lunes, 6 de abril de 2020

La unción en Betania.

Lunes Santo: "La unción de Betania: Un gesto de amor que desvela ...

"Cuando «faltaban dos días para la fiesta de Pascua» (Mc 14,1; Mt 26,2), Jesús fue invitado a un banquete en casa de Simón el leproso. Durante la cena, una mujer derramó sobre su cabeza un frasco de perfume de nardo puro, muy valioso, de más de trescientos denarios (el sueldo anual de un obrero).

La valoración es, sin duda, exagerada, pero el texto indica que esta mujer no hace cálculos humanos en su entrega a Cristo: «derrama» sus bienes (o mejor, su vida) por Jesús. Preciosa imagen de un amor sincero y total.

Un don total, que no se puede medir

Precisamente en el mismo contexto de la Semana Santa, Jesús alabó la limosna de una viuda que echó en el arca más que nadie, «porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (Mc 12,44). 

Como ella, la mujer de Betania ha entregado todo, se ha entregado a sí misma, sin medidas ni razones.

Algunos se preguntaron: «¿Para qué este despilfarro» (Mc 14,4) y es Jesús mismo quien responde: «Para mi sepultura» (Mc 14,8). 

Es significativo que en el texto original se usa la misma partícula en la pregunta y en la respuesta para ponerlas en relación, aunque entre medias se añadan otras cosas. Jesús relaciona la unción y su muerte, ya que los cadáveres eran ungidos con perfumes antes de enterrarlos.

Los evangelistas subrayan las distintas actitudes frente a Jesús: Los jefes de Israel se habían «preparado» para acabar con Jesús; Judas se «preparaba» a entregarlo y esta mujer «preparó» su cuerpo para la sepultura. Por eso, Jesús afirma que lo que hizo esta mujer es una «buena noticia» que entra a formar parte del anuncio cristiano (Mt 26,13). 

La tensión dramática crece cuando los enemigos de Jesús encuentran un aliado en uno de sus discípulos, que se convierte en modelo de los que abandonan al maestro, de los que lo «entregan» (cf. Mt 26,15).

Una unción mesiánica

Pero este gesto esconde un significado más profundo: Como los reyes eran ungidos con perfumes preciosos, el gesto de la unción, realizado en este contexto, manifiesta que el que va a morir es verdaderamente el rey-mesías, el ungido del Señor, aquel del que se anunció: «El Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros» (Sal 45 [44],8).

También los gladiadores ungían su cuerpo antes de la lucha en la arena. Y Cristo se dispone a enfrentarse definitivamente con el enemigo de los hombres, Satanás. La unción en Betania es una preparación para el combate. 

El perfume de nardo derramado sobre la cabeza de Jesús indica su consagración real, profética y sacerdotal, su unción mesiánica; pero, al mismo tiempo, anuncia que se prepara para la lucha y la muerte, para la sepultura y el amortajamiento.

En la versión de san Juan, sucedió en la casa de Lázaro, «seis días antes de la fiesta judía de la Pascua» y fue María de Betania la que ungió los pies de Jesús (Jn 12,1). 

Por su parte, Lucas también habla de otra unción realizada por una prostituta (Lc 7,36-50). 

Esto ha llevado a una confusión, ya que algunos identifican a María de Magdala (ciudad situada en Galilea, al norte) con María de Betania (ciudad de Judea, al sur) y con la prostituta del relato de Lucas, pero son tres personas distintas. 

En los casos de María de Betania y de la prostituta se habla de una unción de los pies, un gesto de veneración bastante común en la época, por lo que pudo repetirse varias veces en contextos distintos. 

Pero en el caso de la mujer anónima de Mateo y Marcos se trata de una unción en la cabeza antes de su pasión, lo que adquiere un significado distinto, de consagración mesiánica. 

Ella no es totalmente consciente, pero está realizando un gesto profético (que cumple lo que anuncia). Por eso, «en cualquier parte del mundo donde se proclame el evangelio, se hablará de lo que esta ha hecho para memoria suya» (Mc 14,9)". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

domingo, 5 de abril de 2020

Domingo de Ramos.

Evangelio del día - Lecturas del domingo, 5 de abril de 2020
"... ¿No se llama María su madre?” (Mt 13,55).

