domingo, 17 de marzo de 2019

Segundo domingo de cuaresma: La transfiguración de Jesús.


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"En Cuaresma, al domingo de las tentaciones sigue el de la transfiguración. Esto recuerda a los catecúmenos que, si perseveran, podrán contemplar el rostro glorioso de Cristo, tal como pide la oración colecta de la misa. De alguna manera el evangelio de hoy es un anticipo del misterio pascual y la clave de la liturgia cuaresmal.

La oposición del diablo a Jesús anuncia el enfrentamiento final en su pasión. Pero la luz que emana del cuerpo transfigurado de Cristo anticipa la gloria de la resurrección. 

De esta manera, podríamos decir que los dos primeros domingos de Cuaresma (el de las tentaciones y el de la transfiguración) anuncian en inicio y el final de la Cuaresma y de nuestra vida cristiana: las tentaciones y la lucha por ser fieles caracterizan nuestro caminar, pero el triunfo que se manifiesta en la transfiguración anuncia nuestra futura victoria.

La transfiguración tiene lugar después de la confesión de Pedro en Cesarea («Tú eres el Mesías», Mc 8,29) y del primer anuncio de la pasión («Jesús empezó a enseñarles que tenía que padecer mucho», Mc 8,31), antes de iniciar el viaje que le llevará a la muerte (Mc 9,2ss). 

El contexto explica el mesianismo de Jesús, al que no caracteriza el poder, sino el servicio; no la gloria humana, sino la humillación. 

Pedro no lo entiende, porque le parece imposible que el Mesías deba sufrir. Como sus contemporáneos, esperaba un Mesías fuerte y poderoso. Esto explica muchos de los malentendidos que más tarde tendrán lugar (las discusiones sobre qué discípulo será el más importante en el reino, las preguntas sobre cuándo se establecerá, la petición de sentarse a su derecha, etc.)

El evangelio sitúa la transfiguración en una «montaña alta» (Mc 9,2; Mt 17,1), lo que la pone en relación con otros montes bíblicos, como el Sinaí, donde Dios hizo alianza con Moisés, y el Carmelo, donde la renovó con Elías. Ambos están presentes en el Tabor, para dar testimonio de Cristo, el mediador de la definitiva Alianza, que se sellará en el Calvario.

Podemos recordar también el monte del Sermón de la Montaña y aquellos a los que Jesús se retiraba para pasar la noche en oración. Todos los montes están relacionados: el de la tentación, el de su gran predicación, el de la oración, el de la transfiguración, el de la angustia, el de la cruz y, por último, el de la ascensión.

Nuestra vida es, también, una continua ascensión hacia el monte del Señor.

San Jerónimo destaca que solo los que se esforzaron en subir al monte vieron a Jesús transfigurado. Así, los cristianos deben caminar con Cristo para contemplarle: «No se transfigura mientras está abajo: sube y entonces se transfigura […]. Incluso hoy en día está abajo para algunos, y arriba para otros. Los que están abajo tienen también abajo a Jesús […] quien sigue la palabra de Dios y sube al monte, es decir, a lo excelso, para éste Jesús se transfigura».

La nube que desciende simboliza la presencia de Dios. En el desierto, Dios se señalaba por medio de una nube que «descendía» sobre la tienda del encuentro, «cubriéndola» con su sombra (Ex 24,15-18). Esa misma nube es la que «descendió» sobre María y la «cubrió» con su sombra para fecundarla (Lc 1,35) y ahora «desciende» sobre Jesús y le «cubre» (Mc 9,7). Es significativo el uso de los mismos verbos en los tres textos. 

Como ya hizo en el momento de su bautismo y tentaciones, Jesús también ora en la transfiguración. Lo que él desea es someterse a la voluntad del Padre. 

Como sucedió en el bautismo, la respuesta es la misma: El Padre proclama a Cristo su «Hijo amado». En la transfiguración se añade una invitación a escucharle porque es él el Profeta definitivo. 

Es significativo que los mismos discípulos que están presentes en el Tabor (testigos del poder de Jesús) se encontrarán también en Getsemaní (testigos de su debilidad). Así podrán dar testimonio de la gloria del Siervo de Yahvé.

Su miedo es el temor sagrado de quienes descubren la identidad de Jesús, que es al mismo tiempo Mesías y Siervo. 

En la transfiguración, vieron la gloria de Dios en la debilidad de Jesús; la divinidad en su humanidad; su salvación en el camino de la cruz. De esta manera, Pedro, Santiago y Juan se fortalecieron para afrontar más tarde el escándalo de la cruz.

