lunes, 2 de marzo de 2020

Retiro de Cristo en el desierto y tentaciones.


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"El Desierto

El desierto es, ante todo, lugar de silencio y de soledad que sitúa al hombre ante las preguntas últimas, ya que le permite alejarse de las ocupaciones cotidianas para encontrarse con Dios.

Por eso, el profeta Oseas lo presenta como un espacio donde surge el amor: «La llevaré al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2,16).

Para Israel es un lugar rico de evocaciones, que hace presente toda su historia: Abrahán y los patriarcas fueron pastores trashumantes por el desierto. Moisés se preparó en el desierto para su misión y regresó para realizarla. Allí se manifestó el poder y la misericordia de Dios, así como la tentación y el pecado del pueblo.

El desierto es una metáfora de la condición humana. Durante el viaje de Israel por el desierto, los judíos experimentaron todo tipo de tentaciones (el alimento, la búsqueda de seguridad, el miedo, la desconfianza, etc.) al mismo tiempo que aprendieron a escuchar la voz de Dios, que los invitaba a convertirse en su pueblo santo .

No podemos olvidar las connotaciones que el desierto ha adquirido en nuestra cultura como imagen del sufrimiento físico y moral. Jesús ha descendido a esas realidades para rescatarnos, y quiere que nosotros rescatemos también a cuantos sufren en el desierto de la soledad y del abandono.

El Espíritu

El mismo Espíritu que lo consagra lo empuja al desierto «para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). 

Esto quiere decir que estamos ante un acontecimiento que tiene que ver con su misión; es decir, con nuestra salvación. 

El contenido de las tentaciones

En su bautismo, la voz del Padre identifica a Cristo con el siervo de Yahvé. En obediencia al Padre, Jesús dice al Bautista: «conviene que se cumpla toda justicia» (Mt 3, 15):

En el mundo bíblico, «justicia» es la respuesta del hombre a la Torá, la aceptación plena de la voluntad de Dios, la aceptación del «yugo del Reino de Dios» según la formulación judía.

El bautismo de Juan no está previsto en el Pentateuco pero Jesús, con su respuesta, lo reconoce como expresión de un sí incondicional a la voluntad de Dios, como obediente aceptación de su yugo .

La tentación se refiere precisamente a su disposición a obedecer. Las tentaciones no fueron algo accidental, sino la consecuencia de la elección de Jesús de seguir la misión que le confió el Padre y de fiarse totalmente de él.

Satanás le propuso utilizar su poder en provecho propio y seguir el camino del triunfo (cf. Mt 4,1-11) . Todo lo contrario de lo que Dios espera de su siervo.

Es la misma tentación que se presentó en otros momentos de su vida (cf. Lc 4,13), principalmente en la Cruz (cf. Mt 27,40-43).

Jesús superó las tentaciones sometiéndose a los planes de Dios: «Aprendió sufriendo a obedecer» (Heb 5,7-8).

Cuando dice que «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4), está afirmando la absoluta prioridad de la voluntad de Dios sobre sus propias necesidades o proyectos.

Él se abandonó en las manos del Padre, a pesar de que el siervo sufriente parecía condenado al fracaso. Así «nos dejó un ejemplo, para que sigamos sus huellas» (1Pe 2,21).

El Catecismo expone el significado de las tentaciones y de sus consecuencias para nosotros:

«El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente […] Satanás le tienta tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios […] La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al tentador a favor nuestro».

Adán y Cristo

Cristo venció sometiéndose al Padre. Y su victoria es ya nuestra victoria. Por eso, la liturgia confiesa que Jesús fue tentado «por nosotros», en favor nuestro.

San Pablo lo explica con el paralelismo entre el primer y el definitivo Adán: si la culpa del primero afectó a todos sus descendientes, ¡cuánto más la victoria del segundo! (cf. Rom 5,17).

Adán, por su desobediencia, fue expulsado del Paraíso al desierto. Jesucristo, con su obediencia, nos abre el camino del desierto al Paraíso.

Al respecto, san Agustín, recuerda la doctrina del «admirable intercambio» típica de Navidad, y añade que todos estamos llamados a participar de la victoria de nuestra cabeza: «En Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de Él procedía para ti la salvación […]; de ti para Él la tentación, y de Él para ti la victoria. Si hemos sido tentados en Él, también en Él vencemos al diablo» .

Dimensión bautismal de este evangelio

La Cuaresma es el último momento del catecumenado (el tiempo de preparación para recibir el bautismo), por eso se da tanta importancia a este tiempo en el ritual para la iniciación cristiana de adultos.

Este domingo tiene lugar la inscripción del nombre de los elegidos, que comienzan el «tiempo de la purificación y de la iluminación».

Este evangelio les recuerda que tienen que enfrentarse a pruebas y tentaciones, que Satanás quiere apartarles de su camino.

Mirando a Cristo, saben que pueden vencer con las mismas armas que Él usó: la Sagrada Escritura, la confianza en Dios y la obediencia humilde a su voluntad, seguros de que nuestro Padre del cielo nunca abandona a los que se fían de Él.

El ritual propone la presentación de los candidatos a la comunidad, un interrogatorio y su admisión, con estas palabras: «Habéis sido elegidos para que seáis iniciados en los sagrados misterios durante la próxima Vigilia Pascual».

Se añaden unas oraciones y esta despedida: «Habéis entrado con nosotros en el camino cuaresmal. Cristo será vuestro camino, vuestra verdad y vuestra vida, especialmente en los próximos escrutinios».

Cuando han salido, los ya bautizados continúan con la liturgia eucarística.

Dimensión penitencial de este evangelio

Durante la semana se recomiendan otros encuentros, a la manera de las primitivas «catequesis bautismales» de los Padres.

Toda la Iglesia se dispone a «subir a Jerusalén» con Cristo. Sabe que la meta de su camino es la Pascua, en la que nacerán a la vida eterna sus nuevos hijos, por medio del bautismo.

Los ya bautizados deberían haber vencido a las tentaciones, como Cristo, pero no siempre ha sido así. Por eso, la Iglesia ora diciendo: «Misericordia, Señor, hemos pecado».

Para renovar en sus hijos la gracia del bautismo, está dispuesta a retirarse al desierto y a practicar las obras de penitencia, como preparación para pasar de la celebración litúrgica de esta Pascua a la participación en «la Pascua que no acaba», la del cielo". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

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