domingo, 22 de abril de 2018

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"YO SOY EL BUEN PASTOR". Jn 10,11-18.






"En el evangelio de hoy, Jesús dice: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen» (Jn 10,27).

En la antigüedad, los israelitas eran pastores seminómadas con un número pequeño de animales: camellos, burros, gallinas, cabras y ovejas. Así se lo hacen saber al faraón: «Nosotros somos pastores desde nuestra infancia hasta hoy, y lo mismo fueron nuestros padres» (Gn 47,3). 

Aquellos pastores no vivían en casas, sino en tiendas realizadas con pieles de animales. Hombres y animales dormían bajo el mismo techo. Hoy los beduinos siguen haciendo lo mismo. 

No es extraño que conocieran a cada una de sus ovejas, incluso por su nombre. También las ovejas reconocían la voz y el olor de su pastor. La parábola que Natán cuenta a David, nos ayuda a comprender lo que estamos diciendo: «Había en una ciudad dos hombres, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y vacas. El pobre no tenía más que una corderilla que había crecido con sus hijos, comía de su mano, bebía de su vaso, dormía en su regazo...» (cf. 2Sam 12). 

Jesús quiere evocar esa atmósfera de afecto, esa experiencia de confianza, de tranquilidad, porque se sabe que hay alguien que se interesa por ti, que se preocupa por tu vida. Él conoce nuestros nombres, nuestras preocupaciones, nuestras esperanzas. Todo lo nuestro es importante para Él.

Pero no basta con que Él me conozca, yo tengo que escuchar su voz, dejarme educar por Él, vivir conforme a sus enseñanzas. Entonces seré verdaderamente oveja de su rebaño". P. Eduardo Sanz de Miguel.

https://padreeduardosanzdemiguel.blogspot.com.es/2013/04/mis-ovejas-escuchan-mi-voz.html

sábado, 21 de abril de 2018

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"Mucha gente seguía a Jesús, pero poco a poco, entre los muchos que lo seguían, comenzaron a decir y decirse entre ellos: "este discurso es bien duro ¿quién podrá escucharlo?" Algunas cosas resaltan aquí, lo primero es que el discurso de Jesús no es acomodaticio ni complaciente sino auténtico y honesto con la realidad, es decir, no es una palabra edulcorada ni descafeinada, es contundente. Como dice el refrán popular: «la verdad duele», pero la verdad de Jesús duele y sana, duele y libera, da densidad interior a quien la escucha. La palabra auténtica tiene una fuerza intrínseca que atrae y también repele. En segundo lugar, Jesús no es un líder que busca adeptos que le aplaudan como focas, ni mucho menos súbditos que obedecen a ciegas su doctrina, él busca discípulos, y discípulo es quien escucha y discierne inteligentemente la palabra. El gran teólogo alemán Karl Rahner, insistía en que ser discípulo es ser oyente de la palabra. Una iglesia discipular escucha y discierne la palabra de Dios. La palabra que da Jesús, no es cualquier palabra, es tal cual como él mismo dice: «espíritu y vida». Palabra dinámica que irradia, crea posibilidades, transforma y da vida. Muchos de los que lo seguían, no resistieron el peso luminoso de su palabra y desistieron del camino; nos cuenta el evangelio que *«desde entonces muchos de sus discípulos lo abandonaron y ya no andaban con él».*Ante este fenómeno, Jesús se dirige a los 12, a su comunidad más cercana y, para saber con quienes contaba les preguntó: *«¿también ustedes quieren abandonarme?»* Las dudas estaban también en el pequeño grupo de los 12. Pedro, ante la pregunta, responde en nombre de la comunidad discipular: *«Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna»*. Hoy en nuestro país no sólo se ha devaluado la moneda, ni nuestras condiciones de vida, lo más grave es que se ha devaluado el valor de la palabra y con ello las relaciones de confianza y la institucionalidad cotidiana que éstas suponen. Nuestros padres sellaban los acuerdos con la expresión jurada: «palabra, palabra». Toda institucionalidad se funda en la palabra acordada, pactada, consentida. Recuperar la palabra es recuperar el Espíritu y la vida. Hoy, como Pedro, no desistamos de la fe en la palabra y, digamos, «Señor, ¿a quién iremos?, tú tienes palabras de vida eterna". 







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"... Hoy nos detendremos en lo que significa que Cristo resucitado ha sido nombrado juez de vivos y muertos.

