viernes, 31 de mayo de 2019

La visitación de María

Y dijo María:«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide  vacíos. Auxilia a Israel, su siervo,acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre»”. Lc 1,46-55

"Como conclusión del mes de mayo, hoy celebramos la fiesta de la Visitación de María a santa Isabel. El evangelista san Lucas dice que María se dirigió «aprisa» hacia la casa de su prima. Tenía tantas ganas de servir, de ayudar, que se puso en camino apenas supo por boca del ángel que su anciana pariente estaba embarazada. No pensó en sí misma ni en los peligros del viaje; la movía la caridad. María se presenta ante nuestros ojos como la mujer que sabe servir, que se dirige al encuentro de quien necesita ayuda. 


Por otro lado, el mismo evangelista recoge el saludo de Isabel a María: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Es la primera bienaventuranza del evangelio, que coincide con la última, cuando Jesús dirá a Tomás: «Dichosos los que crean sin haber visto». Es la bienaventuranza de la fe, que se cumple perfectamente en María.

En esta fiesta vemos que María es mujer de fe y de caridad, atenta siempre a la Palabra de Dios y a las necesidades de los hermanos, modelo de oración y de servicio. Santa Teresa de Jesús decía a sus hijas: «Pues tenéis tan buena madre, ¡Imitadla!» No me queda nada que añadir. Pues tenemos tan buena madre, ¡Imitémosla!". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.


https://padreeduardosanzdemiguel.blogspot.com/2012/05/visitacion-de-maria.html

martes, 28 de mayo de 2019

Los orígenes del cristianismo.


"Jesús era judío, miembro del pueblo de Israel, por lo que sus gestos y sus palabras solo se entienden en la tradición de sus mayores, aunque su persona y su mensaje trascienden sus orígenes y son universales.

Las noticias sobre los primeros pasos de la Iglesia las encontramos en los Hechos de los apóstoles, en los que san Lucas describe cómo se difunde la predicación cristiana desde Jerusalén hasta Roma. En su relato son protagonistas san Pedro (en la primera parte, capítulos 1-12) y san Pablo (en la segunda parte, capítulos 13-28).

En torno a la predicación de los apóstoles se fue formando una comunidad a la que los judíos llamaron «secta de los nazarenos» y que externamente era un grupo más, aunque con características propias, dentro de la pluralidad del judaísmo de aquel tiempo, en el que había muchas «sectas» (la palabra no tenía un sentido peyorativo, sino que se refería a «grupos» o «partidos»): fariseos, saduceos, esenios, zelotes, etc. 

La mayor parte de los primeros cristianos era de Palestina, hablaba arameo, su mentalidad era semita, leía el Antiguo Testamento en hebreo y se sentía muy arraigada a las tradiciones judías; pero también había un grupo de fieles que había venido de las comunidades judías en la diáspora (extendidas por el extranjero), hablaba griego, su mentalidad era helenista, leía el Antiguo Testamento en griego y no estaba tan apegado a la Ley mosaica.

La unión entre estos dos grupos de personas no presentó problemas en un principio. En las reuniones, que se celebraban en las casas, se escuchaba la enseñanza de los apóstoles, se celebraba la «fracción del pan» y se compartían los bienes. 

Pronto surgió el primer conflicto. En todas las sinagogas había una caja común, en la que se depositaban las limosnas para dar de comer a los pobres de la comunidad (viudas, huérfanos y enfermos). Los cristianos montaron también un «servicio a la mesa». Los helenistas (los que venían del extranjero) se quejaron de que los judeocristianos (los naturales de Palestina) no atendían bien a sus viudas. 

Para solucionar el problema, los Doce nombraron a siete diáconos (todos con nombres griegos) para que se encargaran del servicio de la mesa y ayudaran en su predicación a los apóstoles (Hch 6,1-6). Esta separación entre los dos grupos se fue agudizando y terminó por crear fuertes tensiones en la convivencia.

Los judíos observantes estaban contentos con los judeocristianos, aunque no tenían a los helenistas por buenos judíos (ya que no consideraban obligatoria la circuncisión ni otras prácticas rituales, porque pensaban que habían quedado superadas por el modo de obrar de Jesucristo). Así que empezaron a expulsarlos de sus sinagogas.

El año 34, Esteban, uno de los siete diáconos, fue apedreado porque predicaba que la Ley de Moisés había sido abrogada por Jesucristo (Hch 6,8ss). Ninguno de los Doce fue molestado en esta ocasión, pero los helenistas abandonaron la ciudad (Hch 8,1). En su huida, no solo anunciaron el evangelio a los judíos, sino también a los paganos. 

La conversión de paganos fue numerosa en Antioquía de Siria (en la actual Turquía), donde empezaron a llamar «cristianos» a los seguidores de Jesús (Hch 11,19ss). Los apóstoles enviaron desde Jerusalén a Bernabé, que apoyó entusiasmado la iniciativa, buscó a Pablo y permanecieron allí un año (Hch 11,26). 