De gran importancia es la presencia de Moisés y Elías. El primero se encuentra en los orígenes del judaísmo y el segundo era esperado al final de los tiempos, para preparar la llegada del Mesías. 

Representan «la Ley y los Profetas» (expresión común en la Sagrada Escritura para referirse a toda la Biblia) y dan un testimonio concorde: que Jesús cumple las esperanzas de Israel, que es el Profeta último que anuncia la Palabra de Dios.

San Lucas señala que Jesús, Moisés y Elías «hablaban de su muerte (en griego «éxodos»), que iba a consumar en Jerusalén» (Lc 9,31).

En su diálogo con el Padre, con la Ley y los profetas, se confirma lo que vimos la semana pasada en el bautismo: Jesús es el siervo de Yahvé, que debe pasar por la cruz para llegar a la gloria. 

Una vez más, Jesús asume la misión para la que ha venido al mundo y acepta la voluntad del Padre. Moisés y Elías (es decir, la Biblia) dan testimonio de que Cristo debía sufrir y morir para entrar en su gloria. Él volvió a repetir sí al Padre, dispuesto a cumplir su voluntad.

Siguiendo a los Santos Padres, la liturgia ve en la transfiguración un anticipo de la resurrección: «Cristo, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el resplandor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección». 

La luz que brilla momentáneamente en el cuerpo de Cristo transfigurado resplandecerá definitivamente el día de su resurrección.

Si la transfiguración de Cristo es anticipo de la resurrección de su cuerpo mortal, también revela nuestro destino final, ya que es anuncio de la futura glorificación de su cuerpo místico y de cada uno de los creyentes.

También nosotros, al final de nuestro caminar, participaremos de la gloria de Cristo. Entonces todo el universo quedará transfigurado y se cumplirá finalmente el designio divino de la salvación. 

La Iglesia quiere subir con Cristo al monte, aunque le cueste trabajo. En el momento oportuno, también ella será transfigurada y se manifestará «resplandeciente de gloria, como una piedra preciosa deslumbrante» (Ap 21,11). 

Pero antes tiene que estar dispuesta a pasar por el crisol de la humillación y de la cruz, como su Esposo. Si a veces Dios nos permite contemplar la gloria de Cristo, es para fortalecer nuestra esperanza y para animarnos en el camino hacia Jerusalén.

El vestido blanco de Jesús evoca también el vestido bautismal, por lo que esta lectura anima a los catecúmenos en su camino hacia la Pascua. 

Sin embargo, este es el único domingo de Cuaresma que no contaba con ninguna celebración especial para quienes se preparaban a recibir el bautismo, ya que antiguamente la primera semana de Cuaresma se celebraban las témporas de primavera. Durante los primeros siglos, el miércoles y el viernes eran días de ayuno y la noche del sábado al domingo se tenía una gran vigilia con ordenaciones". P.Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

jueves, 14 de marzo de 2019

Los números de la Cuaresma.


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Los 40 días 

"... La palabra latina «Quadragesima» hace referencia al número 40. La liturgia recuerda que este periodo de preparación a la Pascua surgió por el deseo de imitar el retiro de Jesús en el desierto, al inicio de su vida pública: «[Jesús], al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal». 

Pero, ¿por qué Jesús se retiró durante ese preciso periodo de tiempo? Debemos recordar que la Biblia hace un uso abundante del simbolismo de los números, que hay que saber interpretar para comprender su mensaje.

En concreto, el número 40 aparece más de cien veces, pero pocas con un significado matemático. 

Recordemos que, en la antigüedad, morían muchos niños y los adultos vivían unos 40 años. Solo una minoría superaba esa edad. 

Por eso, era el símbolo de una generación, de una vida, de un tiempo suficientemente largo para realizar algo importante. 

La vida de Moisés es un ejemplo claro. Murió con 120 años (Dt 34,7), que san Esteban divide en tres etapas de 40: el tiempo que pasó en Egipto, adorando a los dioses falsos, el tiempo que pasó en el desierto, purificándose, y el tiempo que vivió al servicio de Dios y de su pueblo (Hch 7,20-40). Es como si hubiera vivido tres «vidas». 

En otros textos sucede algo similar. Isaac se casó con Rebeca a los 40 años (Gén 25,20) y también su hijo Esaú (Gén 26,34). Es el tiempo que Israel, guiado por Moisés, caminó por el desierto (Dt 29,4), que duró el reinado de David (1Re 2,11) y que Job vivió felizmente, después de sus desgracias (Job 42,16). 

