domingo, 14 de julio de 2019

13 de julio. Santa Teresa de Jesús, de «los Andes», o.c.d.




Santa Teresa de Jesús de «los Andes» nació el año 1900, en Santiago de Chile. Desde su primera infancia, vivió muy unida a Cristo y a la Virgen María. Estaba siempre dispuesta a servir a los demás y a sacrificarse por todos. Enseñaba el catecismo a los niños, presentándoles la virtud de manera amable y atractiva. Escribió algunas obras espirituales, en las que comparte con palabras sencillas su profunda vida interior y su aprecio por la oración. Se consagró privadamente al Señor con catorce años, pero tuvo que esperar hasta lo diecinueve para hacerse carmelita descalza. Murió antes de cumplir veinte años de edad. Es la primera flor de santidad de la nación chilena y del Carmelo Teresiano de América Latina. Fue canonizada en 1993.

En una carta suya le explica a una amiga en qué consiste ser carmelita:


"Vivimos solo para Jesús. Y así como los ángeles en el cielo cantan incesantemente sus alabanzas, la carmelita los secunda aquí en la tierra, ya sea cerca del sagrario donde está prisionero el Dios Amor, ya en lo íntimo del cielo de su alma, donde la fe le dice que Dios mora. 

Nuestra vocación tiene por objeto el amor, que es lo más grande que posee el corazón del hombre. Ese amor reside dentro de su alma desde el día en que puso Jesús en ella el germen de la vocación. 

Es una hoguera donde el alma se consume y se funde con su Dios. Esa hoguera no deja nada a su paso. Todo lo hace desaparecer, aun las criaturas, para irse a unir al fuego infinito del amor que es Dios. Por eso busca la soledad para que nada le impida la unión con aquel por quien todo lo deja. 

¡Qué cosa más rica es para el alma que ama pasar la vida junto al Sagrario! Él, prisionero por su amor, y ella también. Nada los separa. Ninguna preocupación. Solo deben amarse y perderse la criatura en su Bien infinito. 

Él le abre su Corazón, y allí la hace vivir olvidada de todo lo del mundo, porque le revela sus encantos infinitos, a la vista de los cuales todo lo demás es vanidad. Él la estrecha y la une a sí. 

Y el alma, perdida y enloquecida ante la ternura de todo un Dios, desprecia las criaturas, y solo quiere vivir sola con el Amor. 

¡Ay, hermanita querida!, dichosas nosotras que hemos sido elegidas para ser las esposas predilectas de Jesús, sin las cuales él no puede pasar, pues encuentra en ellas un amor verdadero, ya que la carmelita le hace la más completa donación de todo. 

Ella comprende que al contacto de Jesús se diviniza; por eso se sumerge en él para transformarse en él, y, a medida que se engolfa en Jesús, va descubriendo en él tesoros infinitos de amor y de bondad; va reconociendo poco a poco al Verbo humanado. 

Entonces es cuando comprende más que nunca la obra redentora del Salvador, el valor de esa Sangre divina, y, consumida por el amor, siente sed. Sí, sed de la sangre de su Dios, derramada por las almas pecadoras. Ir en pos de ellas para salvarlas no puede. Está ciega si se aparta del foco de la Luz que es el Verbo. 

Entonces, como ya no forma con Jesús sino una sola persona y una sola voluntad, dice que tiene sed de su sangre y él no puede menos que sentir lo mismo y, echando a raudales su Sangre sobre las almas, las salva.

Un alma unida e identificada con Jesús lo puede todo. Y me parece que solo por la oración se puede alcanzar esto.

¡Qué hermosa es nuestra vocación, querida hermanita! Somos redentoras de almas en unión con nuestro Salvador. Somos las hostias donde Jesús mora. En ellas vive, ora y sufre por el mundo pecador. 

¿Cómo no amarlo hasta el delirio, cómo no despreciarlo todo ante el espectáculo de sus encantos y bellezas infinitas? Él reúne todas las bellezas de las criaturas, tanto las físicas como las intelectuales y las bellezas del corazón elevadas a un grado infinito. ¿Qué se puede buscar que no esté en Jesús?

Ya soy solo de Jesús y él sólo me basta. ¡Qué feliz se siente el alma cuando se ve libre de todo lo del mundo y de las criaturas! Esta felicidad se compra al precio de la sangre del corazón; pues no te niego que el romper los lazos de la familia cuesta mucho. 

Sin embargo, créeme que, si posible fuera volver atrás y tuviera de nuevo que hacer el sacrificio, creo que, aunque tuviera que pasar por el fuego, lo haría, pues nada son los sacrificios efectuados con la dicha de ser carmelita. 

Procura conocer a Jesús. Anda siempre en su presencia. Míralo constantemente, pues nuestra santa Madre dice que es imposible que, en esa mirada, el alma toda no se inflame en amor. Es preciso que te enamores bien...".

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