"El 17 de diciembre la Iglesia latina comienza la segunda etapa del Adviento, dedicada a preparar más directamente las fiestas navideñas, lo que imprime un carácter especial a las lecturas y oraciones de la liturgia.
A partir de ese día, en las primeras lecturas de la misa se proclaman las promesas mesiánicas de los profetas, que encuentran su cumplimiento en las primeras páginas de los evangelios de san Mateo y san Lucas, que se leen a continuación.
Allí se presentan las escenas inmediatamente anteriores al nacimiento del Señor: anuncios del nacimiento de Juan y de Jesús, visitación de María a Isabel, cánticos de Zacarías y de María, genealogía de Jesús.
Las lecturas patrísticas del Oficio comentan estos evangelios: san León Magno, la genealogía de Cristo (el 17); san Bernardo, la anunciación (el 20); san Ambrosio, la visitación (el 21); san Beda el Venerable, el Magníficat (el 22) y san Agustín, el Benedictus (el 24).
Las oraciones hacen continuas referencias a la cercanía de Navidad y a las actitudes necesarias para celebrarla cristianamente: «Al acercarse las fiestas de la Navidad, te rogamos que tu Verbo, que se hizo carne en el seno de la Virgen María y habitó entre nosotros, nos haga sentir su amor y su misericordia» (oración colecta del 23 de diciembre).
La oración colecta del día 24 por la mañana suplica directamente a Cristo (algo raro en este tipo de oraciones, normalmente dirigidas al Padre) que no retrase su venida, tan largamente deseada: «Apresúrate, Señor Jesús, no tardes ya, para que tu venida dé nuevas fuerzas y ánimo a quienes hemos puesto nuestra confianza en tu misericordia».
La Iglesia, que ve en Cristo la fuente de su alegría y de su paz, expresa así sus sentimientos: «Es justo darte gracias, Padre, por Cristo, a quien los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza» (Prefacio II de Adviento).
Incluso los himnos de la liturgia de las horas se cambian, proponiéndose unos más navideños que los usados durante la primera parte del Adviento.
La preparación del "belén" o "pesebre" en los hogares cristianos, la novena al Niño Jesús, las Posadas y otras prácticas piadosas son también propias de estos días.
A medida que el Adviento avanza y la Iglesia intuye la cercanía de su Esposo, que viene como salvador, crecen las oraciones de los que esperan de él la redención como anticipo de la vida eterna.
Esta pregustación ayuda a comprender que los sufrimientos presentes no son comparables con la gloria futura (cf. Rom 8,18).
De esta manera, la esperanza mueve a los creyentes a trabajar por un mundo más justo, aunque cueste esfuerzo y sufrimientos. De todas formas, la experiencia de nuestra pobreza radical nos hace gemir, suplicando a Cristo que venga a nuestras vidas y a nuestro mundo.
Porque queremos que se establezca la civilización del amor y sabemos que nuestros esfuerzos son insuficientes, el Adviento nos invita a orar con perseverancia.
Esta oración insistente y perseverante, que suplica la venida de Cristo, ha encontrado una feliz formulación en las hermosas antífonas mayores, que acompañan el magníficat en vísperas y que son los elementos más característicos de los últimos días de Adviento". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.
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