Igual que 40 años significan una vida, 40 días significan un tiempo suficientemente largo para que se realice algo importante. 

Es lo que duró el diluvio (Gén 7,12), el tiempo que Moisés pasó en oración antes de recibir las tablas de la Ley (Ex 24,18), lo que tardaron sus enviados en explorar la Tierra Prometida (Núm 13,25) y lo que Elías anduvo antes de encontrarse con Dios (1Re 19,8). Jonás anunció la destrucción de Nínive a los 40 días (Jon 3,4). 

Jesús fue presentado en el templo a los 40 días de su nacimiento (Lc 2,22), como mandaba la Ley (Lev 12). Como ya hemos dicho, es lo que duró su permanencia en el desierto (Mt 4,2) y, después de la resurrección, se apareció también durante 40 días (Hch 1,3). 

Por otra parte, los que cometen un delito deben recibir un máximo de 40 azotes, ya que superar ese número sería un exceso irracional (Dt 25,3).

Con estas premisas, la Cuaresma supone el tiempo necesario, el tiempo completo, el tiempo oportuno que la Iglesia nos ofrece para nuestra salvación. 

Además de evocar varios acontecimientos bíblicos, algunos Santos Padres de los primeros siglos dieron un significado distinto al 40: 

Es el resultado de multiplicar un número cósmico (el 4, imagen de los cuatro confines de la tierra) por un número moral (el 10, en referencia al Decálogo). 

Así, los Padres encontraron en el ayuno de 40 días una recapitulación de toda la historia de la humanidad, con sus desobediencias y sus esperanzas, que Jesús asume en sí.

Por último, aunque sean pocos, hay que recordar que algunos autores antiguos hacen derivar los 40 días de ayuno de las 40 horas que el cuerpo de Cristo permaneció en el sepulcro.

Las 6 semanas

También fueron interpretadas simbólicamente por los Santos Padres. 

En la Biblia, el 7 es un número perfecto, «divino». Se usa para indicar que algo posee la plenitud, como la creación de Dios (Gén 1) o el libro de los 7 sellos, que contiene los designios de Dios sobre la historia (Ap 5,1). 

Por el contrario, el 6 indica que algo no está completo. Se pueden recordar las tinajas de Caná (Jn 2,6) o el número de la bestia inmunda, «que es número humano, el 666» (Ap 13,18). 

Además, el séptimo día es de descanso, mientras que los seis previos son de trabajo. 

Eusebio de Cesarea (siglo IV) afirma que, igual que Dios trabajó durante seis días y el séptimo descansó, los cristianos deben esforzarse en trabajos espirituales durante seis semanas (la Cuaresma) antes de vivir las siete semanas de Pascua, que son el anticipo de la vida eterna:

«Después de Pascua, celebramos Pentecostés durante siete semanas íntegras, de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejercicio cuaresmal durante seis semanas antes de Pascua. El número seis indica actividad y energía, razón por la cual se dice que Dios creó el mundo en seis días. A las fatigas soportadas durante la Cuaresma sucede justamente la segunda fiesta de siete semanas, que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es símbolo». 

San Juan pone de relieve que, en Caná, el agua que Jesús transformó en vino se encontraba en 6 tinajas de las que los judíos usan para los baños de purificación ritual antes de la boda. 

Al transformar el agua de esas tinajas en vino, indica que aquellos ritos preparaban el banquete de bodas entre Cristo y su Iglesia. 

Las 6 semanas de Cuaresma son como las 6 tinajas de la purificación. Indican el tiempo del noviazgo, el tiempo dedicado a la limpieza, para que todo esté preparado el día de la boda. 

La semana séptima se celebra la Pascua, las bodas del Cordero". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.


miércoles, 13 de marzo de 2019

¿Qué es la conversión?



"Los evangelios nos dicen que las primeras palabras de Jesús al iniciar su ministerio público son una invitación a la conversión: “convertíos y creed en el Evangelio porque está cerca el Reino de Dios”.

El Reino de Dios coincide con la cercanía de Dios, con la manifestación de su amor, con la llegada de su salvación. La conversión es la preparación necesaria para poder acoger ese Reino.

En la Biblia queda claro que convertirse es cambiar nuestra mente y nuestro corazón. Dejar de pensar solo en nosotros mismos, dejar de mirarnos al ombligo y aprender a pensar y mirar de una manera nueva, como Jesús.

