El Señor, en el Sermón de la Montaña, formula las bienaventuranzas, nos invita a ser sal y luz de la tierra y nos pide que nuestra vida sea auténtica, invitándonos a purificar no solo los actos externos, sino también las intenciones del corazón. Estos son los contenidos de los evangelios de los domingos pasados.
Hoy nos pide algo muy difícil, aparentemente imposible: amar a los enemigos para parecernos a nuestro Padre del cielo, que hace llover sobre buenos y malos y hace salir el sol sobre justos e injustos.
A todos nos gusta escuchar que "el Señor es compasivo y misericordioso" (como reza el salmo de hoy) y que Dios no se cansa de perdonar. Pero Jesús nos pide que nos parezcamos a Dios, que nosotros también seamos compasivos, que nosotros tampoco nos cansemos de perdonar, que amemos a todos, incluso a los que nos han hecho daño.
El Señor repite esta enseñanza varias veces, con formulaciones distintas: «Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos» (Mt 5,7); «perdonad y Dios os perdonará» (Lc 6,37); «cuando oréis, perdonad a los que os hayan ofendido, para que también vuestro Padre celestial os perdone a vosotros» (Mc 11,25); «Si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, vete primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a presentar tu ofrenda» (Mt 5,23-24); «no juzguéis y no seréis juzgados; porque Dios usará con vosotros la medida que vosotros uséis con los demás» (Mt 7,1-2). También nos pide que seamos capaces de perdonar «hasta setenta veces siete»; es decir, siempre (Mt 18,21-22). Llegando a la más alta concreción y exigencia en el amor a los enemigos y en la oración por los que nos hacen daño (Mt 5,44ss).
Estas palabras del Señor calaron tan profundamente en la vida de los primeros cristianos, que san Pablo hace de ellas un pilar de su enseñanza: «Perdonaos mutuamente, como Dios os ha perdonado por Cristo» (Ef 4,32); «del mismo modo que el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros» (Col 3,13); porque «la caridad no tiene cuenta del mal» (1Cor 13,6).
Por su parte, la Madre Teresa de Calcuta insistía: «Si realmente queremos amar, tenemos que aprender a perdonar».
En este proceso de aprendizaje no debemos desanimarnos nunca. Aún no somos capaces de perdonar «como» Él nos perdona, igual que no somos capaces de amar «como» Él nos ama, ni aún somos santos ni perfectos «como» Él es santo y perfecto. Estamos en camino. Un día podremos tener los sentimientos de Jesús, porque viviremos su misma vida en plenitud, amaremos con su amor y perdonaremos con su perdón.
Mientras tanto, después de cada caída nos volvemos a levantar, sin perder nunca la confianza en su misericordia, que es más grande que nuestras faltas. Y le suplicamos: «Señor, necesito tu ayuda para perdonar; si no, no lo conseguiré nunca».
Para terminar, me gustaría recordar que amar a los enemigos no significa que me sean simpáticos o que me encuentre a gusto a su lado. Significa no hacerles ni desearles el mal y hacerles el bien si está en mi mano, aunque me cueste. El Señor, en su misericordia, nos lo conceda". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.
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