¿Qué es la conversión?
"Los evangelios nos dicen que las primeras palabras de Jesús al iniciar su ministerio público son una invitación a la conversión: “convertíos y creed en el Evangelio porque está cerca el Reino de Dios”.
El Reino de Dios coincide con la cercanía de Dios, con la manifestación de su amor, con la llegada de su salvación. La conversión es la preparación necesaria para poder acoger ese Reino.
En la Biblia queda claro que convertirse es cambiar nuestra mente y nuestro corazón. Dejar de pensar solo en nosotros mismos, dejar de mirarnos al ombligo y aprender a pensar y mirar de una manera nueva, como Jesús.
La Cuaresma repite continuamente el mensaje de Jesús: “convertíos”. La conversión no es un acontecimiento que se da de una vez para siempre. Es verdad que puede darse una conversión fundamental, un cambio radical de vida en algún momento de nuestra existencia, pero nunca estamos totalmente convertidos porque siempre podemos amar más y mejor, siempre podemos crecer en la imitación de Jesucristo.
Si nuestro modelo fuera una persona cualquiera, podríamos llegar a ser como ella e incluso a superarla, pero nuestro modelo en Jesús mismo, por lo que siempre podremos revestirnos de sus sentimientos de una manera más perfecta, siempre podemos (y debemos) seguir convirtiéndonos, hasta que seamos semejantes a él en todo.
No es fácil actuar siempre como Jesús, pero tampoco es imposible, por lo que tenemos que seguir convirtiéndonos. Ánimo, hermanos, no nos cansemos de intentarlo, que el Señor nos dará su fuerza y su bendición.
Al mismo tiempo que hacemos lo que está de nuestra parte, no nos cansemos de suplicar: “Conviértenos, Señor, danos un corazón semejante al tuyo, revístenos de tu gracia y de tu amor. Amén...”.
"... Se trata de cambiar la vida tomando a Jesús como modelo, de abandonar al hombre viejo para revestirse del nuevo (cf. Col 3,9-10). El hombre «viejo» o «carnal» se guía por los instintos, como el primer Adán. El hombre «nuevo» o «espiritual» (es decir, convertido) es el que se deja guiar por el Espíritu, a imagen de Cristo.
San Pablo dice que, por el bautismo, se realiza una verdadera recreación: «Habéis sido lavados, santificados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1Cor 6,11), que nos convierte en hijos de Dios: «La señal de que ya sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Gál 4,6).
En último término, la conversión consiste en que vivamos conforme a lo que ya somos: «Si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu» (Gál 5,16-26, cf. Flp 2,5).
Convertirse conlleva una opción radical, en la que no bastan los pequeños reajustes. Podemos decir que la conversión es un «descentrarnos», colocando a Dios como origen y destino de nuestro actuar. Como es natural, esa meta no se alcanza con una Cuaresma, ni con muchas. Es un proceso que dura toda la vida".
La palabra griega «metanoia» se tradujo en el latín de la Vulgata por «poenitentia», por lo que los textos bíblicos que invitan a la conversión, se entendieron durante siglos como llamadas a la penitencia. La conversión no la excluye, pero, como hemos visto, es algo más radical...".
P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.
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