Se acerca la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, "Corpus Christi".
Historia. El origen de esta fiesta está en el movimiento popular de afirmación de la fe en el Santísimo Sacramento que se extendió en Occidente durante el s. XI, como respuesta a la herejía de Berengario de Tours, que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Fue instituida en 1246 en la ciudad belga de Lieja, por influencia de una visión de la Beata Juliana de Rétine. Urbano IV la extendió a toda la Iglesia latina en 1264, tras el milagro eucarístico de Bolsena, conservado hasta el presente en Orvieto. Los himnos y el oficio del día fueron compuestos por Santo Tomás de Aquino. La procesión adquirió gran importancia a partir del s. XIV, llegando a ser la manifestación religiosa más popular del catolicismo. Hasta el punto de que en muchos sitios esta fiesta sigue siendo llamada, sencillamente, «el día del Señor» o «la fiesta del Señor».
Liturgia y teología. La reforma litúrgica la denominó «solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo». Las oraciones presentan la Eucaristía como memorial de la pasión del Señor, sacramento que une a los fieles con Cristo y entre sí y pregustación del banquete eterno. Benedicto XVI recuerda que, más allá del contexto histórico en el que nació, el Corpus «constituye una importante cita de fe y de alabanza para toda comunidad cristiana […]. Es una fiesta instituida para adorar, alabar y dar públicamente gracias al Señor, que en el Sacramento eucarístico sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su sangre» (Homilía, 07-06-2007). En sus intervenciones, varias veces ha puesto en relación esta fiesta con el misterio pascual, especialmente, con el Jueves Santo, día de la institución de la Eucaristía: «En la fiesta del Corpus Christi la Iglesia revive el misterio del Jueves Santo a la luz de la Resurrección […]. Cruzando el umbral de la muerte, se convierte en Pan vivo, verdadero maná, alimento inagotable a lo largo de los siglos. La carne se convierte en pan de vida» (Homilía, 26-05-2005).
El día del Corpus, los cristianos nos reunimos en torno al altar del Señor para celebrar el memorial de su amor. Esto lo hacemos cada domingo, e incluso cada día. Pero en el Corpus, después de Misa, durante la procesión caminamos con el Señor por las calles de nuestras poblaciones. Le pedimos que se haga presente en los lugares donde vivimos, trabajamos y realizamos nuestras actividades cotidianas. Le confesamos Señor de nuestras vidas. No sólo de algunos momentos en los que nos reunimos en la Iglesia, sino de todas nuestras actividades. Por eso, también nos arrodillamos ante el Señor en adoración, especialmente al recibir la bendición eucarística.
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