Santa Teresa de los Andes y la misericordia.
"Juana Fernández Solar nació en Santiago de Chile el 13 de julio de 1900. Desde su adolescencia, se sintió atraída irresistiblemente por Cristo. Joven piadosa, deportista, alegre, trató de ser un ángel de paz en medio de las dificultades familiares. El 7 de mayo de 1919, ingresó en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de “Los Andes” con el nombre de Teresa de Jesús. Murió el 12 de abril del año siguiente, después de hacer su profesión religiosa. Su vida y sus escritos Diario y Cartas y el santuario dedicado a ella en los Andes, son difusores de espiritualidad en Chile y toda Latinoamérica".
"Nuestra hermana Teresa de los Andes vivió muy poco, tan solo 19 años . Y estuvo muy condicionada también por su época, en la que todavía la relación con Dios se caracterizaba, en buena medida, por el temor. Pero en sus breves escritos y cartas se ve una gran evolución: cada vez más la misericordia de Dios va siendo la protagonista de su vida.
Cuando Juanita hace recopilación de su vida en su diario dedicado a una monja de su colegio, todo lo contempla bajo la mirada de un Dios misericordioso que se ha fijado en ella:
[Julio 13, 1915] Hoy cumplo quince años ¡Quince años! La edad en que todos quisieran estar: los niños por ser considerados como más grandes, y los ancianos y los que han pasado esta edad, que tienen veinticinco años, quisieran volver a esta edad por ser la más feliz. Pero yo pienso: quince años, quince años que Dios me ha conservado la vida. Me la dio en 1900. Me prefirió entre millares de seres para crearme a mí. En 1914, el año que pasó estuve enferma a la muerte, y me dio la vida otra vez. ¿Qué [he] hecho yo de mi parte, para este favor tan grande y para que Dios me haya dado la vida dos veces? ¡Quince años! ¿En qué me he ocupado en estos quince años? ¿Qué he hecho yo para agradar a ese Rey omnipotente, a ese Creador misericordioso que me creó? ¿Por qué me prefirió entre tantas criaturas? El porvenir no se me ha revelado; pero Jesús me ha descorrido la cortina y he divisado las hermosas playas del Carmelo.
Juanita teme ofender a Dios, pero es un temor movido por el amor:
¿Con qué te pagaré, Dios mío? Apártate, oh pecado, de mí. Te aborrezco con terrible odio. Quiero ser de Dios. Quiero morir antes que cometerte. Perdón, Dios mío, perdón, bondad y misericordia infinita. Antes prefiero morir que ofenderte, aún con la más ligera falta. Te amo y el pecado me aparta de Ti. Cuando un sacerdote le dice solemnemente que nunca ha cometido pecado mortal, ella se derrite en amor y agradecimiento a su Dios.
Cuando con 17 años habla de su vocación, se siente movida a cantar sus misericordias:
Examiné lo que me llevaba al Carmen y por lo principal es porque allá viviré ya como en el Cielo, pues ya no me separaré de Dios ni un instante. Le alabaré y cantaré sus misericordias constantemente, sin mezclarme para nada con el mundo. Por otra parte, los rigores de la penitencia me atraen, pues siento deseos de martirizar mi cuerpo, despedazarlo con los azotes, no dándole en nada gusto para reparar las veces que le di a él gusto y se lo negué a mi alma. Me gustan las Carmelitas porque son tan sencillas, tan alegres, y Jesús debió ser así. Pero vi también que la vida de la carmelita consiste en sufrir, en amar y rezar. Cuando los consuelos de la oración me sean negados, ¿qué será de mí? Temblé. Mas Jesús me dijo: “¿Crees que te abandonaré?”
El trato con el Jesús del Evangelio le lleva a comprender a dónde le lleva la misericordia, hasta en pequeños detalles, en anécdotas insignificantes:
Quiero dejar escrito un acontecimiento que me sucedió, que aunque pequeño, me sirvió para humillarme. Estábamos en instrucción cuando una abeja u otro bicho más grande se acercó a mí. Sin saber cómo, di un salto y arranqué para afuera de la sala; pero después me dio vergüenza de no haberme sabido vencer, pero en fin ofrecí la humillación a Dios y entré. Entonces la M. Izquierdo me miró tan fija y profundamente que hubiera querido que me tragara la tierra, como recordándome mi poca vigilancia sobre mis inclinaciones. Oh, cuán pequeña y miserable me vi. Estaba sola. Jesús me dejó y yo, sin Jesús, ¿qué soy sino miseria? Después le fui a pedir perdón a la Madre. Confieso que me costó; pero me dirigí a mi Madre, y Ella, como siempre, me ayudó. La M. Izquierdo me dijo “bueno” inmediatamente. Creo que hubiera preferido que me hubiera reprendido. Entonces me acordé de Jesús, de su misericordia cuando miró a Pedro y lo enterneció con su mirada. Doy gracias a Dios de este acontecimiento, pues no lo ofendí, mas sirvió para humillarme.