La Cuaresma repite continuamente el mensaje de Jesús: “convertíos”. La conversión no es un acontecimiento que se da de una vez para siempre. Es verdad que puede darse una conversión fundamental, un cambio radical de vida en algún momento de nuestra existencia, pero nunca estamos totalmente convertidos porque siempre podemos amar más y mejor, siempre podemos crecer en la imitación de Jesucristo.

Si nuestro modelo fuera una persona cualquiera, podríamos llegar a ser como ella e incluso a superarla, pero nuestro modelo en Jesús mismo, por lo que siempre podremos revestirnos de sus sentimientos de una manera más perfecta, siempre podemos (y debemos) seguir convirtiéndonos, hasta que seamos semejantes a él en todo.

No es fácil actuar siempre como Jesús, pero tampoco es imposible, por lo que tenemos que seguir convirtiéndonos. Ánimo, hermanos, no nos cansemos de intentarlo, que el Señor nos dará su fuerza y su bendición. 

Al mismo tiempo que hacemos lo que está de nuestra parte, no nos cansemos de suplicar: “Conviértenos, Señor, danos un corazón semejante al tuyo, revístenos de tu gracia y de tu amor. Amén...”.


"... Se trata de cambiar la vida tomando a Jesús como modelo, de abandonar al hombre viejo para revestirse del nuevo (cf. Col 3,9-10). El hombre «viejo» o «carnal» se guía por los instintos, como el primer Adán. El hombre «nuevo» o «espiritual» (es decir, convertido) es el que se deja guiar por el Espíritu, a imagen de Cristo.

San Pablo dice que, por el bautismo, se realiza una verdadera recreación: «Habéis sido lavados, santificados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1Cor 6,11), que nos convierte en hijos de Dios: «La señal de que ya sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Gál 4,6). 

En último término, la conversión consiste en que vivamos conforme a lo que ya somos: «Si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu» (Gál 5,16-26, cf. Flp 2,5). 

Convertirse conlleva una opción radical, en la que no bastan los pequeños reajustes. Podemos decir que la conversión es un «descentrarnos», colocando a Dios como origen y destino de nuestro actuar. Como es natural, esa meta no se alcanza con una Cuaresma, ni con muchas. Es un proceso que dura toda la vida".

La palabra griega «metanoia» se tradujo en el latín de la Vulgata por «poenitentia», por lo que los textos bíblicos que invitan a la conversión, se entendieron durante siglos como llamadas a la penitencia. La conversión no la excluye, pero, como hemos visto, es algo más radical...".
P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

Las prácticas cuaresmales

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"Ya hemos dicho que, en ultimo término, la conversión consiste en vivir conforme a las exigencias del bautismo. El Señor mismo nos indica tres medios útiles para conseguirlo: la oración, la limosna y el ayuno, a las que la Iglesia nos invita especialmente durante la Cuaresma. Antes de analizar en qué consisten y cómo vivir hoy cada una de estas tres prácticas, recordemos la actitud que Jesús exige para que sean auténticamente cristianas.


Invitación a la autenticidad (Mt 6,1-18)


Desde el inicio de Cuaresma, a modo de programa, la Iglesia recuerda la enseñanza de Jesús sobre las tres principales obligaciones religiosas judías:

«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos […] Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha […] Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y habla con tu Padre, que está en lo escondido […] Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara» (Mt 6,1ss) . 

En el corazón del Sermón de la Montaña, Jesús pide unas actitudes distintas de las que manifiestan los fariseos. Los «actos» (limosna, oración y ayuno) son los mismos, pero no las motivaciones. 


Los fariseos las hacen buscando el aplauso de los hombres, la satisfacción de la propia vanidad. Por eso son «hipócritas», que literalmente significa «comediantes», los que llevan máscaras para representar distintos personajes en el teatro. 

Los cristianos, por el contrario, solo deben buscar agradar al Padre, para parecerse a Jesús.

Lo primero que dice Jesús, antes de detenerse en cada una de ellas, es: «No hagáis el bien para que os vean los hombres». 

Las tres han de realizarse desde esta clave. Deben ser la expresión exterior de unas actitudes interiores: generosidad, amor de Dios, esencialidad. De poco sirve realizarlas por otros motivos: tradición, moda, convencionalismos sociales. 

Las buenas obras se deben hacer porque estamos convencidos de que son buenas, sin otras intenciones. Si no es así, no tienen valor religioso. 

