jueves, 5 de julio de 2018

QUE LOS MUERTOS ENTIERREN A SUS MUERTOS

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"Jesús invitó a un hombre a seguirlo. Él le respondió: "Déjame enterrar a mi padre y después te seguiré". Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú ven y sígueme." (Mateo 8,22) La frase tiene un sentido similar a "quien pone la mano en el arado y mira para atrás no sirve para el Reino de Dios" Lucas 9,62 y al relato de la mujer de Lot en el Génesis, que por quedarse mirando lo que dejó atrás, se convirtió en una estatua de sal. También se relaciona con Mateo 9,14-17: "Vino nuevo en odres nuevos". Su significado es similar a un proverbio Zen: "Llorar mucho a los muertos es ofender a los vivos". El texto se refiere a gente que se queda anclada en glorias militares o familiares pasadas, en amores que ya no volverán, en liderazgos que ya no funcionan, en costumbres que impiden avanzar, en partidos y líderes políticos con fecha de defunción que ya no deberían existir, o incluso esquemas religiosos un tanto obsoletos, piezas de museo que impiden la brisa siempre nueva del Espíritu Santo. Deja que los muertos entierren a sus muertos, "la vida es para adelante nunca para atrás" como dice un escrito atribuido a Coelho. "Nada ni nadie es indispensable". La vida sigue. Al pasado es bueno volver para recordar y agradecer lo hermoso que vivimos, para volver a cantar, escuchar o bailar aquella hermosa canción que siempre nos gustó o volver a ver la película de nuestros sueños y para no repetir lo que nos hizo daño. Pero no para anclarse, estancarse o lamentarse por lo que pudo haber sido y no fue y terminar oliendo a guardado o a difunto. ¡Zape gato¡. Deja que los muertos entierren a sus muertos". P. Chulalo.

Un día cualquiera en la vida de un fraile



"La jornada comienza con el rezo de laudes a las 7,30 de la mañana. A los americanos les parecerá tarde, pero deben pensar que seguimos la misma hora "legal" que el resto de Europa, para tener más horas de luz, aunque la hora "solar" en esos momentos es las 5,30. De hecho, estos días comienza a amanecer mientras cantamos laudes y durante el invierno aún está todo oscuro.

Después de laudes, uno se va a abrir la iglesia y se queda en el confesionario, por si llega algún penitente y otro celebra la misa de 8. Un tercero se va a las carmelitas descalzas, donde celebra la misa a las 8,15. Los demás nos quedamos en la capilla, prolongando la oración silenciosa.


Tras un frugal desayuno, cada uno se dedica a su trabajo.

A las 13 interrumpimos nuestras actividades y nos volvemos a encontrar en la capilla para rezar el oficio de lectura, la hora media y las preces carmelitanas. Después de un examen de conciencia, rezamos el ángelus, comemos y pasamos un rato juntos, compartiendo las noticias del día.

La tarde se dedica normalmente a actividades pastorales o a la lectura y el estudio hasta la hora de vísperas. El que tiene la misa vespertina, la celebra y los demás permanecen en oración hasta la cena. Después de otro rato pasado juntos, cada uno se retira a su habitación.

Así, alternando momentos de oración, de trabajo, de estudio, de apostolado y de descanso, se van sucediendo las jornadas, procurando vivir siempre "en obsequio de Jesucristo" y buscando revestirnos de sus sentimientos". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

https://padreeduardosanzdemiguel.blogspot.com/2013/09/un-dia-cualquiera-en-la-vida-de-un.html?spref=fb

miércoles, 4 de julio de 2018

4 de julio. Beata María Crocifissa Curcio


Maria Crocifissa Curcio nació en Ispica (Italia), en 1877. La lectura de la vida de Santa Teresa de Jesús despertó en ella el deseo de entregarse a Cristo. Con trece años se inscribió en la Tercera Orden Carmelita. Más tarde llevó vida en común con otras compañeras terciarias, consagradas a la educación cristiana de la juventud y al cuidado de niñas huérfanas. A pesar de sus deseos de ser religiosas, varias dificultades se lo fueron impidiendo durante años. Finalmente, al día siguiente de participar en la canonización de Santa Teresita, se empezaron a allanar los caminos que dieron lugar a la congregación de Carmelitas Misioneras de Santa Teresa del Niño Jesús. Educó a sus religiosas en una sólida piedad y en un espíritu misionero y de amor a la Iglesia. Murió el 4 de julio de 1957. Fue beatificada el año 2005.