¿No es Jesús el hijo de aquella que, embarazada y a lomo de burro, cuando el emperador dictó una ley que ordenaba hacer un censo en todo el imperio, subió con José a Belén, para hacerse inscribir? (Lc 2,1-5), ¿No es el hijo de aquella que lo dio a luz en un pesebre? (Lc 2,7), ¿No es el hijo de aquella que, con José y el niño, huyó, desplazada, a lomo de burro, porque Herodes buscaba al niño para matarlo? (Mt 2,13).
Por eso Jesús, llegada su hora, dijo a sus discípulos: "Vayan al pueblo que está enfrente. Al entrar, encontrarán amarrado un burrito. Desátenlo y tráiganlo".
Jesús es el hijo de María, mujer humilde, y por eso se desplaza como los humildes. De ella aprendió a ser pobre: no era ciudadano romano, no tenía ningún título distinto a los de “hijo de María” e “hijo del carpintero”.
Por eso Jesús entra triunfante a Jerusalén, pero montado en la cabalgadura que le correspondía como pobre, aclamado por los pobres que le seguían, porque en la sociedad de los satisfechos no hay lugar para que el pobre triunfe. “Vino a su propia casa y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11).
María fue pobre y socialmente sin importancia. Jesús, el hijo de María, fue, como ella, también pobre y socialmente sin importancia.
Hoy celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén. Como los pobres y los humildes de entonces, reconocemos en la persona de Jesús, el hijo de María, el proyecto de una humanidad nueva, que se gesta a partir de la humildad y la sencillez. Acompañando a Jesús y María, proclamamos la fe en el poder de Dios y, al mismo tiempo, testimoniamos la esperanza invencible de los pequeños". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.



sábado, 4 de abril de 2020

Liturgia y espiritualidad del Domingo de Ramos.


Domingo de Ramos: 5 de abril de 2020 – Iglesia en Aragon

"La liturgia actual del Domingo de Ramos tiene dos partes bien diferenciadas, aunque relacionadas entre sí.

La primera consiste en la procesión, precedida por la bendición de los ramos y la proclamación del evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén. 

La segunda es la eucaristía, en la que se leen uno de los cánticos del siervo de Yahvé (Is 50,4-7), el himno paulino que habla de la obediencia de Jesús, que «se rebajó hasta someterse a la muerte» (Flp 2,6-11), y la pasión del Señor, en la versión del evangelista propio de cada ciclo. 

El color litúrgico es el rojo, como el Viernes Santo...".

"... La entrada triunfal en Jerusalén fue la manifestación de Jesús como el mesías-rey prometido por los profetas. Antes había rechazado este título, demasiado unido a las expectativas políticas de Israel. Cuando las circunstancias hacían prever el desenlace, lo aceptó, mientras el pueblo aclamaba: «Bendito el reino que viene, el de nuestro padre David» (Mc 11,10). 

Para que se comprenda qué tipo de reinado es el suyo, no entra en la ciudad sobre un carro de combate o un caballo. Tampoco le vitorean soldados con armas. Por el contrario, entra montado en un asnillo, aclamado por los niños, que menean ramos de olivo. El asno es el animal que usaba la gente sencilla en sus trabajos y en sus desplazamientos. San Juan dice que sus discípulos no entendieron el gesto y que solo más tarde comprendieron que estaba cumpliendo una profecía (cf. Jn 12,16).

Efectivamente, Zacarías anunció que un futuro rey de Jerusalén lo terminará siendo de toda la tierra con estas palabras: «Se acerca tu rey, justo y victorioso, humilde y montado en un borriquillo. Destruirá los carros de guerra de Efraín y los caballos de Jerusalén. Quebrará el arco de guerra y proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar, desde el Éufrates hasta los confines de la tierra» (Zac 9,9-10). 

La Iglesia, con la mirada puesta en la mañana de Pascua, aclama a Cristo como su rey, triunfador del pecado y de la muerte, aunque es consciente de que su entrada en Jerusalén es, al mismo tiempo, el inicio de su sufrimiento. De esta manera, la liturgia pone en relación la Cuaresma y la Pascua al unir las alegres aclamaciones en honor de Cristo rey y la proclamación de su pasión: 

«Ya desde el principio de la Cuaresma nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad. Hoy, cercana ya la Noche santa de Pascua, nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual de los misterios de la pasión y resurrección de Jesucristo, misterios que empezaron con la solemne entrada del Señor en Jerusalén. Por ello, recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en la ciudad santa, le acompañaremos con nuestros cantos para que, participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su resurrección» .