Desde allí comenzaron sus viajes misioneros, que extendieron el cristianismo por todos los territorios del Imperio romano, y allí regresaron después de cada viaje. De hecho, Jerusalén conservó un primado simbólico, pero Antioquía fue el verdadero motor del cristianismo naciente. 

El cristianismo, que había empezado como un discreto movimiento rural, en una provincia periférica del Imperio romano, se hizo urbano y fue extendiéndose en todas las capas de la sociedad.

El problema de las relaciones con el judaísmo, de donde procedía, seguía sin solucionarse de forma clara. Pedro bautizó a un centurión romano (Hch 10,24ss), lo que causó un gran disgusto entre los judeocristianos que opinaban, contra los helenistas, que era esencial pertenecer a Israel y cumplir las leyes mosaicas para salvarse. 

Desde Jerusalén, algunos hermanos intentaban imponer la vieja mentalidad entre los cristianos evangelizados por Pablo (Hch 15,1ss). En el año 49, reunidas en Jerusalén las personas más representativas de la Iglesia, acordaron enviar a los fieles de Antioquía una carta en los siguientes términos: «El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros más cargas de las necesarias. Por lo tanto, solo os mandamos que no comáis carne inmolada a los ídolos, que os abstengáis de la sangre, de carne de animales estrangulados y de la fornicación» (Hch 15,28s). Esto era un avance, pero no zanjó la cuestión. Un incidente posterior obligó a replanteárselo desde la raíz. 

Estando Pedro en Antioquía, se comportaba como los griegos en cuanto a comidas, vestidos y demás costumbres; pero al llegar a la comunidad un grupo de judeocristianos, cambió de actitud, por miedo a ellos. Pablo se le enfrentó duramente (Gál 2,14). A partir de entonces quedó establecido que ninguna norma judía era necesaria para ser cristiano. 

La solución del problema creó la conciencia clara de que el cristianismo no era una secta judía, sino una nueva realidad, con pretensiones de universalidad y con Jesucristo como único punto de referencia y única causa de salvación.

Quedó claro que en el pueblo de Dios no puede haber diferencia por el origen ni por las costumbres culturales, como el idioma, la manera de vestirse o de cocinar, etc. Judíos y gentiles entran a formar parte de la Iglesia por la fe, no por su nacimiento. Tampoco debería haber diferencias por otros motivos: Jesús llamó a hombres y mujeres para que fueran sus discípulos (Mc 15,40s; Lc 8,1-3), y tuvo amistad con ricos y pobres, considerando a todos hermanos, por lo que en el nuevo orden del reino de Dios no cabe la exclusión de nadie por motivos de raza, de sexo o de condición social, tal como hemos visto en un texto ya citado: 

«Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay entre vosotros judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, ya que todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahán herederos según la promesa» (Gál 3,26-29, cf. Rom 1,16; Col 3,11). 

Aquellos que creen en Cristo y se insertan en su Cuerpo mediante el bautismo directamente pasan a formar parte del Pueblo de Dios, en el que están eliminadas las contraposiciones vigentes en las demás sociedades (1Cor 12,12s). Esto debe vivirse ya como anticipo y promesa de que lo que Dios realizará para toda la humanidad en el tiempo futuro, que ya ha comenzado en la Iglesia. 

Esto fue una gran novedad en una sociedad de desiguales, en la que los derechos se recibían de la familia y del lugar de proveniencia. Los cristianos, por el contrario, consideraban a todos hijos del mismo Dios y hermanos entre sí, necesitados por igual de salvación, por lo que se abrían a una nueva manera de comprender la identidad humana y las relaciones sociales: «Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y todos son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada en Cristo» (Rom 3,23-24)". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

Orígenes de la Iglesia (6): San Pedro y san Pablo en Roma.




"Aunque no son los fundadores de la comunidad de Roma, ambos murieron allí en el año 64, durante la persecución de Nerón. Tenemos abundantes testimonios al respecto, incluidas referencias de historiadores de la época, como Tácito. 

San Clemente romano, en su carta a la comunidad de Corinto (escrito a finales del s. I, mientras aún se están redactando algunos textos del Nuevo Testamento) exhorta a imitar los ejemplos de los apóstoles Pedro y Pablo: “Miremos a los buenos apóstoles: a Pedro que, por causa de un rigor injusto, hubo de soportar, no una ni dos, sino muchas penas, y después de dar así su testimonio (martirio), pasó a la gloria que le correspondía... A estos dos varones, que llevaron una vida santa, les fue agregada una muchedumbre de elegidos, que por la insidia padecieron toda clase de tormentos y pruebas y llegaron a ser entre nosotros un ejemplo glorioso”.