La vida de las carmelitas descalzas


"Santa Teresa de Jesús  fundó el convento de san José de Ávila en 1562.  En el «palomarcico» de san José (así llamaba ella a sus conventos) estableció una manera de vivir que, en lo esencial, hoy se puede encontrar en cualquier Carmelo.

Al llegar desde el monasterio de la Encarnación a su nueva casa, lo primero que hace es cambiarse el nombre, como signo de que inicia una nueva vida. Ya no se llamará «Dª Teresa de Cepeda y Ahumada», sino «Teresa de Jesús». Sus compañeras también cambian los apellidos civiles por otros religiosos. Entre ellas no es importante la familia de proveniencia, ya que todas se consideran iguales, hijas del mismo Padre celestial y esposas del mismo Señor Jesús. 

En principio, no se admiten criadas ni «legas» (hermanas sin formación que entraban al servicio del monasterio sin tener los mismos derechos que las religiosas «de coro»). 

Tampoco tratamientos que indiquen la pertenencia a un estado superior, ya que se busca la vivencia de una fraternidad intensa y sencilla. «Aquí todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar», escribirá la madre Teresa, que añadirá que vivirán del trabajo de sus manos y que, independientemente del cargo que ocupen, todas se turnarán en los servicios necesarios para el mantenimiento de la casa: cocina, limpieza, cultivo de la huerta, atención a la portería... «La tabla de barrer, que empiece por la priora». 

La autoridad se ejercitará como un servicio abnegado, avalado por la vida antes que por las leyes: «La priora procure ser amada para ser obedecida»

Las candidatas serán muy bien seleccionadas, para que solo entren aquellas verdaderamente vocacionadas y capacitadas para su estilo de vida. Insistía a las monjas en que «nunca dejen de recibir a las que vinieren a querer ser monjas por no tener bienes de fortuna, si los tienen de virtudes». Para ella es más importante un buen entendimiento que un buen apellido o una buena dote. 

Procura que cada una se alimente y reciba según su necesidad, independientemente del cargo y de la edad. Particularmente, habrá que atender a las enfermas con la máxima solicitud: «Si es necesario, que les falte lo necesario a las sanas para dar capricho a las enfermas». 

Amiga de la cultura y de las buenas letras, Teresa quiere que sus monjas se formen. Es enemiga de «devociones a bobas». Quiere que la vida espiritual se construya sobre cimientos sólidos. Para eso llama a los mejores predicadores que encuentra, para que tengan en la iglesia y en el locutorio pláticas para las religiosas. La priora debe tener cuidado de que la biblioteca conventual disponga de buenos libros y el horario debe permitir que las hermanas dispongan todos los días de tiempo para la lectura espiritual y para la formación. 

Pero «las letras» no son un fin en sí mismas, sino un medio para conocer mejor y amar más a Jesucristo. Teresa sabe que puede surgir una soberbia sutil en quienes se creen superiores por tener más estudios o conocimientos. Insiste a sus monjas en que sean sencillas en el trato. No deben ser rebuscadas en el hablar ni entrar en discusiones por cuestiones de palabras o de conceptos. Entre las carmelitas descalzas, la cultura no puede entrar en contradicción con la llaneza y la naturalidad. 

Todas se sentirán miembros de una única familia en la que las virtudes humanas, que favorecen la convivencia, se convierten en el fundamento de la consagración religiosa: la sinceridad, la afabilidad, la educación, el agradecimiento, la laboriosidad, la higiene... 