Al cantar «Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor», debemos recordar las oraciones de Adviento, en las que se suplica la «venida» del Señor, y las de Navidad que la celebran como ya acaecida. 

La liturgia de este día, que une las promesas, el cumplimiento histórico y la esperanza de plenitud, la pasión y el triunfo, la Cuaresma y la Pascua, enseña que no hay ningún día del año que sea independiente de los otros. Todas las fiestas están unidas entre sí y todas celebran a Cristo que vino, que viene y que vendrá; que asume nuestra pobreza para darnos su riqueza; que se entrega a la muerte para darnos vida. Aunque en todas las eucaristías se anuncia la muerte del Señor y se proclama su resurrección hasta que él vuelva (Cf. 1Cor 11,26), en la celebración del Domingo de Ramos se manifiesta especialmente la profunda unidad del misterio de Cristo...". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

jueves, 2 de abril de 2020

Todo es gracia.


"Estos días de pandemia y de confinamiento obligado, cada uno saca de su corazón lo que lleva en él. Hay personas buenas, que siguen sirviendo al Señor y a los hermanos con todas sus fuerzas y hay quienes siembran inquietud y malestar con sus quejas continuas y comentarios negativos.

Es triste, pero comprensible que esto suceda en la sociedad civil, con las manipulaciones de algunos políticos, que defienden sus ideologías antes que el bien de los ciudadanos. 

Incluso uno se espera las acusaciones de algunos evangélicos, con la acostumbrada canción de que la Iglesia católica es muy rica y debería dar sus bienes a los pobres. 

Es inútil recordarles que los bienes artísticos e históricos de la Santa Sede son inalienables y que en el tratado de Letrán (por el que se creó el estado Vaticano) se especifica que no pueden venderse ni salir de Italia. 

Les pasa lo que a Judas, que se escandalizó por el perfume derramado a los pies de Jesús, "pero no le preocupaban los pobres" (Jn 12,6). Solo necesitaba una excusa.

Mi comunidad es sencilla, pero seguimos haciendo el reparto de alimentos a las familias necesitadas (hoy vendrán a recogerlos las 80 familias a las que atendemos semanalmente). Los mercedarios, que son la parroquia de al lado de la nuestra, siguen repartiendo alimentos para 400 familias necesitadas. Estos solo son dos ejemplos de los muchos que podrían citarse.

Lo que es desconcertante es que también suceda en el seno de la Iglesia. Normalmente no veo la televisión (ni antes ni ahora), por lo que me ahorro muchos malos ratos, pero me duelen los comentarios tóxicos en internet de algunas personas que se dicen católicas.

En mi cuenta de facebook y en la del santuario de santa Teresita, hay personas que proponen que se hagan misas públicas y se lamentan porque no pueden participar en los sacramentos. Nos acusan de falta de fe y cosas similares.

Un obispo mexicano ha llegado a afirmar que esta enfermedad es un castigo de Dios por el aborto y los pecados sexuales. Otro obispo (creo que eslovaco, pero ahora no recuerdo y no tengo ganas de ir a averiguar de dónde exactamente) se ha atrevido a sugerir que es un castigo de Dios por los abusos litúrgicos y que el papa debería hacer un acto de desagravio por el sínodo del Amazonas.

No sé qué imagen de Dios tienen estas personas, pero ciertamente no es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que tiene entrañas de misericordia y se solidariza con los que sufren. Recordemos las palabras de santa Teresita: «Mi camino es todo de confianza y de amor, no comprendo a las almas que tienen miedo de un tan tierno amigo» (Cta 226)...".

"... En su enfermedad (santa Teresita), manifestó: «Sin duda es una gracia muy grande recibir los sacramentos; pero cuando Dios no lo permite, también está bien, todo es gracia».

Lo mismo vemos en el texto de santa Isabel de la Trinidad que recogemos al inicio de esta entrada: «Dios no tiene necesidad del sacramento para venir a mí».

