miércoles, 31 de octubre de 2018

Teología del culto a los Santos



"La Iglesia, al canonizar a algunos de sus miembrosdespués de un complejo proceso de verificación, proclama públicamente que han sido fieles a la gracia de Dios, practicando heroicamente las virtudes. De esta manera, «reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella y sostiene la esperanza de los fieles, proponiendo a los Santos como modelos e intercesores» (Catecismo 828). Por eso, el papa Benedicto llegó a decir que «no alabamos suficientemente a Dios si no alabamos a sus Santos. La luz sencilla y multiforme de Dios solo se nos manifiesta en su variedad y riqueza en el rostro de los Santos, que son el verdadero espejo de su luz». La liturgia los llama «los mejores hijos de la Iglesia» (Prefacio del día de Todos los Santos). 

Benedicto XVI recordó en distintas ocasiones la perenne actualidad de los Santos, que son «signo de la novedad radical que el Hijo de Dios, con su encarnación, muerte y resurrección, ha injertado en la naturaleza humana, e insignes testigos de la fe. No son representantes del pasado, sino que constituyen el presente y el futuro de la Iglesia y de la sociedad». 

Ante todo, los Santos son modelos de vida para los cristianos porque se han identificado con Cristo, cada uno en su propio estado y condición. Los Santos nos recuerdan que todos estamos llamados a vivir en plenitud la vocación bautismal, especialmente mediante la práctica de las bienaventuranzas. Ellos testimonian que el mensaje de Cristo es siempre actual ya que, en distintas épocas y lugares, han sido capaces de encarnar el evangelio y de hacerlo creíble. Santa Teresita dice que el mundo de las almas es como un jardín, en el que cada flor es hermosa y manifiesta a su manera la belleza del Creador. Esto se puede aplicar especialmente a los Santos, que reflejan la luz de Cristo sobre el mundo, como la luna y las estrellas reflejan la única luz del sol, cada una allí donde se encuentra. 

Los Santos también son válidos intercesores ante Dios. El Vaticano II reafirmó la fe en la comunión de los Santos, indicando que los que ya están definitivamente unidos a Cristo trabajan para que el resto de la Iglesia alcance la meta prometida: «No cesan de interceder por nosotros ante el Padre. Su fraterna solicitud ayuda mucho a nuestra debilidad» (LG 49). Santa Teresita manifestó en diversas ocasiones su conciencia de que pasaría el cielo haciendo el bien en la tierra, de que su misión de salvar almas continuaría después de su muerte. Efectivamente, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace cada vez más cercano a ellos. 

Por último, los Santos alimentan la fe en la vida eterna y estimulan la esperanza de alcanzarla. Al reflexionar en su destino, nuestro corazón se ensancha y se alegra por las maravillas que Dios ha reservado para los que le aman. El testimonio de los Santos, que ya gozan la vida eterna nos hace desear esa plenitud de vida para la que fuimos creados y nos hace exclamar, con santa teresa de Jesús: «Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero». 

Este aspecto tiene especial importancia en nuestros días, en que se tiende a olvidar esta dimensión fundamental de la fe cristiana. Hasta el punto de que Benedicto XVI se preguntaba: «El hombre moderno, ¿espera aún esta vida eterna, o considera que pertenece a una mitología ya superada?». Y respondía a continuación: «Para nosotros, los cristianos, “vida eterna” no indica solo una vida que dura para siempre, sino más bien una nueva calidad de existencia, plenamente inmersa en el amor de Dios, que libra del mal y de la muerte. Meditemos en estas realidades con el corazón orientado hacia nuestro último y definitivo destino, que da sentido a las situaciones diarias. Reavivemos el gozoso sentimiento de la comunión de los Santos y dejémonos atraer por ellos hacia la meta de nuestra existencia: el encuentro cara a cara con Dios»". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

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