Poco después, Ignacio, obispo de Antioquía, escribe a los romanos: “Yo no os mando como Pedro y Pablo”, pero os suplico que me permitáis morir por Cristo. 

El historiador Eusebio de Cesarea informa que hacia el año 200 Gayo afirmaba, en polémica con los montanistas (herejes a los que acusaba de ser una Iglesia nueva, con doctrinas inventadas por ellos mismos, a diferencia de la romana, fundada sobre la doctrina de los apóstoles): “Yo os puedo mostrar los trofeos (túmulos funerarios) de los apóstoles Pedro y Pablo, pues si quieres acercarte al Vaticano o a la vía Ostiense, encontrarás allí los trofeos de quienes fundaron esta Comunidad”. 

Las excavaciones realizadas en el subsuelo de la basílica vaticana han permitido encontrar el “trofeo” de que hablaba Gayo y debajo del altar mayor de san Pablo extramuros, su sarcófago. Pueden conocer ambos lugares haciendo un click sobre los títulos de las siguientes entradas:

Pueden profundizar en estos argumentos haciendo un click sobre el título de las siguientes entradas:

Martirio de Pedro. Basílica Vaticana. Tuve ocasión de dar público testimonio de mi fe en Jesucristo durante la persecución del emperador Nerón contra los cristianos. Fui crucificado boca abajo en el circo de Nerón, en la colina vaticana. Mis restos mortales fueron sepultados muy cerca, en un lugar que pronto se convirtió en meta de peregrinaciones y sobre el que hoy se levanta una de las basílicas más bellas e importantes de toda la cristiandad.
Martirio de Pablo. Basílica de la Vía Ostiense. El año 67, durante la terrible persecución del emperador Nerón contra los cristianos, me cortaron la cabeza en las afueras de Roma, junto a la “vía ostiense”. Hoy se puede visitar mi sepulcro dentro de una hermosa basílica.








Orígenes de la Iglesia (5): En la Iglesia hay sitio para todos.



"... Estos últimos (los judíos) consideraban a los cristianos como una secta surgida en su seno, pero que había que rechazar.

La difícil convivencia con los judíos hizo comprender a los primeros cristianos que ellos no eran grupo con características propias dentro de Israel, sino el nuevo pueblo de Dios, en el que se han cumplido las promesas antiguas de Dios hechas a los padres por medio de los profetas. 

Cuando la comunidad primitiva se abre a la aceptación de paganos y se forma una Iglesia de judíos y gentiles, se conserva la conciencia de ser el pueblo de Dios, heredero de las promesas hechas a Israel. San Pablo lo explicará así: 

Está claro que para salvarse hay que pertenecer al Pueblo de Dios, ser descendiente de Abrahán, porque las promesas son para él y su descendencia. Pero uno no se convierte en descendiente de Abrahán solo por el nacimiento, ni por la circuncisión o la observancia de la Ley. 

Él no fue justificado por estas cosas, sino por su fe. Por eso, para ser descendiente suyo, heredero con él, hay que creer como él. Los que creen en Cristo, en quien Dios cumple todas las promesas hechas a Abrahán y a sus descendientes, entran a formar parte del pueblo de la alianza, independientemente de cuál sea su pueblo de proveniencia (Rom 4, Gál 3). 

Por eso no debe hacerse distinción entre los cristianos provenientes del judaísmo y los provenientes de los otros pueblos. Los privilegios de Israel alcanzan a todos cuantos creen en Cristo: Abrahán es su padre (Rom 4,12) y ellos son los herederos (Gál 3,29), los hijos de la promesa (Gál 4,28). Por eso, Santiago llega a saludar a los cristianos en su carta como las “doce tribus dispersas entre los pueblos” (Sant 1,1). 

San Pablo sufría al ver que sus hermanos de raza rechazaban a Cristo (Rom 9,1-5), pero insiste en que no todos los que descienden de Israel son por eso automáticamente miembros del pueblo de Dios, ya que “ser de la raza de Abrahán no le hace a uno miembro del pueblo de Dios, sino que son verdaderos descendientes de Abrahán aquellos en quienes se cumple la promesa...” (Rom 9,6-13). 

La promesa se cumple en los que tienen fe en Cristo: “La Ley tiene su cumplimiento en Cristo, por el que Dios concede la salvación a todo el que cree... Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Rom 10,4-13). Ahora el pueblo de Dios está formado por un resto fiel del viejo Israel (Rom 11,5) al que se unen todos los paganos que llegan a la fe (Rom 11,11-20). 

Pero Dios, que es fiel a sus promesas, en su momento también dará la salvación al viejo Israel, reincorporándolo en su pueblo santo, aunque el cómo y el cuándo sea un misterio que solo Dios mismo conoce (Rom 11,25-29). 