San Juan de la Cruz estuvo nueve meses en la cárcel, sin poder celebrar los sacramentos, y allí tuvo las experiencias más altas de unión con Cristo y compuso sus hermosas poesías.

La Iglesia católica de Corea no tuvo sacerdotes que celebraran los sacramentos durante cien años, pero los cristianos se mantuvieron firmes en la fe.

Hoy mismo hay muchos católicos que viven en países musulmanes, o están en la cárcel, o en el hospital, o en poblaciones aisladas y no pueden participar en los sacramentos.

Recordemos que los sacramentos son los medios ordinarios para recibir la gracia de Dios, pero él se hace presente de muchas otras formas en las circunstancias extraordinarias.

Aquí se trata de fe, no de otras cosas. ¿Tengo fe en que el Señor está con nosotros todos los días?, ¿sé descubrir su presencia amorosa junto a mí también en los momentos de dificultad?, ¿estoy dispuesto a colaborar con él en la construcción de un mundo mejor, sembrando rosas y no cardos a mi paso?

Aprovechemos este tiempo de encerramiento obligado para orar y para leer cosas que nos ayuden a crecer, dejando de lado todo lo demás...". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd


miércoles, 1 de abril de 2020

Cronología de la Semana Santa de Jesús.


Pascua para los mormones

"Aunque pueda sorprendernos, ya que estamos acostumbrados a la presentación que la liturgia hace de los últimos días de la vida terrena de Jesús, no es fácil establecer las fechas exactas de los últimos acontecimientos de su existencia, ni la sucesión exacta de los mismos; ni tampoco está claro si la última Cena fue una verdadera cena pascual o solo una cena de despedida. Lo único seguro es que todo sucedió en el contexto de una Pascua judía. 

Recordemos que los judíos siguen en sus fiestas un calendario lunar, por lo que sus días y meses no siempre coinciden con los nuestros, que seguimos un calendario solar. Además, no era sencillo establecer el día exacto de la luna llena o de la luna nueva, por lo que muchas veces los estudiosos no se ponían de acuerdo sobre si una fiesta se debía celebrar un día concreto o el siguiente. Para terminar de complicar las cosas, había distintas maneras de computar los días y las fiestas.

Los cuatro evangelistas coinciden en afirmar que Jesús murió el viernes, permaneció sepultado el sábado y resucitó «el primer día de la semana» (es decir, el domingo). Sobre las otras fechas son más imprecisos, pero se pueden calcular a partir de ahí. 

La principal dificultad está en que los evangelistas sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) afirman que Jesús murió el día de la Pascua (que, por lo tanto, ese año habría caído en viernes), mientras que Juan afirma que fue crucificado la víspera de Pascua (que ese año habría caído en sábado). Esta dificultad no debe extrañarnos demasiado. Basta con que intentemos recordar en qué día de la semana cayó la Navidad el año pasado para darnos cuenta que no es sencillo acertar (imaginémonos la de hace 30 o 40 años).

La fecha de la última Cena. Como ya hemos dicho, los cuatro evangelistas dan a entender que la cena de despedida tuvo lugar el jueves antes de la fiesta de Pascua. La diferencia está en establecer en qué día de la semana cayó la Pascua ese año.

Por un lado, los sinópticos dicen que ese año cayó en viernes, por lo que la cena del jueves fue una verdadera cena pascual. En ese caso, Jesús fue juzgado y murió el mismo día de la Pascua. (Esto crea muchos problemas históricos, ya que es difícil que los judíos se reunieran a juzgar a alguien en esa fecha tan solemne y aún más difícil que después se desplazaran al lugar de la ejecución).

Según san Juan, sin embargo, ese año la Pascua cayó en sábado, por lo que Jesús murió el día de la vigilia (el viernes), precisamente a la misma hora en que se sacrificaban los corderos. Por eso los judíos «no entraron al pretorio para no contaminarse y poder comer la Pascua» (Jn 18,28). En ese caso, la cena del jueves fue un anticipo de la Pascua, pero no fue una cena pascual, hablando con propiedad.

Esta aparente contradicción temporal parecía insuperable hasta que se descubrieron los documentos de Qumram. Allí apareció el calendario que seguía la comunidad de los esenios, con el año dividido en cuatro trimestres, cada uno de ellos compuesto por dos meses de 30 días y uno de 31. En este calendario las fiestas anuales caían siempre en los mismos días de la semana. En concreto, el inicio del año y la Pascua se celebraban siempre en miércoles. 

