“Tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro
que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este
padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta
ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las
grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de
los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece
les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo
experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así
como le fue sujeto en la tierra -que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le
podía mandar-, así en el cielo hace cuánto le pide.
No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares
servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran
manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año
en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él
la endereza para más bien mío. […] No sé cómo se puede pensar en la Reina de los
ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José
por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración,
tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino” (Vida 6,6-8).
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