Las tres están tan íntimamente relacionadas, que cada una se apoya en la otra y ninguna es suficiente por sí misma, como recuerda san Pedro Crisólogo: «Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente. El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse».

La oración

Es el verdadero núcleo de la piedad. Juan Pablo II la presentó como un «arte» que hay que practicar continuamente, para perfeccionarlo y dar respuesta a la más urgente necesidad de nuestro tiempo: la búsqueda de una espiritualidad auténtica. Invitó a convertir todas las instituciones de la Iglesia en verdaderas «escuelas de oración» y a hacer de su enseñanza un objetivo prioritario.

La búsqueda de una experiencia personal del misterio, más allá de la religiosidad sociológica heredada, es la característica que mejor define a un número cada vez mayor de creyentes. Si no quieren naufragar en las revueltas aguas contemporáneas, las comunidades cristianas deben tomar en serio esta llamada a educar a sus miembros en la oración. 

Es significativo que Jesucristo venció las tentaciones y la angustia por medio de la oración, tanto al inicio como al final de su vida pública: después del bautismo en el desierto y antes de su pasión en el Huerto de los Olivos.

En medio de su sufrimiento, Jesús oró diciendo: «Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz», para añadir a continuación: «pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). 

En los momentos de oscuridad, también nosotros podemos lamentarnos ante el Señor, como Job, o luchar con él, como Jacob. Tenemos derecho a desahogar nuestro corazón y a pedirle lo que creemos que es bueno. Pero luego hemos de hacer como Jesús: abandonarnos en las manos del Padre.

Para alcanzarlo, no basta con dedicar algunos tiempos a la oración, sino que esta debe acompañar toda la vida, como pide san Juan Crisóstomo: «Una plegaria que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a unas horas determinadas. Conviene que elevemos la mente a Dios no solo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones». 

Debemos orar en todo momento pero, para que nuestra oración sea auténtica, también necesitamos buscar momentos de silencio cada día para dedicarlos a «tratar de amistad con quien sabemos que nos ama», en palabras de santa Teresa de Ávila. 

La práctica de la oración es necesaria siempre, pero la Cuaresma supone una especial invitación a practicarla.

El ayuno

Siguiendo la tradición judía, en los Hechos de los Apóstoles la oración se acompaña del ayuno (Hch 13,2-3; 14,23; 27,21). Desde el principio, la Iglesia lo privilegió como práctica de penitencia cuaresmal. Las distintas comunidades lo practicaban, pero no lograron un acuerdo sobre los productos concretos a los que se debe renunciar ni sobre la duración. Lo recuerda el historiador Sócrates (s. V): 

«Algunos se abstienen de cualquier tipo de criatura viviente, mientras que otros, de entre todos los seres vivos solamente comen pescado. Otros comen aves y pescado […]. Otros se abstienen de comer fruta cubierta de cáscara dura y huevos. Algunos solo comen pan seco, otros, ni eso. Y algunos, después de ayunar hasta la hora nona, toman alimentos variados».

A finales del s. V, en los días de ayuno se tomaba una única comida, en la que se excluían la carne roja y el vino. Con el tiempo, también se eliminaron las aves, los huevos y los derivados de la leche. 

La hora de esta comida era después de la misa de la tarde. Cuando pasó a celebrarse por la mañana, el almuerzo era después de vísperas. 

Para acortar el ayuno, las vísperas de Cuaresma se fueron adelantando, hasta terminar teniéndose a última hora de la mañana. Esta costumbre se mantuvo hasta la última reforma litúrgica. 

Por la noche se introdujo una colación (cena frugal, de un solo plato). Posteriormente, se añadió un desayuno sencillo. También se podían adquirir «bulas», por medio de un donativo estipulado, para comer carne u otros alimentos. 

Pablo VI reformó la disciplina eclesiástica del ayuno y la penitencia en 1966, con la constitución apostólica «Poenitemini». En 1982, el Derecho canónico recogió sus disposiciones en el canon 1250. 

Hoy la Iglesia prescribe la abstinencia de carnes o de otros alimentos todos los viernes del año, aunque los viernes fuera de Cuaresma puede cambiarse por una obra de piedad o de caridad. 

El ayuno solo se mantiene el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo y obliga desde los 18 hasta los 60 años. Consiste en una sola comida completa y otras dos pequeñas tomas de alimento, que basten para desarrollar el trabajo ordinario. 

La abstinencia obliga para toda la vida a partir de los 14 años. 

Tanto el ayuno como la abstinencia pueden ser sustituidos por justa causa (debilidad corporal, la dureza del trabajo que se debe realizar, la incomodidad de un viaje). 