Introduce en la vida de las monjas la novedad de dedicar una hora por la mañana y otra por la tarde a la convivencia intensa y distendida. Es la «recreación», en la que se comparten las alegrías y las contradicciones de la jornada entre poesías, canciones y bromas, mientras se cose o se realizan otras actividades que no exijan demasiada atención". "... En su época, la autenticidad de la vivencia religiosa se medía por la capacidad de renuncia y sufrimiento. En las vidas de los Santos se leían sus penitencias, sus ayunos y sus sacrificios. Ella había querido imitarlos con fatales consecuencias para su salud. Ahora, desde su experiencia personal, escribe que «en la vida de los Santos, hay cosas para admirar y cosas para imitar». Sus penitencias entran en la categoría de lo admirable, sus virtudes en la de lo imitable. En S. José se insistirá en la práctica de las virtudes, en la identificación con Cristo y con sus sentimientos, en la unión amorosa con él. La austeridad y la ascesis se harán con moderación y suavidad, «apretando más en las virtudes que en el rigor, que este es nuestro estilo». 

Como es natural en personas consagradas, la jornada está marcada por la celebración de los sacramentos y por el rezo de la alabanza divina. Aunque en el convento se viviera con gran pobreza, Teresa gustaba que se gastara lo necesario para la ornamentación de la iglesia (flores, perfumes, ornamentos litúrgicos, imágenes piadosas) y que las celebraciones se hicieran sin prisas y fueran participadas (en una carta da gracias por los misales recibidos y algunos testimonios confirman que tenía uno con el que seguía la misa). Muchas veces pedía a los sacerdotes amigos que explicaran a la comunidad el sentido de algún salmo o de alguna lectura del Oficio Divino. Ella comulgaba cada día (algo verdaderamente excepcional en su época) y quería que sus monjas también lo hicieran o, al menos, que comulgaran con mucha frecuencia. 

Pero en S. José la liturgia se celebrará con gran sobriedad. No quiere que sus monjas tengan que perder mucho tiempo en los ensayos de cantos difíciles ni que las celebraciones se conviertan en conciertos o en entretenimientos para personas desocupadas, por lo que prefiere el canto semitonado y las melodías sencillas a la polifonía. 

Donde Teresa pone el acento, porque es consciente de su originalidad, es en todo lo referente a la oración personal de las religiosas, a su dimensión contemplativa. Serán ermitañas, con habitaciones individuales y amplios tiempos dedicados a la soledad, especialmente una hora de oración silenciosa por la mañana y otra por la tarde. 

Ordinariamente la oración no se entiende como meditación, como esfuerzo de la inteligencia por comprender el misterio, tal como pretenden aquellos que «llevan las cosas con tanta razón y tan medidas por sus entendimientos, que parece que quieren comprender con sus letras toda la grandeza de Dios». Al contrario, la oración es un «trato de amistad», en el que se establece una relación afectuosa con Cristo. Contra lo que puedan decir algunos letrados, «no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho». No prescribe prácticas piadosas (ni aun el rosario, a pesar de que ella lo rezaba cada día), ni métodos ni fórmulas: «Lo que más os mueva a amar, eso haced». A algunas les ayudará comenzar con una lectura espiritual y a otras mirar con atención un cuadro o una imagen. A alguna le ayudará permanecer de rodillas y a otra sentada. Las jaculatorias piadosas serán útiles para unas y la contemplación de la naturaleza para otras. Ella sabe que todas las personas no pueden hacerse composiciones de lugar y concentrarse en la meditación, pero todos estamos capacitados para amar. Por eso insiste en que hablemos a Jesús con la misma naturalidad con que hablaríamos a un padre o a un esposo o a un amigo, contándole nuestras cosas, estando en su compañía, dejándonos mirar por él. Lo importante es que la oración sea auténtica y que no se desentienda de la vida, sino que desemboque en el ejercicio del amor y en el servicio (cf. F 5). 

De su enamoramiento por Cristo y de su relación personal con él brotarán sus ansias evangelizadoras y su amor apasionado a la Iglesia y a todos los hombres, especialmente a los que más sufren (pecadores, enfermos, pobres, etc.). De hecho, insistirá a sus monjas que su ocupación principal debe ser orar por la Iglesia y por sus necesidades, teniendo presentes a todos los hombres ante el trono de Dios, día y noche. Confiesa que las divisiones religiosas del momento fueron el motor que la impulsó a fundar san José: «Venida a saber los daños de estos luteranos y cuánto iba en crecimiento esta desventurada secta, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal [...]. Y ya que tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que estos sean buenos; y así determiné a hacer esto poquito que yo puedo, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo [...]. Todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y predicadores y letrados [...]. Para esto os juntó aquí el Señor; este es vuestro llamamiento, estos han de ser vuestros negocios» (CE 1,2ss). Su profundo amor a la Iglesia la lleva a identificarse con su causa y a dedicar todas sus energías a su servicio, sin perder tiempo en cosas secundarias: «Está ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su Iglesia por el suelo [...]. Hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia» (CE 1,5). 

