viernes, 19 de abril de 2019

Historia y celebraciones del Viernes Santo.


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"El Viernes Santo es de una gran sobriedad litúrgica. Según una antigua tradición, la Iglesia no celebra la Eucaristía en ese día, aunque es muy recomendable el rezo comunitario del vía crucis y otros ejercicios piadosos.

Los oficios de la tarde comienzan en silencio, sin canto ni saludo inicial, porque son la continuación de la celebración del Jueves y terminan de la misma manera, porque no se concluirán hasta la gran celebración de la Vigilia Pascual. Al principio, los ministros, revestidos de rojo, se postran ante el altar, mientras la gente ora de rodillas. 

La celebración actual tiene cuatro partes: 

- La pasión proclamada (liturgia de la Palabra). Consta de la lectura del canto del Siervo de Isaías, un texto de la carta a los Hebreos, que presenta a Jesucristo como el Sumo Sacerdote de nuestra fe, y el relato de la pasión según S. Juan. 

- La pasión invocada (oraciones solemnes). La oración de los fieles de hoy es verdaderamente universal. En ella se tienen presentes a todos los hombres: La Iglesia Católica, el Papa, los ministros, los fieles, los catecúmenos, los demás cristianos, los judíos y creyentes de otras religiones, los no creyentes, los gobernantes, los que sufren. 

- La pasión venerada (adoración de la Cruz). La Cruz es llevada al altar entre aclamaciones: «Miren el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Vengan a adorarlo». 

- La pasión comulgada (comunión eucarística). Por último, se reviste el altar y se traslada procesionalmente el Santísimo para la comunión. 

La Iglesia no solo celebra su fe con la liturgia. En concreto, el Viernes Santo, la manifiesta con varios ejercicios de piedad, como el vía crucis, las procesiones y el recuerdo de los dolores de la Virgen María. 

Durante los primeros siglos del cristianismo, la Pascua era la única fiesta cristiana, en la que se celebraba la pasión y glorificación de Cristo. Con el pasar del tiempo, se distinguirán ambos aspectos en celebraciones separadas. 

A finales del s. IV, la beata Egeria testimonia en Jerusalén una adoración de la cruz, que duraba toda la mañana, y una liturgia de la Palabra, con numerosas lecturas, que duraba toda la tarde. La adoración se extendió a las iglesias que poseían reliquias de la cruz, para terminar siendo una práctica general. También se dramatizó el rito, presentando la cruz cubierta con un velo que se iba destapando progresivamente entre postraciones y cantos. A lo largo de los siglos se fueron añadiendo otros ritos que se han simplificado en la última reforma litúrgica". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

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