En contacto con el Carmelo, esta profundización en la Escritura, es todavía mayor. Comprende que sus miedos son fruto del “enemigo” que busca su desesperación:
La esperanza consiste en una plena desconfianza de nosotros mismos, confiando en la gracia de Jesús. Olvidar nuestros pecados cuando el enemigo se sirve de ellos para hacernos desconfiar de la misericordia de Dios-Amor: Tú que me creaste, sálvame. Ya que indigna soy de pronunciar tu dulcísimo nombre, pues ello me serviría de consuelo, me atrevo, anonadada, a implorar tu infinita misericordia. Sí, soy ingrata. Lo reconozco. Soy polvo sublevado. Soy nada criminal. Pero, ¿acaso no eres Tú el Buen Pastor? ¿No eres Tú el que saliste en busca de la samaritana para darle la vida eterna? ¿No eres Tú el que defendiste a la mujer adúltera y el que enjugaste las lágrimas de María la pecadora? Es verdad que ellas supieron corresponder a tus miradas de ternura. Ellas recogieron tus palabras de vida. Y yo ¡cuántas veces no he sido traspasada por tu amor, cuántas veces no he sentido palpitar tu Corazón dentro del mío, escuchando tu melodioso acento!, y sin embargo, aún no te amo.
Según va ahondando en esta misericordia infinita de Dios, tiene necesidad inmediata de proclamarla, de darla a conocer, y así hace con su familia y amistades. Poco antes de entrar en el Carmelo o en el breve tiempo de 11 meses que estuvo de Carmelita, quiere dar a conocer este amor infinito de Dios a todos. Así escribe a su hermana Rebeca:
¡Oh, si pudieras por un momento ver cómo me ama mi Jesús! Parece que no existiera otra criatura en el mundo a quien amar, pues su amor se me manifiesta hasta en los menores detalles. ¡Cómo quisiera que lo amaras! ¡Quién pudiera abrir los ojos de tu alma para que vieras su infinita belleza que arrebata, para que comprendieras su amor infinito que extasía! Todo un Dios mendigando el amor de criaturas miserables, de nadas criminales. Medita, hermanita, todos los días, ya sea en la Pasión, ya en el Smo. Sacramento, o en los inmensos beneficios con que Dios te ha favorecido. Pidámosle juntas que te dé su divino amor, y pueda ser que antes que la muerte nos dé la vida verdadera, podamos abrazarnos y cantar las misericordias divinas, unidas tras estas rejas queridas de mi Carmelo; y después morir e ir al cielo a entonar el cántico de las vírgenes, siguiendo al Cordero. ¡Qué dicha hermanita, cuando ya los velos de la fe hayan caído y contemplemos sin cesar la faz del Dios Amor! ¿Qué importa sufrir y morir a cada instante en la tierra, si amamos? Y efectivamente, su hermana entró Carmelita, y vivió feliz y santamente. Aunque eso fue tras la muerte de Juanita, convertida ya en Teresa de Jesús.
A una amiga, desde el Carmelo, le invita a tratar con confianza desenfadada a Jesús:
Desconfía de ti misma, pero no te quedes en tu nada; sube hasta el Corazón Divino, arrójate en El y su amor misericordioso te fortalecerá. Cuando caigas, dile sencillamente al Corazón de Jesús: “Señor, ¿no te [has] acordado que yo nada puedo por mí misma? Y no me has sostenido. Tú, Señor, tienes la culpa [de] que yo sea miserable, porque no me das tu socorro”. Así se le fuerza y a Él le encanta este trato de confianza y desconfianza.
Todos los años, en la víspera de su fiesta, los carmelitas rezamos el oficio de lecturas en honor a su memoria, y allí leemos este hermoso texto que es como su testamento de la misericordia divina:
Mas dime, ¿hay algo bueno, bello, verdadero que podamos concebir que en Jesús no esté, no ya en un grado superior, sino infinito? Sabiduría, para la cual no hay nada secreto; poder, para el cual nada existe imposible (la esfera en que obra es la nada); verdad, que excluye absolutamente lo que no es (Él dijo: “YO SOY EL QUE SOY”); justicia, que lo hace encarnarse para satisfacer el pecado, el desorden del hombre; providencia, que siempre vela y sostiene; misericordia, que jamás deja de perdonar; bondad, que olvida las ofensas de sus criaturas; amor, que reúne todas las ternuras de una madre, del hermano, del esposo, y que, haciéndolo salir del abismo de su grandeza, lo liga estrechamente a sus criaturas; belleza, que extasía… ¿Qué otra cosa imaginas allí en lo íntimo del alma que no esté realmente en grado infinito en este Hombre-Dios?¿Temes acercarte a Él? Míralo rodeado por los niños. Los acaricia, los estrecha contra su corazón. Míralo en medio de su rebaño fiel, cargando sobre sus hombros a la oveja infiel. Míralo sobre la tumba de Lázaro y oye lo que le dice a Magdalena: “Mucho se le ha perdonado porque ha amado mucho”. ¿Qué descubres en estos rasgos del Evangelio, sino un Corazón bueno, dulce, tierno, compasivo, un Corazón, en fin, de un Dios?". María del Puerto Alonso, ocd.
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