Su pasión por las almas queda ampliamente recogida en sus escritos y en los testimonios de sus contemporáneos, como en este de Isabel de Sto. Domingo: «Decía muchas veces que, si fuera lícito que las mujeres pudieran ir a enseñar la fe cristiana, fuera ella a enseñarla a tierra de herejes, aunque le costara mil vidas». La presencia de los hermanos de Teresa en América, la tuvo informada de los avances y de los abusos de la conquista. Siempre estuvo preocupada por la suerte de los indígenas, llegando a escribir «que no me cuestan pocas lágrimas estos indios». 

Especiales ansias misioneras se despertaron en ella y en sus compañeras con motivo de la visita al locutorio de S. José de un amigo del obispo Bartolomé de Las Casas, que se dirigía con un memorial a defender la causa de los indios ante el rey y la Corte : «Acertó a venir un misionero franciscano, llamado fray Alonso Maldonado, muy siervo de Dios y con los mismos deseos del bien de las almas que yo (y los podía poner por obra, que yo le tuve mucha envidia). Venía de las Indias y comenzó a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina [...]. Me fui a una ermita con muchas lágrimas; clamaba a Nuestro Señor, suplicándole que diese medio para que yo pudiese hacer algo para ganar algún alma para su servicio [...]. Tenía gran envidia a los que podían ocuparse en esto por amor de Nuestro Señor» (F 1,7). 

Con sus ansias evangelizadoras crece también su sensibilidad hacia los más desfavorecidos y sus deseos de justicia para los pueblos evangelizados. Al año de fundado S. José, escribe una Cuenta de Conciencia para el P. Pedro Ibáñez, en la que le da cuenta de su oración y de su evolución en este campo: «Paréceme que tengo mucha más piedad que solía hacia los pobres, teniendo yo una lástima grande y deseo de remediarlos, que, si mirase mi voluntad, les daría lo que traigo de vestido. Ningún asco tengo de ellos, aunque los trate y llegue a las manos. Y esto veo que es ahora un don de Dios, que aunque por amor de él hacía limosna, piedad natural no la tenía. Bien conocida mejoría siento en esto» (CC 2,5). Más adelante, escribirá una carta a su hermano Lorenzo compartiéndole sus sufrimientos por algunas noticias que recibe sobre las conquistas americanas: «Me lastima ver tantas almas perdidas, y esos indios no me cuestan poco. El Señor los dé luz, que acá y allá hay mucha desventura. Como me hablan muchas personas, no sé muchas veces qué decir, sino que somos peores que bestias» (Cta. 24,20). 

En S. José surge incluso una «estética» teresiana. Santa Teresa proviene de La Encarnación, monasterio construido en las afueras de la ciudad con numerosas dependencias en torno a un claustro monumental, con una Iglesia capaz de albergar a muchos feligreses y con varios edificios alrededor del núcleo central para acoger a los capellanes, la servidumbre, los pajares, los animales de labranza... S. José surgirá como una casa más en medio de un barrio bullicioso, dentro del núcleo urbano. 
La capilla será pequeña y recogida, sin torre, sino con una campanilla colgada del muro, para llamar a la oración. La cocina, las celdas y las demás dependencias conventuales serán austeras y funcionales: paredes encaladas, pisos de baldosas de barro, vigas de madera sin decorar, una cruz desnuda en la pared, un poyo para escribir junto a la ventana, un candil, los útiles de trabajo (rueca, agujas de bordar, etc.) y un cántaro de agua para asearse. 
En la huerta, algunas flores junto al arroyo y unas pequeñas ermitas servirán de esparcimiento a las hermanas. Todo muy sencillo, muy recogido y muy limpio: «Mal me parece que de la hacienda de los pobres se hagan grandes casas. La nuestra sea pobrecita en todo y chica, que a trece pobrecillas, cualquier rincón les basta [...]. Que no haga mucho ruido al caerse el día del juicio» (CE 2,9). En los lugares comunes, colocará algunos cuadros e imágenes religiosas, con la intención de que despierten la devoción por encima del valor artístico o económico. Todo dirigido a la búsqueda de la belleza interior, la única que perdura en el tiempo". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd. 

