Historia y celebraciones del Sábado Santo
"El Sábado Santo la Iglesia permanece en oración con María, la madre de Jesús. Si el Viernes es la «hora» de Cristo, a la que se encaminaba toda su existencia, el Sábado es la «hora» de María, en que la fe y la esperanza de la Iglesia se recogen en su corazón de Madre, como recuerda la Congregación para el Culto Divino: «En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está como concentrado todo el cuerpo de la Iglesia. Ella es imagen de la Iglesia Virgen que vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su resurrección». Por eso, recomienda una celebración mariana en la mañana del Sábado Santo, como se hace cada año en la basílica romana de santa María la Mayor.
Durante los primeros siglos, el Sábado Santo, como el Viernes, fue día de ayuno «por la ausencia del Esposo». Los judíos terminaban su cena pascual a media noche. Quizás para diferenciarse de ellos, los primeros cristianos la iniciaban entonces y la prolongaban hasta el amanecer del domingo.
A partir del s. IV, cuando se generalizaron los bautismos en la Vigilia Pascual, se dedicó la mañana para ultimar la preparación de los catecúmenos. La celebración comenzaba con un exorcismo y seguía con el effetá, la última unción prebautismal, la renuncia a Satanás y la confesión de Cristo. En la Iglesia antigua, el catecúmeno se volvía hacia occidente (símbolo del ocaso del sol y, por tanto, del pecado y de la muerte) y pronunciaba un triple “no”: al demonio, a sus pompas y al pecado. Después se volvía hacia oriente (símbolo del nuevo sol que surge, de la luz y de Cristo) y pronunciaba un triple “sí”: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Estos ritos se perdieron al desaparecer el bautismo de adultos. Con el pasar del tiempo, la vigilia nocturna se fue adelantando, hasta terminar celebrándose a primera hora de la mañana, dándose las extrañas paradojas de que los textos seguían hablando de la noche y la Cuaresma terminaba a mediodía del Sábado Santo (llamado Sábado de Gloria), que es cuando se hacían tocar las campanas y se tiraban los aleluyas (estampas con grabados y versos escritos) desde el campanario. Con la reforma iniciada por Pío XII (1951-1955) y culminada después del Vaticano II (1969-1970), el Sábado Santo queda configurado como día de oración y silencio.
La Vigilia Pascual, celebrada después de la caída del sol, corresponde ya al Domingo de Resurrección, e inaugura la gran fiesta de la Pascua. Consta de cuatro partes:
- Comienza con la liturgia del fuego, en la que aclamamos a Cristo como Luz Nueva que ilumina la tierra (recordemos que la vieja creación también comenzó cuando Dios hizo la luz, el día primero). El cirio pascual, bendecido en esta noche santa, presidirá las celebraciones del tiempo pascual, así como los Bautizos y Funerales a lo largo del año. Cada uno de nosotros enciende su pequeña vela en la llama del cirio, directamente o a través de otros que la han recibido ya, como imagen de que queremos dejarnos iluminar por la luz de Cristo y colaborar con Él llevando a los demás su luz.
- Sigue la Liturgia de la Palabra, en la que repasamos las grandes intervenciones de Dios a favor de la humanidad: la creación, el sacrificio de Abrahán, la salida de Egipto, las promesas de los profetas. Después de las lecturas del Antiguo Testamento, se canta el Gloria y se proclama la epístola. Después de 40 días sin cantar el Aleluya, en esta noche resuena con mayor alegría la aclamación al Evangelio.
- En la Liturgia del Agua se bautizan los neófitos, si los hay, y todos renuevan las promesas bautismales, recordando que el Bautismo es participación sacramental en la Muerte y Resurrección de Cristo (si hay religiosos o religiosas, a continuación renuevan sus votos). Esta parte concluye con la oración de los fieles.
- En la Liturgia Eucarística comulgamos el Cuerpo del Señor, sabiendo que el que recibe a Cristo resucitado, resucitará con Él". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.
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