Las Iglesias Ortodoxas, sin embargo, siguen dando gran importancia a los ayunos como medio para dominar las pasiones.

Todos los escritores eclesiásticos insisten en que el principal ayuno debe ser el de los vicios y malas palabras. Sin este, el otro no tendría sentido. 

Dejando asentada la primacía del ayuno espiritual, profundicemos en el material. En nuestros días, muchos hacen régimen y van al gimnasio para adelgazar o mantenerse en forma, pero rechazan la ascesis por motivaciones religiosas. Esto exige una reflexión sobre el sentido de privarnos de alimentos y otras cosas que son agradables y lícitas. 

Para ello, lo mejor es recordar las enseñanzas del mismo Cristo, que varias veces entró en polémica con los fariseos por motivos relacionados con el ayuno. Jesús lo rechaza si no sirve para buscar la voluntad de Dios (cf. Mt 6,18). 

De hecho, cuando Satanás le propuso una manera de ser Mesías distinta de la que Dios quería para él, le respondió con rotundidad que «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). 

Para Jesús, el ayuno consiste en colocar la Palabra de Dios por encima de cualquier otra cosa, en amar el alimento espiritual más que el corporal. 

Por eso, la Iglesia pide «que nos hagas sentir hambre de Cristo, pan vivo y verdadero, y nos enseñes a vivir constantemente de toda palabra que sale de su boca». 

El pecado de Adán consistió en la desobediencia (comer del fruto que Dios le prohibió). Con el ayuno, buscamos purificar nuestras pasiones y someternos a la voluntad de Dios, recordando que el Señor también dijo: «Mi alimento es hacer la voluntad del Padre» (Jn 4,34).

El ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana.

Pero el ayuno no solo abarca los alimentos, sino también otras actividades humanas. Un antiguo himno de la liturgia dice: «Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención». 

Hoy podría ser un verdadero ayuno el moderarse en el uso de la televisión, de Internet, del teléfono móvil, etc. Lo importante es poner a Dios en el primer lugar, por delante de cualquier otra cosa.

Por último, no podemos olvidar la dimensión social del ayuno. Los Santos Padres insistían en que el ayuno ayuda a comprender mejor a los que pasan hambre. 

Por eso, lo ayunado se debería dar a los pobres, como afirma la liturgia: «Con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas […] a repartir nuestros bienes con los necesitados». Al aceptar de manera libre y voluntaria privarnos de algunos bienes para compartirlos con los necesitados, cultivamos la misericordia. 

La limosna

La Biblia la recomienda encarecidamente: «Haz limosna con tus bienes y no te desentiendas de ningún pobre y Dios no se desentenderá de ti. Da limosna según tus posibilidades […] La limosna libra de la muerte y no deja entrar en las tinieblas. […] Si algo te sobra, dalo en limosna y no te entristezcas al darlo» (Tob 4,7-16). 

La limosna hace agradables a Dios nuestras ofrendas y oraciones. Más aún, entre los frutos de la limosna se encuentra también el perdón de los propios pecados: «La caridad cubre multitud de pecados» (1P 4,8).

En primer lugar, la limosna enseña a tener una relación correcta con las otras personas. Cuando el Antiguo Testamento estableció la obligación del diezmo para socorrer a los levitas, a los emigrantes, a los huérfanos y a las viudas (cf. Dt 14,28-29), indicaba a los israelitas la importancia de la limosna y les ofrecía un cauce para realizarla. De alguna manera, el diezmo recordaba que lo que hemos recibido de Dios no es para nosotros solos, por lo que no podemos desinteresarnos de los demás.

En segundo lugar, la limosna ayuda a tener una relación correcta con las cosas, ya que enseña que los bienes de la tierra no son fines en sí mismos, sino medios para asegurar la subsistencia (la propia y la de los demás). La tentación de idolatrar las riquezas es tan fuerte que Jesús tiene que advertir con severidad: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13). Es sorprendente comprobar cómo nuestros corazones pueden terminar siendo esclavos de sus posesiones. Si somos capaces de compartir, aunque nos cueste, entramos en la verdadera libertad de espíritu.

Por último, una característica propia de la limosna cristiana es la discreción, según la enseñanza de Cristo: «Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha […] así tu limosna quedará en secreto» (Mt 6,3-4). Podría parecer que hay que dar publicidad a las buenas obras, para que otros se sientan llamados a realizarlas también, sin embargo, el riesgo de la autocomplacencia es muy peligroso. Por eso, Jesús nos pide discreción cuando realizamos obras de misericordia que realiza". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.



jueves, 7 de marzo de 2019

Francisco denuncia "la fuerza destructiva del pecado" en su mensaje para la Cuaresma.