El carisma del Carmelo descalzo




"Santa Teresa era Carmelita y asumió los valores esenciales de la Orden, enriqueciéndolos con otros que en su momento eran nuevos, provenientes de su particular experiencia de Dios y de las intuiciones que él le inspiró. En el convento de san José se fue forjando una nueva manera de vivir el carisma carmelitano. Las hermanas se reunían periódicamente para hablar con Teresa de sus ideales de vida y de su oración. En cierto momento le pidieron que pusiera por escrito los contenidos de aquellas conversaciones y ella lo hizo, redactando el Camino de perfección. De ahí podemos entresacar seis valores esenciales del Carmelo descalzo o teresiano, que sirven para todos sus miembros (frailes, monjas contemplativas, religiosas de vida activa, miembros de institutos seculares y laicos afiliados a la Orden), aunque cada uno los viva con las peculiaridades propias de su estado y condición:


- La dimensión afectiva de la oración, no entendida como repetición de textos escritos por otros (oración vocal) ni como reflexión intelectual (meditación), sino como trato de amistad con Cristo, con el que se establece una relación personal y al que se dedican los mejores tiempos de la jornada. Más importante que los métodos comunes es el camino personal para crecer en esta intimidad: «En este camino, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; así, aquello que más os incitare a amar, eso haced».

- La vivencia de una sencilla fraternidad en igualdad absoluta entre todos los miembros de la comunidad, sin importar la proveniencia o los oficios desempeñados: «Aquí todas se han de amar, todas se han de ayudar... La que tenga un padre más noble, que lo nombre menos... La tabla de barrer que comience por la priora... No se haga más con la priora y las antiguas que con las demás, sino atiéndanse a cada una según su necesidad». Para cultivar esta fraternidad sencilla y desenfadada mandó a sus frailes y sus monjas que tuvieran encuentros de diálogo y recreación después de las comidas del mediodía y de la noche.

- El cultivo de las virtudes humanas y sociales como verdadero cimiento de la consagración: sinceridad, educación, respeto, gratitud, alegría, laboriosidad, buen humor, afabilidad, higiene: «Le enseñamos nuestro particular estilo de recreación y hermandad... Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía... Las enfermas sean curadas con todo amor y regalo y piedad, que antes falte lo necesario a las sanas que algunos consuelos a las enfermas... Esto más con cuidado y amor que no con rigor… La priora procure ser amada para ser obedecida». Santa Teresa piensa que es inútil hablar de altas espiritualidades si faltan estas virtudes humanas, que son el cimiento de todo lo demás.

- El interés por la formación humana y teológica, el estudio de las «letras», la lectura espiritual y el aprecio de la cultura: «Procuren siempre tratar con quien tenga letras y tengan libertad para tratar de su oración y de su espíritu... Sean amigas de buenos libros, que son tan necesarios para el alma como el alimento para el cuerpo». Solamente las personas bien formadas pueden decidir por sí mismas, sin depender de los demás para todo y sin dejarse manipular.

- La «esencialidad» de vida, no permitiendo que lo accesorio ocupe puestos importantes en los corazones, sabiendo que las cosas son solo medios y nunca fines en sí mismas, viviendo con generosidad el desasimiento, que es otra palabra para nombrar la verdadera libertad: «No consintamos que sea esclava de nadie nuestra libertad, sino del que la compró con su sangre... Todo lo poseo, porque nada necesito… Solo Dios basta».

 - La pasión por la Iglesia y por cada uno de sus miembros, que se manifiesta en el espíritu apostólico (el deseo de que todos puedan conocer a Cristo) y misionero (que el evangelio alcance hasta los confines de la tierra) y el afecto hacia los sacerdotes y teólogos (orando y sacrificándose por ellos). «No me cuestan pocas lágrimas estos indios… Daría mil vidas por salvar un alma… Piensen que para este fin las reunió el Señor y que no son estos tiempos de tratar con Su Majestad negocios de poca importancia». Intuición llevada a plenitud por Santa Teresita, que define su vocación como ser el amor en el corazón de nuestra Madre, la Iglesia". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.


martes, 3 de julio de 2018

Apóstol santo Tomás
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"El 3 de julio se celebra la fiesta del apóstol Tomás, apodado Dídimo, que significa "mellizo". Cuando Jesús decide emprender su último viaje a Jerusalén, Tomás dice a sus compañeros: "Vamos también nosotros para morir con él" (Jn 11,16); después de la Última Cena, le dice a Jesús: "Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?" (Jn 14,5).