El Hijo de Dios se hizo hombre al nacer de la Virgen María. Cuando, después de su vida pública, muerte y resurrección, subió al cielo, llevó consigo nuestra humanidad y nos abrió el camino de la vida eterna. Él mismo había dicho: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Ahora se cumplen sus promesas.

Al final de los tiempos, Cristo llevará a plenitud su obra salvadora. Si hemos creído en sus enseñanzas y hemos intentado ponerlas en práctica, escucharemos de sus labios las palabras más dulces que se pueden imaginar: «Venid, benditos de mi Padre, a heredar el reino preparado para vosotros desde antes de la creación del mundo» (Mt 25,34). En esos momentos, Dios mismo «secará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor» (Ap 21,4). 

Tenemos que entender bien qué significa el juicio de Jesucristo. Él no necesita pronunciarse. Cada uno de nosotros, con sus elecciones, se juzga a sí mismo, tal como dice el evangelista san Juan: 

«Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él, ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios. El motivo de esta condenación está en que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque hacían el mal» (Jn 3,17-19). 

Cristo es la luz del mundo, el salvador enviado por el Padre. Ante él hay que hacer una opción: o acogemos la luz, el perdón y la vida, o permanecemos en la oscuridad, la culpa y la muerte. La propia salvación o condenación dependen de nuestra actitud ante su persona. 

El juicio es, al mismo tiempo, salvación para los que reciben a Cristo y condenación para quienes lo rechazan. Por lo tanto, cada uno de nosotros se juzga a sí mismo, al decidir de qué parte quiere estar. 

San Juan dice que, cuando Jesús vino a los suyos, «los suyos no lo recibieron; pero, a cuantos lo recibieron, les dio poder para convertirse en hijos de Dios» (Jn 1,11-12). 

Este es el drama del ser humano: Cristo viene a darle vida eterna, a hacerle hijo de Dios, pero no le obliga, sino que respeta su libertad. Cada persona debe decidir por sí misma y, con sus opciones, condiciona su futuro.


Jesucristo anuncia el amor de Dios, que «quiere que todos los hombres se salven» (1Tim 2,4), pero también la responsabilidad de nuestros actos. Por eso, al final, «los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio» (Jn 5,29)". P. Eduardo Sanz de Miguel.

https://padreeduardosanzdemiguel.blogspot.com.es/2018/04/la-resurreccion-del-senor-y-6.html

viernes, 20 de abril de 2018



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"Todo lo que Jesús hizo y dijo revela su verdadero sentido porque se manifiesta verdadero. Confió en el Padre hasta la muerte y el Padre le libró de la muerte, haciendo mucho más que devolverle la vida perdida: le convirtió en «primogénito», en el primer nacido del nuevo mundo que Jesús había anunciado, juez de vivos y muertos, última referencia de todo lo que existe. 


Y podemos tener la confianza de que todo lo sucedido en él está destinado a suceder en nosotros, porque élmismo nos ha asegurado que quienes creen en él no morirán para siempre y participarán de su vida gloriosa.

Los que ahora lo encuentran, comprenden los signos que realizó con una luz nueva, comprenden sus palabras, comprenden su muerte. Todo adquiere un significado más profundo: «Ya no pesa condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús. La ley del Espíritu vivificador me ha liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte» (Rom 8,1-2). 

En Jesús descubrimos que la muerte física no es el final de nuestra existencia porque Dios nos ha creado por amor, para ser miembros de su familia. Un amor que es desde siempre, tiene que ser también para siempre. En la resurrección de Cristo se confirma su anuncio. Al mismo tiempo, descubrimos que el dolor, el sufrimiento, las muertes de cada día, no frustran la realización de nuestra existencia. Las cosas, los afectos, los triunfos son secundarios para el cristiano. 

Gracias a la resurrección de Cristo sabemos que el amor de Dios no puede fallar y no tenemos miedo, porque estamos seguros de que «ni la muerte, ni la vida, [...] ni otra criatura alguna, nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús» (Rom 8,31-39).