Mensaje del Papa para la Cuaresma 

"El Papa Francisco ha denunciado “la fuerza destructiva del pecado” en su mensaje de Cuaresma, presentado este mediodía en el Vaticano. En su mensaje, Francisco invita a “vivir un itinerario de preparación” para enfrentarse a los “comportamientos destructivos hacia el prójimo (….) al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca”.
“Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo”, subraya el Papa, quien añade que “cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil”.
Y es que el pecado “lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio”, denuncia Francisco, quien no obstante aboga por “la fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón”.
“El camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual”, constata Bergoglio, que pide a los cristianos que, en Cuaresma, “emprendan con decisión el 'trabajo' que supone la conversión”. Con los signos clásicos: la oración, el ayuno o la limosna.
Ayunar frente a la “tentación de devorarlo todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón”. Orar “para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia”. Y dar limosna “para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece”.
Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades
“No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales”, concluye Francisco". Jesús Bustamante.

             

Significado de la Cuaresma

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"Todas las cosas importantes las preparamos con tiempo: una boda, un examen de fin de carrera, el nacimiento de un hijo... La Pascua es tan importante para los cristianos, que la preparamos durante 40 días. La Cuaresma, que comienza el Miércoles de Ceniza y termina el Jueves Santo por la tarde, es un tiempo de preparación intensa para la fiesta de Pascua. La misma oración de bendición de las cenizas, al inicio de la Cuaresma, ya pone nuestra mirada en la meta de nuestro caminar: «Oh Dios... derrama la gracia de tu bendición sobre estos siervos tuyos que van a recibir la ceniza, para que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo». 

La idea más importante de este tiempo, la que más resuena en las lecturas y oraciones es la «conversión». Estas palabras de san Pablo, que se repiten continuamente en este tiempo, nos dan la clave: «Se lo pedimos por Cristo: Déjense reconciliar con Dios... Ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día de la salvación» (2Cor 5,20ss).  Estamos en unos días propicios para hacer experiencia de la misericordia y del perdón de Dios. No los desaprovechemos. 

La intensificación de la oración y de la lectura de la Palabra de Dios, la austeridad, la limosna, las celebraciones del sacramento de la Penitencia, el pío ejercicio del Vía Crucis, las procesiones y las demás prácticas cuaresmales deberían ayudarnos a poner los ojos en Cristo, nuestro único modelo, a enamorarnos de Él, a revestirnos con sus sentimientos, a «reflexionar en su vida para saber imitarla, comportándome en todo como actuaría Él si tuviera mi edad, mis condiciones y se encontrara en las circunstancias en las que yo me encuentro» (S. Juan de la Cruz)". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.


miércoles, 6 de marzo de 2019

Miércoles de Ceniza, inicio de la cuaresma.

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"El Miércoles de ceniza comienza la Cuaresma, tiempo de gracia y de conversión, de catequesis bautismal, de preparación para la Pascua. En esta entrada repaso y pongo juntas las cosas que ya he comentado otras veces sobre el Miércoles de ceniza: sus orígenes, su historia y su significado.

El rito de las cenizas está muy arraigado en el pueblo cristiano, tal como recuerda la congregación para el culto divino, que lo explica así: «La ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal». 

El gesto de echarse cenizas sobre la cabeza era común entre los israelitas cuando estaban de luto o hacían penitencia. Lo acompañaban vistiéndose de saco (ropas austeras e incómodas), durmiendo en el suelo y ayunando.

En la Iglesia de los primeros siglos hacían estas cosas los que estaban obligados a la «penitencia pública», a causa de haber cometido algún pecado de especial gravedad.

No es por casualidad que la fórmula de imposición de las cenizas se tomara del libro del Génesis, en donde se narra la expulsión del Paraíso, después del pecado: «Eres polvo y al polvo volverás. Y el Señor Dios lo expulsó del jardín del Edén» (Gén 3,19s). 

Durante la eucaristía, los pecadores tenían que permanecer en el atrio del templo, expulsados de la Iglesia (verdadero Paraíso) y privados del Cuerpo de Cristo (fruto del verdadero árbol de la vida). Se sentían como si hubieran vuelto a la situación anterior a su bautismo. 