De momento queda claro que en el pueblo de Dios no puede haber diferencia por el origen: judíos y gentiles entran a formar parte de él por la fe, no por su nacimiento. En principio tampoco hay diferencia entre los sexos: Jesús llamó a hombres y mujeres para que fueran sus discípulos (Mc 15,40s; Lc 8,1-3), por lo que en el nuevo orden del Reino de Dios, que se hace realidad en el pueblo de Dios que Jesús forma, no cabe la exclusión de nadie por motivos de raza, de sexo o de condición social: 

“Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay entre vosotros judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, ya que todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahán herederos según la promesa” (Gal 3,26-29). 

Aquellos que creen en Cristo y se insertan en su Cuerpo mediante el bautismo directamente pasan a formar parte del Pueblo de Dios, en el que están eliminadas las contraposiciones vigentes en las demás sociedades (1Cor 12,12s). 

Esto debe vivirse ya como anticipo y promesa de que lo que Dios realizará para toda la humanidad en el tiempo futuro, que ya ha comenzado en la Iglesia. Si no somos capaces de vivirlo así, la Sagrada Escritura siempre será una denuncia y un estímulo para que lo sigamos intentando". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

Orígenes de la Iglesia (4): El concilio de Jerusalén.



"Pablo de Tarso se convirtió a la religión que antes perseguía (Hch 9,1ss) y llegó a ser el principal protagonista de su difusión entre los no judíos. En compañía de Bernabé, Juan Marcos y otros colaboradores realizó varios viajes predicando y fundando nuevas comunidades cristianas.

Pablo se esforzó por hacer comprensible el cristianismo al mundo grecorromano. Hombre de principios teóricos renovadores y de normas prácticas acordes con el sistema social vigente, fundó Iglesias en las ciudades más importantes y desde ellas se fueron evangelizando las respectivas regiones. Su objetivo final era Roma, la ciudad más importante e internacional de la época.

El cristianismo, que había empezado como un discreto movimiento rural, en una provincia perdida del Imperio romano se hizo urbano y fue extendiéndose en todas las capas de la sociedad.

El problema de las relaciones con el judaísmo, de donde procedía, seguía sin solucionarse de forma clara. En cierto momento, Pedro bautizó a un centurión romano (Hch 10,24ss), lo que causó un gran disgusto entre los judeocristianos que opinaban, contra los helenistas, que era esencial pertenecer a Israel y cumplir las leyes mosaicas para salvarse. 


Unos y otros aceptaban que Jesús quiere la salvación de todos los hombres, pero los judaizantes pensaban que debían hacerse primero judíos. Los otros pensaban que no era necesario.

Desde Jerusalén, algunos hermanos intentaban imponer la vieja mentalidad entre los cristianos evangelizados por Pablo (Hch 15,1ss).

En el año 49, reunidas en Jerusalén las personas más representativas de la Iglesia, acordaron enviar a los fieles de Antioquía una carta en los siguientes términos: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros más cargas de las necesarias. Por lo tanto, solo os mandamos que no comáis carne inmolada a los ídolos, que os abstengáis de la sangre, de carne de animales estrangulados y de la fornicación” (Hch 15,28s). Esto era un avance, pero no zanjó la cuestión.

Un incidente posterior llevó el tema hasta el final. Estando Pedro en Antioquía, se comportaba como gentil en cuanto a comidas y costumbres, pero al llegar a la comunidad un grupo de judeocristianos, cambió de actitud, por miedo a ellos. Pablo se le enfrentó duramente y le hizo comprender su error (Gál 2,14).

A partir de entonces quedó establecido que ninguna norma judía era necesaria para ser cristiano. La solución del problema creó la conciencia clara de que el cristianismo no era una secta judía, sino una nueva realidad, con pretensiones de universalidad y con Jesucristo como único punto de referencia y única causa de salvación (descartando el origen, la herencia, las tradiciones, las leyes, etc.)". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

Orígenes de la Iglesia (3): primeras persecuciones.



"Los judíos observantes estaban contentos con los judeocristianos (varias veces se repite en los Hechos de los apóstoles), aunque parece que no tenían a los helenistas por buenos judíos (ya que estos no consideraban obligatoria la circuncisión ni otras prácticas rituales, porque pensaban que habían quedado superadas por el modo de obrar de Jesucristo). 

Así que empezaron a expulsar de sus sinagogas a los que confesaban que Jesús era el mesías. Incluso comenzaron las detenciones de las cabezas visibles de la “secta de los nazarenos”. Gracias a la intercesión de Gamaliel, los detenidos fueron puestos en libertad después de ser azotados y prohibirles enseñar en el nombre de Jesús (Hch 5,17ss).

El año 34, Esteban, uno de los siete diáconos, fue apedreado porque predicaba que la Ley de Moisés había sido abrogada por Jesucristo (Hch 6,8ss). Saulo de Tarso fue testigo de esa muerte y se convirtió en uno de los más fanáticos perseguidores de los “nazarenos” helenistas. 