Desde el principio, la Iglesia lo ha contado cantándolo. Uno de los más antiguos himnos litúrgicos de la Iglesia romana es el «pregón pascual», que se proclama al inicio de la vigilia pascual desde el siglo IV. Comienza así: 

«Exulten los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación. Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de la tiniebla…»

Algo más tardío, pero también de venerable antigüedad es la «secuencia»(que se canta antes de la proclamación del evangelio de la misa del día de Pascua), que nos invita a realizar un viaje espiritual a Galilea para encontrarnos con Cristo resucitado: 

«Ofrezcan los cristianos / ofrendas de alabanza
a gloria de la víctima / propicia de la Pascua.[…] 
¿Qué has visto de camino, / María, en la mañana?
A mi Señor glorioso, / la tumba abandonada, 
los ángeles testigos, / sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras / mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea, / allí el Señor aguarda; 
allí veréis los suyos / la gloria de la Pascua»".


P. Eduardo Sanz de Miguel ocd

https://padreeduardosanzdemiguel.blogspot.com.es/2018/04/la-resurreccion-del-senor-5.html
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Santa Teresa de Jesús y la Resurrección

"Santa Teresa de Jesús es maestra de oración y por ello podemos encontrarnos con sus oraciones que va intercalando a lo largo de sus escritos. Teresa escribe, pero no se niega a orar mientras escribe y quiere hacernos partícipes de su oración, quiere que oremos con ella a su querido Esposo:
“¡Oh Jesús mío!, ¡quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos y de otros mil mundos y sin cuento mundos y cielos que Vos crearais, entiende el alma, según con la majestad que os representáis, que no es nada para ser Vos señor de ello.
Aquí se ve claro, Jesús mío, el poco poder de todos los demonios en comparación del vuestro, y cómo quien os tuviere contento puede repisar el infierno todo. Aquí ve la razón que tuvieron los demonios de temer cuando bajasteis al limbo, y tuvieran de desear otros mil infiernos más bajos para huir de tan gran majestad, y veo que queréis dar a entender al alma cuán grande es, y el poder que tiene esta sacratísima Humanidad junto con la Divinidad. Aquí se representa bien qué será el día del juicio ver esta majestad de este Rey, y verle con rigor para los malos. Aquí es la verdadera humildad que deja en el alma, de ver su miseria, que no la puede ignorar. Aquí la confusión y verdadero arrepentimiento de los pecados, que aun con verle que muestra amor, no sabe adonde se meter, y así se deshace toda” (V 28,8-9).
La Santa de Ávila se queda obnubilada ante la visión del Resucitado que ya nos ha relatado. Es una majestad difícil de explicar, hay que “verla” para comprenderla. Ahora, ante esta visión, Teresa ora al Señor del mundo y de los cielos. Cristo Resucitado es Señor del universo, es Cristo Rey. Su poder se encuentra por encima de cualquier poder y por ello “los demonios temieron cuando bajó a los infiernos”.
Su poder es inmenso, es Humanidad y Divinidad unidas, Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Cristo se “muestra” a Teresa en su Humanidad y Divinidad y le hace comprender su grandeza y  poder. La luz de la Resurrección llena a Teresa y le introduce en la Divina Majestad de Cristo Resucitado.
El resultado de esta visión es que deja una gran humildad en el alma, Teresa de Jesús al ver al Resucitado ora y descubre su miseria. Ante el Resucitado todo queda al descubierto, todo es iluminado por la clara y transformante luz de la Resurrección. Teresa nos invita a reconocer y a arrepentirnos de nuestros propios pecados, no se puede hacer nada mejor ante esta Divina Majestad.
Cristo Resucitado con su luz nos envuelve en un haz de amor y de perdón, Cristo nos ha salvado y ante esta realidad Santa Teresa de Jesús no sabe dónde meterse, se deshace toda y se deja inundar por la luz de la Resurrección.
La Santa de Ávila nos ha mostrado su encuentro con el Resucitado, nos lo ha descrito con detalle y nos ha enseñado a orar ante Él, ahora nos toca a nosotros asumir estas palabras que Teresa de Jesús quiere que anunciemos a todos nuestros hermanos y proclamemos con todas nuestras fuerzas que ¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡ALELUYA!..."
Fr. Rafael Pascual Elías

jueves, 19 de abril de 2018



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"... El Credo confiesa que Jesús, después de su resurrección, «subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos». 


En nuestros días resultan extrañas las imágenes del «descenso a los infiernos» (al lugar de los muertos) y de la de la «ascensión al cielo» (a la gloria de Dios).

Pero hemos de recordar que, en el Antiguo Testamento, «ascensión», «elevación» y «glorificación» son tres palabras sinónimas para indicar la entronización de un rey, la toma de posesión de su reino. 

