Historia y celebraciones del Jueves Santo.
"Nos disponemos a entrar en el Triduo Santo de la muerte, sepultura y resurrección del Señor, que comienza con la misa vespertina del Jueves Santo, en la que celebramos sacramentalmente la entrega que Jesús hizo de sí mismo en la Última Cena.
La misa del Jueves Santo por la tarde se celebra en ambiente festivo, con los ministros vestidos de blanco. Durante el canto del Gloria se suelen tocar las campanas, que no vuelven a sonar hasta la Vigilia Pascual.
En la primera lectura se proclaman las disposiciones sobre la cena pascual que Moisés dio a Israel. La lectura de san Pablo recuerda que Jesús instituyó la Eucaristía precisamente en el contexto de una cena pascual y que nos ordenó seguir haciéndolo en memoria suya. El evangelio de san Juan recoge la escena del lavatorio de los pies (que en tiempos de Jesús era un oficio reservado a los esclavos), como manifestación del amor sin límites del Señor.
Después de la homilía, el ministro lava los pies de algunos fieles, en obediencia al mandamiento de Jesús: «Les he dado ejemplo para que ustedes hagan lo mismo».
Como el Viernes Santo no se celebra la Eucaristía, desde tiempos antiguos, la Iglesia reserva el Santísimo para la comunión del día siguiente en un lugar preparado para ello (el «monumento»). Al principio se conservaban en la sacristía el pan y el vino consagrados, pero desde el s. XI los libros rituales romanos excluyen la reserva del vino y especifican que el traslado se haga procesionalmente a un lugar convenientemente preparado.
La liturgia recomienda «una adoración prolongada en la noche del Santísimo Sacramento ante la reserva solemne», obedeciendo a la petición de Jesús en una tarde como esta: «Quédense aquí y velen conmigo» (Mt 26,38).
La celebración termina en silencio, sin bendición, ni despedida, ni canto final, porque queda inconclusa y habrá de continuarse en los días siguientes. Se desnuda el altar de manteles y adornos, permaneciendo iluminado solo el espacio donde se ha reservado al Señor.
Los documentos litúrgicos más antiguos solo describen en este día el rito de reconciliación de los penitentes (los que habían cometido pecados graves después del bautismo), que recibían el perdón después de haber hecho penitencia durante un largo periodo de tiempo.
A finales del s. IV, Egeria testimonia en Jerusalén una misa en elMartyrium (la basílica sobre el Gólgota, el lugar de la muerte de Cristo) hacia las dos de la tarde. Al terminar, todos se dirigían a la capilla que había tras la cruz del atrio de la Anástasis (la basílica del Santo Sepulcro, el lugar de la resurrección), donde se tenía otra misa sin lecturas, pero con comunión de todos los presentes (añadiendo que este era el único día del año que se celebraba la eucaristía en ese altar). Después de una cena ligera, todos se dirigían a la Eleona (la basílica sobre el Monte de los Olivos), donde hacia las siete de la tarde comenzaba una vigilia en recuerdo de la agonía de Jesús, que duraba toda la noche y terminaba con una procesión hasta la Anástasis al alba del viernes.
En el siglo V están testimoniadas tres misas en Roma: la de reconciliación de penitentes, la de consagración del crisma y la que conmemoraba la institución de la eucaristía. Con el tiempo, las tres se fusionaron en una, celebrada por la mañana, en la que adquirió gran importancia la reserva del Santísimo en un monumentum (sepulcro), al que se añadieron flores, velas e incluso soldados romanos (como los que hicieron vela ante el sepulcro de Jesús), llegando a confundirse la reserva del Santísimo con el entierro de Cristo.
En nuestros días, la misa Crismal se puede celebrar cualquier día cercano a la Pascua, por lo que en las diócesis se suele adelantar a los primeros días de la Semana Santa. La misa de la Cena del Señor se puede celebrar a cualquier hora a partir del mediodía y, donde la situación lo recomiende, con permiso del obispo también se puede celebrar por la mañana". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.
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