"Mucha gente seguía a Jesús, pero poco a poco, entre los muchos que lo seguían, comenzaron a decir y decirse entre ellos: "este discurso es bien duro ¿quién podrá escucharlo?" Algunas cosas resaltan aquí, lo primero es que el discurso de Jesús no es acomodaticio ni complaciente sino auténtico y honesto con la realidad, es decir, no es una palabra edulcorada ni descafeinada, es contundente. Como dice el refrán popular: «la verdad duele», pero la verdad de Jesús duele y sana, duele y libera, da densidad interior a quien la escucha. La palabra auténtica tiene una fuerza intrínseca que atrae y también repele. En segundo lugar, Jesús no es un líder que busca adeptos que le aplaudan como focas, ni mucho menos súbditos que obedecen a ciegas su doctrina, él busca discípulos, y discípulo es quien escucha y discierne inteligentemente la palabra. El gran teólogo alemán Karl Rahner, insistía en que ser discípulo es ser oyente de la palabra. Una iglesia discipular escucha y discierne la palabra de Dios. La palabra que da Jesús, no es cualquier palabra, es tal cual como él mismo dice: «espíritu y vida». Palabra dinámica que irradia, crea posibilidades, transforma y da vida. Muchos de los que lo seguían, no resistieron el peso luminoso de su palabra y desistieron del camino; nos cuenta el evangelio que *«desde entonces muchos de sus discípulos lo abandonaron y ya no andaban con él».*Ante este fenómeno, Jesús se dirige a los 12, a su comunidad más cercana y, para saber con quienes contaba les preguntó: *«¿también ustedes quieren abandonarme?»* Las dudas estaban también en el pequeño grupo de los 12. Pedro, ante la pregunta, responde en nombre de la comunidad discipular: *«Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna»*. Hoy en nuestro país no sólo se ha devaluado la moneda, ni nuestras condiciones de vida, lo más grave es que se ha devaluado el valor de la palabra y con ello las relaciones de confianza y la institucionalidad cotidiana que éstas suponen. Nuestros padres sellaban los acuerdos con la expresión jurada: «palabra, palabra». Toda institucionalidad se funda en la palabra acordada, pactada, consentida. Recuperar la palabra es recuperar el Espíritu y la vida. Hoy, como Pedro, no desistamos de la fe en la palabra y, digamos, «Señor, ¿a quién iremos?, tú tienes palabras de vida eterna".
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