Después de la resurrección de Jesús y de su primera aparición a los discípulos, les dice: "Si no veo las señales dejadas en sus manos por los clavos y meto mi dedo en ellas, si no meto mi mano en la herida abierta en su costado, no creeré" (Jn 20,25); Ocho días después, cuando Jesús le invitó a meter los dedos en sus llagas, exclamó: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20,26-29).

Poco más sabemos de él con certeza. La tradición dice que predicó y fue martirizado en la India. En Malabar (al sur de la India), los llamados "cristianos de santo Tomás", de rito sirio-malabárico, conservan la tradición de que él los evangelizó y veneran el lugar de su martirio y sus reliquias. También afirman que construyó un palacio para el rey local, por lo que se le suele representar con los símbolos de los arquitectos (una escuadra o instrumentos de construcción), además de con los símbolos de su martirio (una lanza u otros instrumentos de tortura)". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

lunes, 2 de julio de 2018

Julio, mes del Carmen





"El mes de julio es el mes carmelitano por excelencia, lleno de fiestas y memorias de santos de la Orden:


- El día 4 se celebra la memoria de la beata María Crocifissa Curcio (fundadora de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa del Niño Jesús).
- El 9 la beata Juana Scopelli (monja carmelita del s. XV).
- El 12 los santos Luis y Celia Martín (padres de santa Teresita).
- El 13 santa Teresa de Jesús de los Andes (carmelita descalza chilena, muerta a los 20 años en el monasterio de los Andes).
- El 16 la Virgen del Carmen, madre y hermosura de la Orden. 
- El 17 las carmelitas mártires de Compiègne (víctimas de la persecución religiosa durante la revolución francesa).
- El 19 (fuera de Europa el 23) Nuestra Señora, madre de la divina gracia (antigua conclusión de la octava en honor de la Virgen del Carmen).
- El 20 el profeta Elías. 
- El 24 las carmelitas descalzas mártires de Guadalajara y la beata María Mercedes Prat, de la Compañía de santa Teresa (víctimas de la persecución religiosa durante la segunda república española).
- El 27 el beato Tito Brandsma (víctima de la persecución anticatólica nazi en Holanda).
- El 28 (los o. carm lo celebran el 24) el beato Juan Soreth (carmelita del s. XV, fundador de las monjas carmelitas y del Carmelo Seglar, ya que otorgó el reconocimiento jurídico a unas y otros, como miembros de derecho de la familia carmelitana). El mismo día se celebra a san Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana a principios del s. XX.

Como podemos ver, este mes ofrece una buena ocasión para reflexionar sobre la identidad del Carmelo y su historia, marcada por la santidad de muchos de sus hijos e hijas..."

"... comienza julio, el mes de la Virgen del Carmen, y a ella le pedimos que interceda ante su Hijo por todos los que formamos esta gran familia carmelitana. El Señor nos conceda vivir con autenticidad y gozo nuestra vocación en la Iglesia. Amén". P. Eduardo Sanz de Miguel.



La familia carmelitana




"En el libro del Apocalipsis se habla de «una muchedumbre inmensa, que nadie puede contar, de toda raza, lengua, pueblo y nación, que se encuentra ante el trono de Dios» (Cfr. Ap 7,9ss). Los Carmelitas somos una pequeña imagen de esta Iglesia del cielo. Efectivamente, somos una Orden religiosa compuesta por hombres y mujeres de todas las razas y extendida por los cuatro continentes.


La gran familia del Carmelo está formada por frailes, monjas contemplativas, religiosas de vida activa, miembros de institutos seculares y grupos con otras formas de consagración, miembros del Carmelo seglar y laicos asociados a la Orden por distintos vínculos (cofradías, ONGs, etc.).

