«Ángeles ensalzadla. Del Dios sumo
hija, madre y esposa,
y reina vuestra es. ¡Dichoso el día
que nace para el bien de los mortales!
a su belleza y gloria
himnos de amor cantad y de victoria»
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María pobre, humilde, fue llena de gracia desde el mismo momento de su nacimiento, fue la elegida por Dios para darnos a su hijo. Con el texto del evangelio de hoy (Mt 1,20-23) podemos llenarnos da alegría, ha sido el inicio de la salvación, María nació para llenar el mundo de esperanza, porque nos traería la Luz.
María, nacida de Joaquín y Ana, que habían vivido unos veinte años sin tener hijos y, cuando ya habían perdido su esperanza de tener hijos, Dios les llena de Gracia con el nacimiento de dar a Luz a la que será Madre del Mesías.
El silencio de Dios actuando en María una joven que se deja guiar por el Espíritu Santo. ¿Hay mayor y más grande misterio que la Encarnación del Hijo de Dios?
María siempre en un segundo lugar detrás de su Hijo, pero presente en los momentos más importantes de su Vida, sabiendo que nunca nos dejaría solos, nos dejó a su Madre como madre nuestra.
La ternura de Dios, se acerca a nosotros, quiere habitar en nosotros mostrándose en lo pequeño, en lo sencillo, en lo escondido, en el silencio. Habita en nosotros, en medio de nuestro dolor, de nuestros vacíos, de nuestras limitaciones, en la tienda de nuestro corazón roto. Para llenarlo de Vida, y de Luz.
Este es el misterio de la Natividad de María, “He aquí que la Virgen concebirá y dará a Luz un hijo al que pondrán por nombre Emmanuel”. (Mt 1,23). María una pequeña gran mujer, que dio un SI a Dios, que nos dio a la VIDA.
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