miércoles, 24 de abril de 2019

Emaús: La catequesis de Jesús y de la Iglesia.


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"Al morir Jesús, sus discípulos se dispersaron. Algunos regresaron a sus lugares de origen y otros permanecieron escondidos en Jerusalén. Todos se encontraban confundidos, asustados, sin esperanza.

La escena de los discípulos de Emaús ayuda a comprender el proceso por el que pasaron los primeros creyentes: desde la huida a la reunificación, del desánimo al entusiasmo. Proceso que se realiza a partir del encuentro con Jesús resucitado, que se hace presente en la explicación de las Escrituras y en la Fracción del Pan.

El capítulo 24 de Lucas es el último de su evangelio. Sirve para concluir todo el libro y para comprender tanto lo que viene delante (el evangelio, la historia de Jesús) como lo que se narrará después (los Hechos de los apóstoles, la historia de la Iglesia).

Los últimos meses de la vida de Jesús, los más intensos, fueron un gran viaje a Jerusalén, donde debían suceder cosas grandiosas, donde se debía establecer el reinado de Dios. 

Cuando Jesús hablaba de sufrimiento, no se atrevían a preguntar y preferían seguir con sus propias ideas sobre la manifestación del mesías. En Jerusalén ellos no vieron lo que esperaban, sino el fracaso de Jesús y de su proyecto. 

Ahora se vuelven a sus casas con el corazón roto, sin esperanza, por lo que confiesan: «Nosotros esperábamos…» (24,21); pero ya no esperan nada más. Ahora realizan el camino contrario al que hicieron con Jesús y, al alejarse de Jerusalén, se van hacia la oscuridad, entran en la noche.

Jesús sale al encuentro de sus ovejas perdidas y tristes, y se introduce en su conversación. Con paciencia les explica las Escrituras y les recuerda sus propias palabras para que comprendan el sentido de su muerte y de su resurrección (cf. 24,25-27). 

Jesús explica a la Iglesia lo que ella misma debe hacer a partir de entonces. En los Hechos de los apóstoles vemos que los discípulos interpretan lo que sucedió a Jesús a la luz de las Escrituras. 

Felipe, por ejemplo, al encontrarse con el eunuco etíope que leía a Isaías, «comenzando por aquel paso de la Escritura, le explicó todo lo que se refería a Jesús» (Hch 8,26-40). Después de bautizarle, Felipe desapareció, el eunuco no lo vio más y continuó su camino lleno de alegría (cf. Hch 8,39). 

Igual que les había sucedido a los discípulos de Emaús. El paralelismo le sirve a Lucas para explicar que la Iglesia solo tiene que hacer lo que hizo Jesús: interpretar su misterio a la luz de las Escrituras. 

Cuando los discípulos llegan a Emaús aún no reconocen a Jesús, a pesar de que él mismo les ha explicado las Escrituras. De momento, Jesús prosigue su camino y ellos le piden que se quede en su casa.

Confiesan que se encuentran en la oscuridad («es de noche») y Jesús se queda con ellos: «Se sentó a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo entregó» (24,30). 

Vemos aquí las mismas palabras que en la narración de la última Cena (cf. 22,19). Ante el actuar de Jesús se abren sus ojos y le reconocen.

Ahora que los discípulos reconocen a su Señor, que se abren sus ojos, Jesús desaparece de su vista. Es el momento en que Jesús vuelve a su Padre, donde ha de ser descubierto. En esta eucaristía encontramos el culmen del evangelio de Lucas. No estamos en la del Jueves Santo, con Jesús que camina hacia el Calvario, sino en la celebración pascual, con Jesús que ya se encuentra en el seno del Padre.

Cuando los discípulos reconocen a Jesús, vuelven corriendo a Jerusalén; regresan con los apóstoles, con la Comunidad, que ahora confiesa: «Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón» (24,34)". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

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