Cuando eran reconciliados, en la celebración del Jueves santo por la mañana, regresaban al hogar, a la compañía de los santos, anticipo e imagen de la Jerusalén celestial. 

También los catecúmenos debían abandonar el templo después de la liturgia de la Palabra, con la esperanza de poder permanecer dentro cuando recibieran el bautismo. 

Catecúmenos y pecadores públicos se sentían excluidos del Paraíso y de la tierra de promisión, que es la Iglesia. A medida que avanzaba la Cuaresma, crecían sus deseos de que llegara la Pascua, para incorporarse plenamente a la comunidad.

Con estos ritos expresaban que la vida es un camino, no exento de peligros, pero con una meta clara. A diferencia de los que no saben adónde se dirigen, se consideraban peregrinos, deseosos de llegar a su destino, que es la patria verdadera, «el descanso definitivo reservado al pueblo de Dios» (Heb 4,9). 

La Carta a Diogneto, citando a san Pablo, afirma que los cristianos no podemos identificarnos totalmente con el lugar donde nacimos, porque «somos ciudadanos del cielo» (Flp 3,20): «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. Toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo».

El actual himno de laudes (versión española), tomado de las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, cumbre de la poesía española del siglo XV, recuerda que la vida mortal es un camino hacia la eterna: «Este mundo es el camino / para el otro, que es morada / sin pesar; / mas cumple tener buen tino / para andar esta jornada / sin errar». 

La morada definitiva no es camino, sino ciudad permanente. Pero el himno añade que hay que tener cuidado, porque hay peligros en el recorrido que pueden desviarnos. Para no perderse, propone seguir los pasos de Cristo, que ya nos ha precedido y nos espera en la meta. 

La Cuaresma nos recuerda que la vida cristiana es un «camino» que queremos recorrer siguiendo los pasos y la enseñanza de Cristo.

A partir del siglo IX empezó a abandonarse la penitencia pública sacramental. Entonces se generalizó la imposición de las cenizas con un significado nuevo: el de la fragilidad de la vida, por lo que se convirtió en una invitación a estar preparados para cuando llegue la muerte. 

El himno del oficio de lectura (versión española), recoge las estrofas más estremecedoras de la misma poesía que en laudes, que subrayan la brevedad de nuestra existencia. Empieza así: «Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, /cómo se viene la muerte / tan callando». Las cenizas siguen evocando la precariedad de la condición humana.

Desde el siglo XII la ceniza proviene de la quema de los ramos y palmas que se usaron el Domingo de Ramos del año anterior para aclamar a Cristo como rey. 

Los ramos convertidos en ceniza denuncian que hasta nuestros mejores deseos se quedan muchas veces solo en palabras, en propósitos que no se materializan, en polvo y ceniza.

El ministro impone la ceniza mientras dice: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (Gén 3,19), o bien: «Conviértete y cree en el Evangelio» (Mc 1,15). Las dos fórmulas recuerdan la verdad de la existencia humana: somos criaturas limitadas y necesitadas de conversión.

Este rito subraya, al mismo tiempo, la fragilidad del hombre y la confianza que Dios tiene en él, dándole una nueva oportunidad. 

San Clemente afirma que, en todas las épocas, Dios ha concedido una oportunidad de conversión, un tiempo para el arrepentimiento. Sucedió en tiempos de Noé y en tiempos de Jonás, de ello hablaron los profetas y los evangelistas. De tan variados testimonios hemos de aprovecharnos en este tiempo de gracia. Y añade: «Emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador del universo, acogiéndonos a los magníficos dones y beneficios de su paz». 

Así pues, la Cuaresma es un «camino» (o una «carrera», en palabras de san Clemente, que evoca 2Tim 4,7) que comienza con la imposición de la ceniza y termina con la renovación pascual. 

Se parte de la aceptación de nuestra fragilidad moral (expuestos al pecado) y física (sujetos a la enfermedad y a la muerte), para llegar a participar en la victoria de Cristo. 

En palabras de san Pablo, es el paso del hombre carnal al espiritual, de guiarse por los instintos a seguir las mociones del Espíritu Santo. El pecador es desobediente, como el viejo Adán; pero está llamado a vivir en comunión con Dios, como Jesús, nuevo Adán. 

Ese es el proceso de conversión que caracteriza la Cuaresma. Los ritos del Miércoles de Ceniza nos lo recuerdan". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.


https://padreeduardosanzdemiguel.blogspot.com/2016/02/hoy-comienza-la-cuaresma.html