Estudios posteriores han demostrado que otros grupos judíos (especialmente fuera de Jerusalén) también usaban este calendario, que había sido el habitual hasta que las clases dirigentes asumieron un cómputo distinto. Jesús pudo celebrar una cena pascual con este calendario. Eso explicaría por qué algunos textos cristianos muy antiguos dicen que la última Cena y la traición de Judas tuvieron lugar el miércoles y con este dato se justificaba desde finales del siglo I el ayuno cristiano los miércoles (recordando la traición de Judas) y los viernes (en memoria de la muerte de Jesús). 

También explicaría que en los textos evangélicos no se haga ninguna referencia a la presencia del cordero ni a otros elementos específicos de la cena pascual en la última Cena, ya que Jesús mismo es el verdadero Cordero, como indica san Juan al afirmar que falleció en el mismo momento en que los corderos eran sacrificados en el templo. 

Por último, daría el tiempo necesario para situar los distintos movimientos que narran los evangelios entre la detención del Señor y su muerte, que no caben si se concentran solo en la noche del jueves y la mañana del viernes: traslado de Jesús a las casas de Anás y Caifás, dos juicios judíos, burlas de las autoridades judías, entrega a Pilato, traslado a la casa de Herodes, regreso al pretorio y juicio romano, flagelación, burlas de los soldados, desplazamiento al Gólgota y crucifixión. 

De todas formas, esta cronología tampoco aclara todos los puntos. De hecho, la cena tenía lugar la tarde anterior al día de Pascua, por lo que en ese caso se habría celebrado el martes (que para los judíos ya era miércoles, porque el día comenzaba con la puesta del sol de la víspera). 

Para terminar de complicar la cuestión, algunos historiadores alargan durante unos meses los acontecimientos que los evangelistas reúnen en una semana. Según esta propuesta, la entrada triunfal en Jerusalén no habría tenido lugar durante las fiestas de Pascua, sino durante las fiestas de las Tiendas o de los Tabernáculos, que se celebraban en septiembre. 

En dicha fiesta se hacían procesiones con ramos de palmas, que se llevaban desde la zona de Jericó a Jerusalén, tal como mandaba la Escritura y se sigue haciendo hasta el presente: «El primer día [de la fiesta de los Tabernáculos] tomaréis ramos de palmera, ramas de árboles frondosos y sauces del río…» (Lev 23,40); «Salid al monte y traed ramas de olivo, de pino, de mirto, de palmera…» (Neh 8,15). Además, en dicha fiesta los sacerdotes del templo daban vueltas alrededor del altar gritando repetidamente «¡Hosanna!».

Si la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén tuvo lugar durante la fiesta de las Tiendas, se explicarían mejor algunos datos, como que Juan no sitúe la purificación del templo en el contexto de la Semana Santa, sino mucho antes (cf. Jn 2,13-22) y que también presente como sucedida varias semanas antes de la Pascua la reunión del sanedrín en la que las autoridades judías decidieron dar muerte Jesús (cf. Jn 11,47-50), así como las numerosas disputas con las autoridades antes del desenlace definitivo y las idas y venidas de Jesús a Jerusalén. Pero esa hipótesis tampoco aclara todos los puntos oscuros.

Como vemos, establecer la fecha exacta de la celebración de la última Cena sigue siendo problemático. Pero, independientemente de los momentos exactos en los que tuvieron lugar la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, la unción (o las unciones) en Betania, la última Cena, los juicios contra Jesús y su crucifixión, está claro que los evangelistas ponen todos esos acontecimientos en relación con la Pascua judía...". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.






“Dios no tiene necesidad del Sacramento para venir a mí”.
Sta. Isabel de la Trinidad, ocd.