Eso es lo que significa que Jesús «subió a los cielos»: el triunfo definitivo del Señor resucitado sobre el pecado y sobre la muerte, el cumplimiento de su misión salvadora, la manifestación de su gloria, su entronización.

Lo mismo podemos decir respecto al sentarse «a la derecha del Padre». Como a la derecha del rey se sentaba el príncipe heredero, esto significa que Jesús comparte el poder y la gloria de Dios. 

Con su ascensión, Cristo desaparece materialmente de nuestra vista, pero tenemos que recordar que su ausencia es solo aparente, porque permanece entre nosotros de una manera nueva, por medio del don del Espíritu Santo y de los sacramentos". P. Eduardo Sanz de Miguel.

https://padreeduardosanzdemiguel.blogspot.com.es/2018/04/la-resurreccion-del-senor-4.html

MISA DE ENVÍO MISIONES 2018


miércoles, 18 de abril de 2018


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"... La primera confesión cristiana de la resurrección afirma que sucedió «al tercer día según las Escrituras» (1Cor 15,4). Ayer explicamos el significado de «al tercer día». Hoy hablaremos del significado de la expresión «según las Escrituras».



Esto significa que sucedió cumpliéndose las Escrituras, según un proyecto eterno de Dios. De esta manera, los primeros cristianos se sirvieron del Antiguo Testamento para explicar la muerte y resurrección de Cristo, que a su vez se convirtieron en la clave de lectura de la Biblia judía.


Los primeros cristianos formularon su fe diciendo que Jesús resucitó «según las Escrituras». Esta indicación es esencial para entender bien el anuncio de la resurrección, puesto que –en principio– la palabra «resucitar» no significa más que levantarse o despertar de un sueño. 

Pero en el caso de Jesús no nos encontramos ante un regreso a la situación anterior a su muerte (como le sucedió a Lázaro), sino ante una realidad completamente nueva, que solo las Escrituras pueden explicar, porque no tenemos otros puntos de referencia en la historia humana.

Que Jesús resucitó no significa que un muerto volvió a esta vida, sino que es muchísimo más: es el principio de la nueva creación. Significa que Jesús es el enviado del Padre y que su palabra es veraz.

Por un lado, en la resurrección de Jesús se cumplen todas las Escrituras. Esto significa que, aunque pueda sorprendernos, la pasión, muerte y resurrección de Jesús entraban en el proyecto de salvación de Dios, preparado desde toda la eternidad y revelado desde antiguo. Por eso, los apóstoles hicieron un uso abundante del Antiguo Testamento para explicar el misterio de Jesús, especialmente el de su muerte y resurrección. 

Por otro lado, si nosotros creemos esta verdad, lo hacemos «según las Escrituras», es decir, sin más prueba y apoyo que el propio anuncio de los apóstoles recogido en las Escrituras. Creer, aceptar la resurrección, es acoger el anuncio del Nuevo Testamento". P. Eduardo Sanz de Miguel.

https://padreeduardosanzdemiguel.blogspot.com.es/2018/04/la-resurreccion-del-senor-3.html

Beata María de la Encarnación

"Humildad: he aquí la vía más corta y segura para ir hasta Dios".

Su espiritualidad:

Buen modelo para casados y religiosos es nuestra Beata.
En sus treinta años de vida matrimonial sólo pretendió corresponder a la gracia del Señor por el perfecto cumplimiento de sus deberes, probando así cómo los cónyuges pueden alcanzar la santidad en su estado.
Demostró su adhesión a la Santa Sede cuando la herejía protestante se extendía por Francia y se prodigó moral y materialmente durante el asedio de París, ardiendo de celo por la salvación de las almas y manifestándose favorecida por Dios con gracias místicas extraordinarias. Su sobrino, el Cardenal de Berulle, la veneraba como madre y san Francisco de Sales fue su director espiritual y seguro consejero.
Sobresalió siempre por su vida de oración y por su celo en la propagación de la fe.
Como religiosa, edificó constantemente por su plena sumisión, su espíritu de pobreza y su caridad con los enfermos.

Favorecida por Dios con dones excepcionales, prefirió la sencillez en la práctica de las más sólidas virtudes comunes.


Su mensaje:


  • Que las familias cristianas sean escuela de santidad.
  • Que seamos celosos apóstoles de nuestro mundo.
  • Que sepamos descubrir el valor insustituible de la oración.
  • Que nunca nos cansemos de hacer el bien a todos.

martes, 17 de abril de 2018


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"... La más antigua confesión cristiana de la resurrección afirma que sucedió «al tercer día según las Escrituras». Detengámonos a explicar qué significa que Jesús resucitó «al tercer día».