Ninguno de los Doce fue molestado en esta ocasión, pero los helenistas abandonaron la ciudad (Hch 8,1). En su huida extendieron el evangelio, anunciando la Buena Noticia no solo a los judíos, sino también a los paganos. La conversión de paganos fue numerosa en Antioquía de Siria, donde empezaron a llamar “cristianos” a los seguidores de Jesús (Hch 11,19ss). 

El año 43, Herodes Agripa, para congraciarse con los judíos, dio muerte a Santiago, el hermano de Juan, y metió en la cárcel a Pedro, que logró huir (Hch 12,1ss). Así quedó al frente de la comunidad judeocristiana de Jerusalén el otro Santiago, “el pariente del Señor”, que fue lapidado el año 62. 

En los años siguientes, los judíos de religión judía iniciaron una lucha contra los romanos, en la que no quisieron participar los judíos de religión cristiana, por lo que fueron perseguidos por sus hermanos de raza y tuvieron que huir de Jerusalén. 

El año 70 terminaron las guerras judías, con la victoria de Roma, que dispersó a los vencidos. Los cristianos pudieron volver a la ciudad santa y llegaron a construir lugares de encuentro en el Santo Sepulcro y en otros sitios. (Más tarde, el año 135 terminó la segunda guerra judía y Adriano arrasó Jerusalén, fundando encima la Aelia Capitolina).

Pero pronto los romanos también se dedicaron a perseguir a los cristianos en distintos lugares del imperio". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

Orígenes de la Iglesia (2): la difícil unión de los judíos con los griegos.



"... En torno a la predicación de los apóstoles se fue formando una comunidad a la que los judíos llamaron “secta de los nazarenos” y que externamente era un grupo más, aunque con características propias, dentro de la pluralidad del judaísmo de aquel tiempo.

La mayor parte de los primeros cristianos era de Palestina: hablaba arameo, su mentalidad era semita, leía el Antiguo Testamento en hebreo y se sentía muy arraigada a las tradiciones judías: Ley de Moisés, circuncisión, participación en el culto de la sinagoga y del templo, etc. 

Pero había también un grupo de fieles que había venido de las comunidades judías en la diáspora (extendidas por el extranjero). Estos también eran de raza judía, pero hablaban griego, su mentalidad era helenista, leían el Antiguo Testamento en griego y no estaban tan apegados a la Ley mosaica. 

La unión entre estos dos grupos de personas no presentó problemas al principio. En las reuniones, que se celebraban en las casas, se escuchaba la enseñanza de los apóstoles, se celebraba la “fracción del pan” y se compartían los bienes. Pedro ocupaba un lugar preferente, junto a Santiago y a Juan, a los que se llamaba “columnas de la Iglesia”. 

Pronto surgió el primer conflicto. En todas las sinagogas había una caja común, en la que se depositaban las limosnas para dar de comer a los pobres de la comunidad (viudas, huérfanos y enfermos). Los cristianos montaron también un “servicio a la mesa”. Por causas que desconocemos, los helenistas (los que venían del extranjero) se quejan de que los judeocristianos (los naturales de Palestina) no atendían bien a sus viudas. 

Para solucionar el problema, los Doce decidieron nombrar a siete diáconos (todos con nombres griegos) para que se encargaran del servicio de la mesa y ayudaran en su predicación a los apóstoles (Hch 6,1-6). Esta separación entre los dos grupos se fue agudizando y creó fuertes tensiones en la convivencia". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd".

Orígenes de la Iglesia (1): La comunidad de Jerusalén.



"Jesús predicó la llegada del reinado de Dios y la manifestación de su salvación. También reunió en torno a sí un grupo de creyentes, a los que encargó continuar con su obra, prometiéndoles su asistencia personal. 

Parecía que la causa de Jesús terminaría con su muerte en el Calvario. Sus seguidores, defraudados, se dispersaron por miedo a terminar como él. Algunos se quedaron escondidos en Jerusalén y otros volvieron a sus casas y ocupaciones anteriores. 

Pero Jesús resucitado se apareció en primer lugar a las mujeres, que se atrevieron a volver al sepulcro donde lo colocaron, a pesar del peligro que esto suponía. En Galilea se apareció a los discípulos que habían vuelto a su antigua tarea de pescadores, a otros se les apareció cuando iban de camino a sus casas (discípulos de Emaús). 

Unos y otros volvieron a Jerusalén y allí tuvieron sus experiencias principales: El Señor mismo les congregó y unió en comunidad, prometiéndoles el don del Espíritu. 

En primer lugar, se restableció el grupo de los Doce con una nueva elección, para sustituir a Judas Iscariote, que se había suicidado (cf. Hch 1,15-26). Así se renueva el signo profético que hace referencia a la reunión de las doce tribus en los tiempos definitivos y se prosigue la convocatoria escatológica de Israel iniciada por el maestro. 

