jueves, 4 de octubre de 2018

4 de octubre, san Francisco de Asís.

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"San Francisco nace en Asís, ciudad de la Umbría italiana, en 1181 ó 1182. […] Siendo niño fue enviado a la escuela canonical de San Jorge, en su Asís natal, donde aprendió a leer y escribir. […] En la primavera de 1198, cuando Francisco contaba con 16 años, los ciudadanos de Asís se sacudieron el dominio del poder imperial, derribando el castillo que domina desde lo alto sobre la ciudad, y dos años más tarde la ciudad se declaró municipio «comune» libre. […] En 1202 Asís se enfrentó con la ciudad vecina de Perusa, refugio de la vieja nobleza asisiense. El ejército popular de Asís fue derrotado, y Francisco, que tomó parte con él en la guerra, fue hecho prisionero, teniendo que permanecer en la cárcel aproximadamente un año, hasta que, pagado el rescate, fue liberado. La prisión minó su salud y tuvo que guardar cama durante una larga temporada. Fue para él un tiempo de silencio y reflexión.
Poco a poco, en el silencio contemplativo y a través de diversos gestos, como el intercambio de vestidos con un pobre para pedir limosna a las puertas de San Pedro en Roma, fue descubriendo una realidad que aún no había visto o que no se había atrevido a mirar cara a cara: la del hombre como hermano, que se le daba a gustar sobre todo en la enfermedad, la marginación y la pobreza, que la nueva cultura y sociedad urbana, nacidas del enriquecimiento de los comerciantes y dominadas por el capital, parecían aumentar sin cuento y agudizar la situación de desamparo de quienes las padecían.
Un hecho determinante en este proceso de cambio fue su encuentro con los leprosos. […] Fue esta experiencia la que él eligió en su testamento para definir su conversión, y con ella lo comienza: «El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar de este modo a hacer penitencia: pues, como estaba en pecado, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos; pero el Señor mismo me llevó entre ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y al separarme de ellos, lo que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo. Y, después de un poco de tiempo, salí del mundo». Era el año 1205.
A continuación el santo pasó un período de búsqueda, de algo más de dos años, viviendo corno eremita, primero, y como penitente, después. […]
Un día que oraba en la ermita de San Damián sintió en su espíritu que Cristo, desde la cruz, le llamaba por su nombre y le decía: «Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala». Y creyendo que lo que se le pedía era la restauración de la vieja y ruinosa ermita, puso manos a la obra. Y después de esta ermita vino otra, y luego otra.
En este período de su proceso de búsqueda los biógrafos colocan su renuncia a los bienes paternos. Demandado ante el obispo de Asís por su padre que, desencantado y defraudado por la vida de su hijo —tan poco conforme con sus sueños de rico comerciante—, no podía soportar su vida de mendigo, entre los leprosos, y que dispusiera con esplendidez de los bienes familiares en favor de los pobres y las iglesias abandonadas, Francisco renunció públicamente no sólo a los bienes paternos de que pudiera disponer, sino hasta a sus mismos vestidos, que se quitó y, desnudo, entregó a su padre.

El paso decisivo y clarificación definitiva sobre cuál había de ser su camino tuvo lugar en 1208, cuando, tomando parte en la celebración de la Eucaristía en la iglesita de Santa María de los Ángeles, la «Porciúncula» —una capilla de campaña por él restaurada, perteneciente al monasterio benedictino de la ciudad—, oyó leer el Evangelio del envío de los setenta y dos discípulos a predicar. «Terminada la misa —escribe el biógrafo Celano—, pidió humildemente al sacerdote que le explicase el Evangelio... Al oír Francisco que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón, ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia, al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: "Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo de mi corazón anhelo poner en práctica». Acababa de descubrir lo que el Señor esperaba de él: reparar su Iglesia mediante el retorno a la pureza del Evangelio, viviendo en el seguimiento de la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo», como servidor humilde a quien nadie teme, y anunciando a todos el evangelio de la paz y la fraternidad...".






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