“… No puedo ir a la iglesia ni recibir la sagrada Comunión, pero, ya ve, Dios no tiene necesidad del Sacramento para venir a mí. Me parece que lo poseo igualmente. ¡Es tan buena esta presencia de Dios! Es allí, en el fondo, en el cielo de mi alma donde me gusta buscarle, pues nunca me abandona. “Dios en mí, yo en Él”. ¡Oh! Esta es mi vida. Es tan bueno, ¿verdad?, pensar que, a excepción de la visión beatífica, nosotros le poseemos ya como los bienaventurados le poseen en el cielo. Que podemos no abandonarlo, no dejarnos distraer de Él. ¡Oh!, pídale mucho que le deje apoderarse de mí, que me arrebate…
¡Es tan bueno abandonarse, sobre todo cuando se conoce Aquel a quien uno se entrega!".

Sta. Isabel de la Trinidad, carmelita descalza - Carta 62, Al canónigo Angles. Viernes 14 de junio de 1901.



https://america.cmtpalau.org/2020/03/la-eucaristia-en-los-tiempos-del-coronavirus/?fbclid=IwAR1nzmDPD3-dX6vDvm-vmFBUUlVIb5nZs57WHcLoQnxD4lGl2QJdyO2b68k

lunes, 30 de marzo de 2020

Enfrentemos con paz las contrariedades de la vida.


"La situación que se está creando a causa de la pandemia es nueva para todos nosotros, por lo que no podemos controlar las reacciones ni sabemos cómo acabará. Es verdad que ha habido pandemias similares en otros tiempos, pero nos quedan muy lejanas.

Lo cierto es que nos terminará afectando a todos, porque enferman personas a las que amamos y porque los resultados económicos y sociales aún no se han manifestado del todo, pero pueden crear situaciones muy difíciles para la mayoría de la población.

El papa, en la oración del viernes 27, afirmó: "Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades. [...] Nos encontramos asustados y perdidos".

Más adelante, denunció: "La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades".

San Juan de la Cruz dice que solo Dios es capaz de sacar bienes incluso de los males. Esta situación de inseguridad y temor debería despertar en nosotros las ansias de acudir de todo corazón al único que puede salvar los cuerpos y las almas. 

Así nos lo recordó el papa: "El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas".

San Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús enseñan que solo podemos entrar en la vida mística cuando aprendemos a aceptar con paz las contrariedades de la vida, las que no habíamos programado ni imaginado.

Las dificultades no hay que buscarlas. Llegan por sí mismas. Algunas las podemos enfrentar para eliminarlas, pero otras permanecen, aunque no queramos. 

Según san Juan de la Cruz, esas dificultades no buscadas (y que nos causan un sufrimiento real) son las que nos pueden introducir en la "noche pasiva del sentido" (a la que dedica el primer libro de la Noche oscura). 

Asumirlas con la disposición correcta significa no absolutizarlas (no permitir que ocupen todo nuestro tiempo y todas nuestras fuerzas). Solo entonces podemos aprender de los errores propios y ajenos, enfrentándolos con realismo. 

Si tenemos la actitud correcta, se nos abre la entrada al desposorio espiritual, que es el inicio de la vida mística. En caso contrario, las dificultades bloquean el proceso de crecimiento e incluso incapacitan para llevar una vida normal.

La propuesta del santo carmelita es una audaz reformulación del espíritu evangélico de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los que lloran, los que tienen hambre, los que sufren persecución…» 

Aunque se habla de pobreza, hambre y persecución, lo esencial no son estas palabras, sino la que viene delante y las que vienen detrás. 

En medio de esas circunstancias negativas podemos seguir considerándonos «bienaventurados», «felices», «dichosos», porque Dios nunca nos abandona, porque somos sus hijos y herederos de su reino. 

Si nunca olvidamos la meta de nuestro caminar, podremos enfrentar positivamente todo lo que se nos presente en el camino, tanto lo bueno como lo malo.

Oremos: Padre, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

Meditación del Papa Francisco en bendición urbi et orbi por pandemia del coronavirus. 27/03/20.


"«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido.


Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.
Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.
En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús.
Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.
Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).
No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.
La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela y se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa.
No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.
Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12).
Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.
Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.
Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.
Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.
El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.
El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.
En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios.
Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).

sábado, 28 de marzo de 2020

Santa Teresa de Jesús, 505 años.


Dibujo original de Luisbel Sánchez, de la comunidad de jóvenes "Amigos Fuertes de Dios". Potrero de las Casas, Estado Táchira. Venezuela.









miércoles, 25 de marzo de 2020

25 de marzo, la Anunciación del Señor.