En el siglo XIII, la familia carmelitana se reducía a los frailes (por eso fueron llamados la «Orden primera»). 

En el siglo XV se incorporaron las monjas carmelitas (a las que se denominó «segunda Orden») y los laicos (la «Orden tercera»). Estamos hablando de tres ramas de la misma familia, de tres maneras de vivir el único carisma carmelitano. 

En el siglo XIX se incorporaron los institutos apostólicos afiliados a la Orden, que son tan carmelitas como los demás, pero cada uno vive su pertenencia a la familia de una manera peculiar. 

Entre los laicos, además del Carmelo seglar, también hay otras formas laicales de asociación a la familia carmelitana.

Santa Teresa de Jesús habla en varias ocasiones de “los que al presente nos amamos en Cristo”. Era un grupo inicial de cinco personas, que fue creciendo, compuesto por algunas monjas y frailes carmelitas descalzos, sacerdotes diocesanos y seglares, del que formaba parte también el obispo de Ávila. Se consideraban amigos y querían “hacerse espaldas unos a otros”; es decir, defenderse mutuamente y ayudarse a caminar en la amistad con el Señor.

En nuestros días, los carmelitas de la antigua observancia (o. carm., tradicionalmente llamados “calzados”) son unos 1.800 frailes, unas 800 monjas, 17 congregaciones de religiosas afiliadas y varios grupos laicales, entre los que destaca la Orden Tercera.

En estos momentos, los carmelitas descalzos o “teresianos” (o.c.d.) somos algo más de 4.000 frailes presentes en 500 conventos repartidos en 87 países; unas 13.000 monjas contemplativas repartidas en 900 monasterios, presentes en casi todos los países del mundo. Más de 60 congregaciones religiosas de vida activa afiliadas a la Orden y unos 30.000 miembros del Carmelo seglar, junto con otros grupos de laicos que, de una u otra manera, comparten nuestra espiritualidad.

Estos son los elementos fundamentales del carisma carmelita: 

- Tal como pide nuestra Regla, queremos “vivir en obsequio de Jesucristo”, revestirnos de él, a quien pertenecemos por completo. 

- En nuestra familia, María es la hermana mayor, compañera, madre, protectora y modelo de consagración. (De hecho, nuestro nombre oficial es “Hermanos de la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”). 

- Como el profeta Elías, buscamos momentos de soledad para tener una fuerte experiencia de la cercanía del Dios vivo. 

- Siguiendo a santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, Santa Teresita y los otros grandes personajes de la Orden, cultivamos la espiritualidad (la “vida interior”), la formación permanente y las virtudes humanas y sociales como base de la vida fraterna en comunidad. 

- La pasión por la Iglesia nos lleva a asumir los trabajos pastorales y misioneros en beneficio de los hermanos. 

- Nos esforzamos por vivir en «esencialidad» de vida, no permitiendo que lo accesorio ocupe puestos importantes en los corazones". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.


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viernes, 29 de junio de 2018

San Pedro y san Pablo



"Hoy celebramos, en una única fiesta, a los santos apóstoles Pedro y Pablo, que sufrieron el martirio en Roma, en tiempos del emperador Nerón. La Iglesia tiene otras dos fiestas en las que honra a cada uno de ellos por separado:


- La conversión de san Pablo (25 de enero).
- La cátedra de san Pedro (22 de febrero).

La fiesta de hoy no solo celebra la memoria de estos dos grandes apóstoles, que son considerados "columnas de la Iglesia", sino que celebra el misterio de la Iglesia, su identidad, que es "apostólica", fundada sobre el cimiento de los discípulos de Jesús y sobre la comunión con los obispos, que son sus sucesores.

La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre el testimonio de los apóstoles (palabra griega que significa «mensajeros», «enviados») y es guiada por los sucesores de los apóstoles, que son los obispos, en comunión con el papa, el sucesor de Pedro, a quien Cristo aseguró: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará» (Mt 16,18).

Pedro y Pablo eran muy distintos entre sí e incluso tuvieron duros enfrentamientos entre ellos, pero a los dos les unió su amor incondicional por Cristo, al que sirvieron de corazón hasta la muerte. Sobre el testimonio de los dos se construye la Iglesia, tal como reza la liturgia del día". P. Eduardo Sanz de Miguel.