En segundo lugar el grupo de los apóstoles, renovado y fortalecido apareció en público con una actitud totalmente distinta. La experiencia pascual les transformó de tal manera que no parecían los mismos. En un primer momento, sus contemporáneos pensaban que estaban borrachos. Pero ellos afirmaban que estaban llenos del Espíritu de Jesús. 

A partir de entonces, los creyentes empezaron a pregonar: “Entérese bien toda la casa de Israel de que Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús al que vosotros crucificasteis” (Hch 2,36). A esta predicación san Pablo la llamó “kerigma”, palabra griega que designa el contenido de un bando que se pregona para que todo el mundo se entere. También la llamó “evangelio”, palabra griega que significa buena noticia. Los dos términos fueron bien acogidos y todos los asumieron para nombrar en anuncio cristiano.

La actividad de Jesús empezó en Galilea, pero la vida de la Iglesia empezó en Jerusalén. Los profetas habían anunciado que allí se manifestaría el reino de Dios y allí se pondrían en marcha los acontecimientos finales. Los discípulos estaban convencidos de que con Jesús llegó el reino de Dios a los hombres y que su parusía (su vuelta, lleno de poder y gloria parta realizar el Juicio final) se realizaría pronto. Por eso, su predicación inicial se centró en la conversión del pueblo de Israel (Hch 2,14-40; 3,12-26; 4,8-12; 5,29-32), aunque pronto se abrió también a los otros pueblos. 

Los primeros discípulos se dieron cuenta de que ya no era suficiente proclamar la cercanía del reino de Dios, como hacía Jesús, sino que empezaron a anunciar que ese reino ya ha llegado en la vida, obra, muerte y resurrección de Jesús, que se ha convertido en fuente de salvación para todos. Por eso el bautismo no es solo una invitación a la conversión, como en Juan, sino que, al hacerse “en el nombre de Jesús” (Hch 2,38), se convierte en una elección por él, en una adhesión a su persona (san Pablo lo explicó como un "injertarse en Cristo")" P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

viernes, 24 de mayo de 2019

24 de mayo, María Auxiliadora.

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El primero que llamó a la Virgen María con el título de "Auxiliadora" fue San Juan Crisóstomo, en Constantinopla, en el año 345, el dice: "Tú, María, eres auxilio potentísimo de Dios". Pero, en 1860, la Santísima Virgen se aparece a San Juan Bosco y le dice que quiere ser honrada con el título de "Auxiliadora". "La Virgen quiere que la honremos con el título de Auxiliadora: los tiempos que corren son tan aciagos que tenemos necesidad de que la Virgen nos ayude a conservar y a defender la fe cristiana", dice san Juan Bosco.





domingo, 19 de mayo de 2019

“Tal como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros”.

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"Como era de esperar que los discípulos, al oír esas palabras y considerarse abandonados, fueran presa de la desesperación, Jesús les consuela proveyéndoles, para su defensa y protección, de la virtud que está en la raíz de todo bien, es decir, la caridad. Es como si dijera: «¿Os entristecéis porque yo me voy? Pues si os amáis los unos a los otros, seréis más fuertes». ¿Y por qué no lo dijo precisamente así? Porque les impartió una enseñanza mucho más útil: «Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos». Con estas palabras da a entender que su grupo elegido no hubiera debido disolverse nunca, tras haber recibido de él este signo distintivo. El lo hizo nuevo del mismo modo que lo formuló. De hecho, precisó: «Como yo os he amado» [...]. Y dejando de lado cualquier alusión a los milagros que hubieran de realizar, dice que se les reconocerá por su caridad. ¿Sabéis por qué? Porque la caridad es el mayor signo que distingue a los santos: es la prueba segura e infalible de toda santidad. Es sobre todo con la caridad como todos conseguimos la salvación. Y en esto consiste principalmente ser discípulo suyo. 
Precisamente gracias a la caridad os alabarán todos, al ver que imitáis mi amor. Los paganos, es verdad, no se conmueven tanto frente a los milagros como frente a la vida virtuosa. Y nada educa la virtud como la caridad. En efecto, los paganos llamarán con frecuencia «impostores» a los que obran milagros, pero nunca podrán encontrar nada criticable en una vida íntegra". (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el evangelio de Juan, 57,3s).

sábado, 18 de mayo de 2019

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"Amen, honren, sirvan a María, procuren hacerla conocer, amar y honrar por los demás. No solo no perecerá un hijo que haya honrado a esta Madre, sino que podrá aspirar también a una gran corona en el cielo". 
Santa Teresa de Jesús.


jueves, 16 de mayo de 2019

16 de mayo,San Simón Stock. Carmelita.

