paraíso, en el corazón, en la familia y en la sociedad. Feliz Domingo. @padrechulalo 

Visión de conjunto de las lecturas de los domingos de Cuaresma.


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"... Las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma presentan las principales etapas de la historia de la salvación, mostrando la realización progresiva del eterno proyecto de Dios, que se dirige hacia Cristo y culmina en él.
Este año, que estamos en el ciclo «a», se leen las siguientes:
Domingo 1: Creación y caída de los primeros padres: el orgullo nos expulsa del Paraíso.
Domingo 2: Vocación de Abrahán: Dios quiere realizar una historia de salvación con nosotros.
Domingo 3: Liberación de la esclavitud de Egipto y camino de Israel por el desierto.
Domingo 4: Unción del rey David.
Domingo 5: Promesa de la nueva alianza.
Domingo 6: Canto del Siervo de Yavé, que nos salva con su humildad y sufrimiento.

Las segundas lecturas de los domingos de Cuaresma están tomadas de las cartas de san Pablo, y sirven para iluminar los temas del día con reflexiones del apóstol. La obra de Cristo en él es tan luminosa, que se convierte en «modelo de todos los que habían de creer» (1Tim 1,15-16).
Los evangelios de los domingos de Cuaresma del ciclo «a» recogen las catequesis que la Iglesia de los primeros siglos utilizaba en la preparación de los catecúmenos que se preparaban para recibir el bautismo en la noche de Pascua. De hecho, cuando hay catecúmenos se deben leer siempre, independientemente del ciclo que toque ese año. Incluso se proponen en el leccionario ferial como optativos para el día que se consideren más útiles. Son los siguientes:
Domingo 1: Las tentaciones del Señor en el desierto (en la versión de Mateo).
Domingo 2: La transfiguración (en la versión de Mateo).
Domingo 3: La samaritana (Jesús es el agua viva que sacia nuestra sed de felicidad, texto tomado del evangelio de Juan).
Domingo 4: El ciego de nacimiento (Jesús es la luz del mundo que nos enseña el camino para alcanzar una vida feliz, texto tomado del evangelio de Juan).
Domingo 5: La resurrección de Lázaro (Jesús es la Vida en plenitud, texto tomado del evangelio de Juan).
Domingo 6: Domingo de Ramos (entrada de Jesús en Jerusalén y pasión del Señor, en la versión de Mateo).

De alguna manera la escena de las tentaciones (domingo primero) nos recuerda que nuestra realidad humana está sometida a dificultades, contradicciones y sufrimientos, mientras que la escena de la transfiguración (domingo segundo) nos recuerda que la última palabra en nuestras vidas no la pueden tener esas limitaciones, porque estamos destinados a transfigurarnos con Cristo, a revestirnos de su luz y a llenarnos de la vida de Dios.
En las tentaciones, la oposición del diablo a Jesús anuncia el enfrentamiento final en su pasión. Pero la luz que emana del cuerpo transfigurado de Cristo anticipa la gloria de la resurrección.
Las tentaciones nos hablan de nuestra realidad histórica, de nuestra experiencia cotidiana, y la transfiguración nos indica la meta de nuestro caminar. Si perseveramos con Cristo y superamos con él las tentaciones, también nosotros seremos glorificados y viviremos la vida de Dios para siempre.
De esta manera, podríamos decir que los dos primeros domingos de Cuaresma anuncian en inicio y el final de este tiempo litúrgico y de nuestra vida cristiana: las tentaciones y la lucha por ser fieles caracterizan nuestro caminar, pero el triunfo que se manifiesta en la transfiguración anuncia nuestra futura victoria.
Deseo a todos un feliz y bendecido camino cuaresmal hacia la Pascua, en compañía de Jesús y de María". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.