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"Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Poner en el Señor, una vez más, toda la esperanza porque Él escucha nuestro grito. Él nos salva, impide hundirnos, nos da firmeza al caminar por sus sendas.
Descubrir su voluntad no es fácil, pero no podemos dejarnos arrastrar por la impaciencia. Hay que tener los ojos, la mente y el corazón muy abiertos y disponibles para vislumbrar lo que Él desea de cada uno. Por eso, no hemos de cejar en la súplica, para que no nos niegue -que no lo hará- su ternura y compasión.

He aquí que vengo para hacer tu voluntad

Cambiar la antigua forma de pensar y de agradar a Dios es uno de los propósitos del autor, judío converso al cristianismo, de esta carta. Al autor mismo le costaba este cambio de actitud y de forma de pensar. Él había sido sacerdote cumplidor de la ley antigua.
Dar paso a la nueva forma de concebir el encuentro con Dios, suponía dar un giro total a su corazón y a su mente. Era la conversión, la orientación nueva que Dios pedía. Dejar atrás los sacrificios rituales, las ofrendas y holocaustos, no era tarea fácil. Había que descubrir, como actitud primera, cuál podía ser la voluntad de Dios para nosotros y, después, ponerla en práctica. Cuesta cambiar de mentalidad -a mí el primero-, pero hay que intentarlo.

Hágase en mi según tu palabra

Lucas es un artista en el arte descriptivo de lo que pudo ser aquel encuentro silencioso entre Dios y una muchacha orante, confiada. ¡Qué bien hilvana textos, qué bello tejido nos muestra en aquella anunciación llena de recato, encanto y silencio interior! Fra Angelico ha contribuido tanto o más que Lucas a ayudarnos a imaginar aquel encuentro entre María y el ángel Gabriel, que significa en hebreo “Dios es mi fortaleza”.
La sorpresa de María tuvo que ser enorme. ¡Como para no sorprenderse; ella es sincera: no ha conocido varón! Pero Dios actúa más allá de nuestras ignorancias, dudas y sorpresas. Sorprenderse, asombrarse, es comenzar a entender, decía Ortega y Gasset. Y María comenzó a entender… y quizá comprendió que desde ese momento, “la cosa, que empezó en Galiliea”, no iba a ser fácil para ella. Gusto de citar a M. Legaut cuando dice en una de sus meditaciones:
Lo esencial no se enseña. Se revela a cada uno en lo íntimo, como una anunciación que la esperanza murmura. Sólo lo descubre aquél que secretamente tiene una gran intuición, y a menudo desde que se es joven.
Porque ahí está la clave: en la intuición juvenil, en la intimidad de uno mismo, en la esperanza murmuradora, susurrante. Ahí es donde se descubre lo esencial. Y así lo descubrió María.
Todo parece poético y bello; sin duda, lo es. Pero queda el final trágico de este evangelio de Lucas, donde pone de manifiesto que “para Dios nada hay imposible”. Cierto. La respuesta de María es bella, pero trágica. “he aquí la esclava (la disponible) del Señor. Hágase en mí según tu palabra”. Respuesta juvenil confiada, decidida, sin pensarlo mucho, como casi toda decisión juvenil. Pero el evangelio termina: “Y la dejó el ángel”. El ángel se retiró y la dejó sola. Nunca más volvió a tener “anunciaciones”, ni consuelos interiores.
Ahí, a mi parecer, está la gran tragedia de aquella escena: en el abandono posterior, en el silencio siguiente que fue muy largo y duro para María. Nunca más el que era “fortaleza de Dios” (Gabriel) se le hizo presente. Triste final de la anunciación. Inicio de un caminar de fe y confianza hasta llegar a los pies de la cruz, con muchos días de confusión e incertidumbre con aquel Hijo de sus entrañas. ¿Para esto vino el ángel, para dejarme sola, sin nada más que la fe a la que asirme, sin más consuelo que un Hijo entre mis brazos que pronto se marcharía a anunciar él mismo el reino de Dios y que tan mal terminó…? ¿No hubiera sido mejor…?
No sabemos lo que hubiera sido mejor. Pero lo cierto es que gracias a ella, nosotros hemos conocido al Salvador". Fr. José Antonio Solórzano Pérez, op.