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Es el santo a quién la Virgen entregó el Escapulario del Carmen. 
Nació en el condado de Kenk (Inglaterra). Muy poco se sabe de su vida. Primero fue ermitaño y después ingresó en la Orden de los Carmelitas, cuando éstos llegaron a Inglaterra hacia el año 1242. Según otra tradición, fue uno de los cruzados y peregrinos que tomaron el hábito en el mismo Monte Carmelo, atraídos por la vida de oración que llevaban los solitarios que allí moraban. El capítulo general de los carmelitas, celebrado en Aysleford el año 1247, lo eligió prior general de la Orden, que rigió admirablemente. Pidió al papa Inocencio IV que confirmara la regla de la Orden, que la adaptaba a Occidente y la pasaba de ser puramente eremítica a ser orden mendicante consagrada al apostolado. Era muy devoto de la Virgen y acudiendo a Ella, según la tradición, pidiendo favoreciese la Orden, Ella le entregó el santo Escapulario el cual recibió de la de manos de la Virgen María en una aparición el privilegio del Escapulario del Carmen, tan querido por la piedad popular. Fundó conventos y murió en Burdeos (Francia) el 16 de mayo de 1265, donde se encuentra su sepultura en la iglesia catedral, allí comienza su culto que después se extendió a toda la Orden del Carmen.

lunes, 13 de mayo de 2019

Nuestra Señora de Fátima (13 de mayo)


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"El 13 de Mayo de 1917, tres niños llamados Lucía de Jesús, Francisco y Jacinta, cuidaban un pequeño rebaño en Cova da Iría, parroquia de Fátima. A mediodía, después de haber rezado el rosario, vieron una “Señora más brillante que el sol” encima de una encina.

La Señora les dijo que es necesario rezar mucho y los invitó a volver a Cova da Iría los días 13 de los próximos 5 meses a la misma hora. Los niños así lo hicieron y en los días 13 de Junio, Julio, Septiembre y Octubre la Señora se volvió a aparecer. El 13 de agosto el alcalde no dejó a los niños acercarse al lugar, por lo que la Virgen se apareció el 19 de Agosto a unos 500 metros de allí.

En la última aparición del 13 de Octubre, la Virgen les dijo que era la “Señora del Rosario” y que hicieran allí una capilla en su honor. Las 70.000 personas presentes en el lugar observaron un gran signo: el sol giraba sobre sí mismo como si fuese una rueda de fuego, que fuera a precipitarse sobre la tierra. Muchos lo pudieron ver también en otros sitios.

Francisco Marto murió en 1919, a los 10 años. Jacinta Marco murió en 1920, a los 10 años. Lucía de Jesús se hizo carmelita descalza y murió en 2005, pocos días antes de cumplir 98 años. Los tres están sepultados en la basílica de Fátima...". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

domingo, 12 de mayo de 2019

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"Un pastorcico solo está penado,
ajeno de placer y de contento
y en su pastora puesto el pensamiento
y el pecho del amor muy lastimado.

No llora por haberle amor llagado,
que no le pena verse así afligido,
aunque en el corazón está herido
mas llora por pensar que está olvidado;

Que sólo de pensar que está olvidado
de su bella pastora con gran pena
se deja maltratar en tierra ajena,
el pecho del amor muy lastimado.

Y dice el pastorcico: "¡Ay desdichado
de aquel que de mi amor a hecho ausencia
y no quiere gozar la mi presencia
y el pecho por su amor muy lastimado!".

Y a cavo de un gran rato se a encumbrado
sobre un árbol do abrió sus brazos vellos
y muerto se a quedado asido dellos,
el pecho del amor muy lastimado".

San Juan de la Cruz.




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Domingo 4 de Pascua o del Buen Pastor.


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"La segunda lectura de la Misa del cuarto domingo de Pascua dice: “El Cordero será su Pastor” (Ap 7,17). Es una afirmación sorprendente, que nos ayuda a comprender algo del misterio de Jesucristo. 

Él es el Buen Pastor, que comprende los sufrimientos de las ovejas y entrega su vida por ellas, porque primero se ha hecho Él mismo oveja, porque conoce su situación desde dentro, porque ha cargado sobre sus espaldas el sufrimiento de sus compañeras. Por eso, la Carta a los Hebreos dice: “Precisamente porque nuestro Sumo Sacerdote fue sometido al sufrimiento y a la prueba, puede socorrer ahora a los que están bajo la prueba” (Heb 2,18).

En el Antiguo Testamento, encontramos la continua presencia de corderos en los momentos más significativos:

Antes del Éxodo, los israelitas sacrificaron un cordero y marcaron con su sangre las puertas de sus casas; el ángel exterminador pasó sobre Egipto, castigando a los culpables (los egipcios) y librando de la esclavitud a los inocentes (los israelitas). 

En el Sinaí, cuando Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley (los diez mandamientos), este sacrificó un cordero y derramó una parte de la sangre sobre el altar y otra sobre el pueblo. De esta manera, el pueblo y Dios quedaban unidos por la sangre del cordero. Cada año, la Pascua se renovaba con el sacrificio de un cordero por familia, cuya sangre era derramada sobre el altar del templo de Jerusalén. 

