"... ¿No se llama María su madre?” (Mt 13,55).
¿No es Jesús el hijo de aquella
que, embarazada y a lomo de burro, cuando el emperador dictó una ley que
ordenaba hacer un censo en todo el imperio, subió con José a Belén, para
hacerse inscribir? (Lc 2,1-5), ¿No es el hijo de aquella que lo dio a luz en un
pesebre? (Lc 2,7), ¿No es el hijo de aquella que, con José y el niño, huyó,
desplazada, a lomo de burro, porque Herodes buscaba al niño para matarlo? (Mt
2,13).
Por eso Jesús, llegada su hora,
dijo a sus discípulos: "Vayan al pueblo que está enfrente. Al entrar,
encontrarán amarrado un burrito. Desátenlo y tráiganlo".
Jesús es el hijo de María, mujer
humilde, y por eso se desplaza como los humildes. De ella aprendió a ser pobre:
no era ciudadano romano, no tenía ningún título distinto a los de “hijo de
María” e “hijo del carpintero”.
Por eso Jesús entra triunfante a
Jerusalén, pero montado en la cabalgadura que le correspondía como pobre,
aclamado por los pobres que le seguían, porque en la sociedad de los
satisfechos no hay lugar para que el pobre triunfe. “Vino a su propia casa y
los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11).
María fue pobre y socialmente sin
importancia. Jesús, el hijo de María, fue, como ella, también pobre y
socialmente sin importancia.
Hoy celebramos la entrada de Jesús
en Jerusalén. Como los pobres y los humildes de entonces, reconocemos en la
persona de Jesús, el hijo de María, el proyecto de una humanidad nueva, que se
gesta a partir de la humildad y la sencillez. Acompañando a Jesús y María,
proclamamos la fe en el poder de Dios y, al mismo tiempo, testimoniamos la
esperanza invencible de los pequeños". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.
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