Salmo 1: La necesaria elección
"El salmo 1 es de género sapiencial, y fue colocado por el compilador final como un pórtico de todos los demás. En él, Dios muestra al hombre los dos caminos que puede seguir en su vida y le exhorta a seguir el del bien, que lleva a la felicidad y a una existencia en plenitud; rechazando el del mal, que lleva al sinsentido y a la nada.
1 Dichoso el hombre que no escucha el consejo de los malvados,
ni se entretiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los necios,
2 sino que pone su gozo en la Ley del Señor,
meditándola día y noche.
3 Es como un árbol plantado junto al río:
da fruto a su tiempo y sus hojas no se marchitan;
todo lo que hace tiene buen fin.
4 No sucede lo mismo con los malvados,
pues son como paja que se lleva el viento.
5 No se levantarán los malvados en el juicio
ni los pecadores en la asamblea de los justos,
6 porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los malvados conduce a la perdición.
En tres breves estrofas de dos versículos cada una, este salmo desarrolla tres imágenes complementarias: el camino de los sabios y el de los necios (vv 1-2), la comparación entre el árbol y la paja (vv 3-4) y el destino último de unos y otros (vv 5-6).
Un peculiar recurso literario subraya que el salmo no está puesto aquí por casualidad. En su idioma original, la primera palabra comienza con la primera letra del alfabeto hebreo («aleph») y la última palabra comienza con la última letra del alfabeto hebreo («tab»). De esta manera, se presenta como un resumen de todo el libro y de toda la Sagrada Escritura. Es como si dijera: «Aquí tienen un compendio de todo lo que es necesario saber, de la a a la z». Cuando el Apocalipsis presenta a Jesús como «el alfa y la omega» (Ap 1,8), vuelve a utilizar el mismo procedimiento literario para identificar a Cristo con el principio y el fin, ya que el alfa y la omega son la primera y la última letras del alfabeto griego.
El contenido es sencillo: Todos buscamos la felicidad, pero hemos de poner atención para no tomar el sendero equivocado. Hay un camino que lleva a la felicidad, a la plenitud de vida (simbolizada en un árbol siempre verde, plantado junto al manantial) y hay otros caminos que parecen más fáciles pero solo llevan al sinsentido y a la nada (simbolizados por la paja que se lleva el viento). El justo es el único sabio, mientras que el malvado es un necio.
La primera imagen que desarrolla el salmo es la del camino. Imagen presente en todas las culturas para hablar de la vida humana. El camino no está totalmente definido, por lo que vamos buscando, tanteando, y podemos equivocarnos, llegando a arruinar nuestra propia vida. Razón por la que es importante elegir bien los compañeros y consejeros.
La segunda imagen que desarrolla el salmo es la del árbol robusto y fecundo, frente a la paja, que no tiene consistencia ni utilidad. El justo, nutrido por las abundantes corrientes de agua que encuentra en la meditación de la Ley, está lozano, lleno de vida, sin miedo ante la llegada de la estación seca.
La tercera imagen que desarrolla el salmo es la del destino final. Allí se revelará el sentido último de nuestras elecciones. No es igual haber seguido el camino de la piedad que el de impiedad; no es lo mismo haber elegido ser árbol que paja.
Las imágenes del camino y del árbol se complementan y se corrigen mutuamente. Ninguna es suficiente, pero las dos son necesarias para comprender el misterio de nuestra vida.
El camino nos habla del esfuerzo que supone salir de nosotros mismos y de nuestras seguridades, para adentrarnos en senderos desconocidos, de la necesaria búsqueda de soluciones nuevas para los problemas nuevos, del peligro de anquilosamiento que corren los que dejan de avanzar.
El árbol, por el contrario, nos recuerda la necesidad de conservar la identidad, las raíces, ya que somos herederos de una rica tradición. No podemos cambiar los cimientos de nuestra vida si no queremos que se hunda todo el edificio.
Necesariamente hemos de mirar hacia atrás, al elemento fundante de nuestra fe: la revelación de Dios en Jesucristo. Al mismo tiempo, necesariamente hemos de mirar hacia delante, hacia una mejor comprensión del misterio de Jesucristo y de su Iglesia, conscientes de que el sentido último solo se nos revelará al final de la historia.
Compaginar ambas fidelidades es un reto difícil: hay quienes, en su búsqueda constante de novedad, pierden la identidad y hay quienes, en el esfuerzo por mantener la identidad, se quedan anclados en el pasado y pierden la vida. El cristiano debe parecerse al hombre sabio, «que saca de su arcón lo nuevo y lo antiguo», según la necesidad de cada momento (Mt 13,52)". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.
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