Cada año también, al llegar la fiesta del Yom-Kipur o de la Expiación, un representante de cada familia colocaba su mano derecha sobre un cordero, confesando las culpas de su familia. Después de que todos habían hecho el mismo gesto, el cordero era abandonado en el desierto, con la confianza de que los pecados de los israelitas se irían con él. 

En el Nuevo Testamento, san Juan bautista señaló a Jesús como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), haciendo referencia a lo que hemos visto del Antiguo. También el Apocalipsis habla de Jesús como “el Cordero que fue degollado, pero ahora está de pie sobre el trono” (Ap 5,6). Este Cordero inmaculado, que ha dado la vida por nosotros, es ahora “el gran Pastor de las ovejas” (Heb 13,20), “nuestro Pastor y Guardián” (1Pe 2,25), “el Supremo Pastor” (1Pe 5,4), que nos habla al corazón y nos dice: “No temas, mi pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el Reino” (Lc 12,32). 

Tradicionalmente, en este IV domingo de Pascua, o del Buen Pastor, se celebra una jornada de oración por los pastores de la Iglesia y por las vocaciones de especial consagración. Que el Señor nos conceda pastores según su corazón. Amén". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

sábado, 11 de mayo de 2019

  


"Esto es lo que María pide a sus hijos, 
y lo que su Hijo aconsejará a sus amigos: 
el camino de la pobreza, obediencia y castidad”.
Santa Teresa Benedicta de la Cruz.

jueves, 9 de mayo de 2019

El Dios de Juan de la Cruz.



«Comunícase Dios en esta interior unión al alma con tantas veras de amor, que no hay afición de madre que con tanta ternura acaricie a su hijo, ni amor de hermano ni amistad de amigo que se le compare. Porque aún llega a tanto la ternura y verdad de amor con que el inmenso Padre regala y engrandece a esta humilde y amorosa alma –¡oh cosa maravillosa y digna de todo pavor y admiración!–, que se sujeta a ella verdaderamente para la engrandecer, como si Él fuese su siervo y ella fuese su señor; y está tan solícito en la regalar, como si Él fuese su esclavo y ella fuese su Dios. ¡Tan profunda es la humildad y dulzura de Dios!» (Cántico Espiritual 27, 1).






martes, 7 de mayo de 2019


Pascua y Bautismo

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"San Pablo presenta el bautismo de los cristianos como una participación en la muerte y resurrección de Cristo (cf. Rom 6,3-5). También dice que él murió por su Iglesia, para ofrecerle un baño de purificación que la capacite para convertirse en su esposa (cf. Ef 5,25-27).

En el judaísmo estaba prescrito un baño purificador previo al matrimonio. Esta práctica era también común en el helenismo. Los primeros cristianos hicieron abundante uso de esta costumbre para presentar el bautismo como una participación esponsal en la Pascua de Cristo. 

Para ello unieron los textos que hemos citado de san Pablo con otros de san Juan, especialmente cuando dice que del costado de Cristo crucificado «manó sangre y agua» (Jn 19,34) y que «este es el que vino con sangre y con agua, Jesucristo» (1Jn 5,6). 

En el agua que brota del costado de Cristo, los Padres de la Iglesia vieron el baño bautismal, purificación de la esposa para el matrimonio, y en la sangre vieron la participación en la eucaristía, banquete de bodas del Cordero y la Iglesia. 

Es significativo que el libro del Apocalipsis afirme que los redimidos son «los que vienen de la gran tribulación y lavaron sus mantos en la sangre del Cordero» (Ap 7,14). 

De hecho, los Padres unieron de tal manera la pasión de Cristo y la de los cristianos, que a la pasión de Cristo o de un discípulo suyo la llamaron «martyrion», y al relato que recoge el testimonio de un martirio lo llamaron «passio». 

Además, unieron tan fuertemente el bautismo y la pasión de Cristo, que el martirio de los cristianos también era considerado bautismo, como podemos ver en este texto de Orígenes: «Si Dios me concediera ser lavado en mi sangre para recibir el segundo bautismo, habiendo aceptado la muerte por Cristo, me alejaría seguro de este mundo».

Durante las persecuciones, se relacionó el bautismo con la pasión de Cristo porque también se identificó su Pascua con su padecimiento. Esto cambió a partir del edicto de tolerancia religiosa, en que se subrayó la relación con la resurrección, tanto del bautismo como de la Pascua.

El bautismo siempre se hizo derivar de la Pascua de Cristo (tanto cuando era interpretada como «padecimiento» como cuando fue interpretada como «paso» de la muerte a la vida). Desde principios del siglo III se unieron de manera tan íntima que en muchos casos esta llegó a ser la única fecha en que se administraba". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.