lunes, 28 de octubre de 2019

Enseñanzas de santa Mariam Bawardy sobre la humildad.

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"Las lecturas de la misa de este domingo (ayer) nos invitan a ser humildes. Recordemos que santa Teresa de Jesús decía que "humildad es andar en verdad". Si no comenzamos por conocernos tal como somos, sin idealizarnos, no podremos aceptarnos ni vivir en paz, tampoco podremos caminar por las sendas de la santidad.
Hay una carmelita descalza que tiene grandes enseñanzas sobre este tema: la arabita santa María de Jesús Crucificado (Mariam Bawardy, 1846-1878).
Ella no “tenía” humildad, sino que “era” humilde. Se sabía pequeña y se gozaba de serlo.
De sí misma decía que era una “pequeña nada”. Su única grandeza consistía en que Dios pone su mirada en los pequeños y los trata con misericordia. Ella se sabía mirada por Dios y herida de su amor, precisamente porque era débil e ignorante.
Decía:
“Bienaventurados los pequeños. Ellos caben en cualquier sitio, pero los grandes tienen dificultades para entrar en todas partes”.
“Jesús nació en una cueva y sigue viviendo en las cuevas y lugares pobres”
“Pregunto al Altísimo: ¿Dónde habitas? Y él me responde: Cada día busco una casa y nazco nuevamente en una cueva, en un lugar pobre. Soy feliz en un alma pequeña, en un pesebre. Cada vez que pregunto a Jesús dónde habita, él siempre me responde: En una cueva. ¿Sabes cómo he vencido al enemigo? Naciendo en lo más bajo”.
Por eso, su deseo era permanecer pequeña, siendo “un pollito”, “un gusanito”, “una hormiguita”, “una corderita”, “una semillita”.
Es lo mismo que recomendaba a sus hermanas de comunidad: “Sed pequeñas, permaneced siendo pequeñas, para que vuestra madre os proteja bajo sus alas, como la gallina recoge a sus polluelos, pero los echa de su lado cuando se hacen grandes. Sed pequeñas, pequeñas y Jesús os protegerá. Mirad la gallina clueca con sus pollitos: mientras son pequeños, ella les da de comer con su pico, los esconde bajo sus alas y los protege. Sed pequeñas y el Señor os cuidará y os alimentará. Pero cuando los pollitos se hacen grandes, la clueca ya no los alimenta y los aleja de su lado picoteándolos para que se vayan. Si son pequeños y llega un enemigo, ella los recoge, los cubre, se pone en pie y se enfrenta con furia al enemigo. Pero si son grandes, no se preocupa de ellos; que ellos cuiden de sí mismos”.
Aunque tenía muchas experiencias extraordinarias, era consciente de que no dependían de ella, por lo que no las daba importancia. Pero ella sabía que vivir con intensidad cada momento y encontrar a Dios en la vida ordinaria sí que depende de cada uno, por lo que es en eso en lo que insistía.
Y añadía: “La santidad no consiste solo en rezar, ni en tener visiones o revelaciones, ni en la ciencia del bien hablar, ni en llevar cilicios y hacer penitencias. La santidad consiste en crecer en la humildad. La humildad es la paz, es la reina. El alma humilde siempre es feliz. En la lucha y en la pena se humilla y piensa que aún merece más contradicciones. Lo que turba el corazón es el orgullo. Un corazón humilde es un jarrón, un cáliz que contiene a Dios. El Señor nos enseña que un alma humilde, verdaderamente humilde, hará milagros aún más grandes que los de los antiguos profetas… En el paraíso los árboles más hermosos son aquellos que han pecado más, pero se han servido de sus miserias como los árboles se sirven de estiércol para crecer. En el infierno se encuentran todas las virtudes menos la humildad, en el paraíso se encuentran todos los defectos menos el orgullo”.
Sobre este tema de la humildad y el orgullo nos ha dejado enseñanzas preciosas, como cuando afirmaba: “El orgullo es la fuente de todo pecado, mientras que la humildad es la base de toda virtud. Por el orgullo se perdió el ángel más bello; cayó por su orgullo. Si se hubiese humillado, si hubiese hecho ofrenda a Dios de todo cuanto era, sería ahora incluso más bello. El demonio se perdió por su orgullo. Dios habría perdonado a Adán y Eva si se hubieran humillado después de haber pecado. Hasta el mismo Judas habría alcanzado el perdón si se hubiese humillado. Lo que nos pierde es el orgullo. Por el orgullo la voluntad del hombre se rebela contra Dios. Sin embargo, la humildad abre camino para alcanzar otras virtudes... ¡Oh cuánto deseo ser humilde y que las criaturas todas me desprecien! Dios está dispuesto a perdonar al pecador que se humilla. Mira con más amor al alma que vuelve a él por humildad que al alma fiel que se complace en las propias virtudes. Esta corre el riesgo de perderse por el orgullo, mientras que el pecador alcanza misericordia humillándose”.
De sus enseñanzas, lo que más me impresiona es lo que ya hemos leído: “En el infierno se encuentran todas las virtudes menos la humildad, en el paraíso se encuentran todos los defectos menos el orgullo”.
Por lo tanto, si somos humildes podemos ir al cielo, aunque tengamos muchos defectos y seamos pobres pecadores, pero si somos orgullosos nos cerramos las puertas, aunque hagamos numerosas obras heroicas y admirables". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

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