En esta afirmación resuenan varias ideas presentes en el Antiguo Testamento:

En primer lugar, debemos recordar que cuando se tuvo lugar la alianza del Sinaí, Dios se manifestó y habló «al tercer día». En este sentido, la resurrección de Jesús «al tercer día» supone una manifestación de Dios en nuestra historia, para establecer la alianza nueva y definitiva. Veamos el texto más clásico de la estipulación de la alianza en el Sinaí, cuando Moisés recibió el Decálogo de manos de Dios:

«Vuelve a tu pueblo y purifícalos hoy y mañana; que se laven la ropa y estén preparados para el tercer día; pues al tercer día descenderá el Señor […]. Les dijo: “Estad preparados para el tercer día” […]. Al tercer día, al amanecer, hubo truenos y relámpagos […]. La montaña del Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre ella…» (Éx 19,10s)

En segundo lugar, según la mentalidad de la época, la corrupción del cadáver comenzaba después del tercer día, por lo que los primeros cristianos afirmaban que Jesús resucitó antes de que comenzara la corrupción de su cuerpo. En ese sentido, quizás aquí se encuentre una referencia al salmo 16 [15],10: «No me abandonarás en el abismo ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción». La versión griega de los LXX, que es la que cita siempre el Nuevo Testamento, lo traduce así: «No abandonarás mi vida en el sepulcro ni dejarás que tu Santo conozca la corrupción». Este texto fue muy usado por la primitiva comunidad para explicar la resurrección de Cristo (cf. Hch 2,25-33). 

En tercer lugar, Jonás pasó tres días en el vientre de la ballena y el evangelio afirma que Jesús también tiene que pasar tres días enterrado antes de su resurrección (cf. Mt 12,40). 

En cuarto lugar, el profeta Oseas habló de una restauración del pueblo «al tercer día», después de una experiencia de sufrimiento profundo: «En dos días nos volverá a la vida y al tercero nos hará resurgir y viviremos en su presencia» (Os 6,2).

Todas estas ideas y algunas más, nos ayudan a comprender que las expresiones  «a los tres días» y «al tercer día» no tienen un sentido cronológico, sino simbólico, ya que en otros textos judíos de la época se usan para indicar el tiempo futuro de la consolación y de la liberación final.

También en otros pasajes de los evangelios aparecen las dos expresiones «a los tres días» y «al tercer día» con el sentido de «consumación» o momento definitivo. Por ejemplo, cuando comentan a Jesús que Herodes quiere matarle y él afirma que aún no ha llegado su hora: «Yo expulso demonios y hago curaciones hoy y mañana, y al día tercero habré llegado a mi término. Pues tengo que andar hoy, y mañana y al día siguiente, porque no conviene que un profeta perezca fuera de Jerusalén» (Lc 13,32-33). Es evidente que aquí no se habla de un momento cronológico, sino que el «tercer día» se refiere al final de la vida terrena de Jesús.

Lo mismo podemos decir de los textos en los que Jesús relaciona la destrucción del templo de Jerusalén con su muerte y resurrección, como cuando anuncia: «Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días»(Jn 2,19-20). Lo mismo podemos afirmar de sus anuncios de resurrección «al tercer día» (Lc 9,22; 18,33). Este es el anuncio que reciben las mujeres el domingo de Pascua: «Recordad lo que os dijo cuando todavía estabais en Galilea: El Hijo del hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado y resucitar al tercer día. Ellas entonces recordaron las palabras de Jesús» (24,7-8).

En resumen, cuando Pablo dice que Jesús murió, fue sepultado y resucitó «al tercer día», por un lado afirma el realismo de la muerte, que lo llevó al sepulcro, aunque no a la corrupción. Por otro lado indica que la resurrección de Cristo fue la victoria definitiva sobre la muerte, el inicio de la vida futura que se esperaba en los tiempos finales de la historia, el establecimiento de la nueva alianza prometida por los profetas. El proyecto de Dios sobre el hombre, tal como se ha manifestado en la resurrección de Cristo, es de vida eterna y no puede ser anulado ni por el pecado ni por la muerte". P. Eduardo Sanz de Miguel ocd.

https://padreeduardosanzdemiguel.blogspot.com/2018/04/la-resurreccion-del-senor-2.html