lunes, 20 de agosto de 2018

La fe en san Juan de la Cruz


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"San Juan de la Cruz habla de la fe usando el símbolo de la «noche oscura». Al explicarlo dice que el contenido de la fe (Dios) no es oscuro, pero su exceso de luz excede nuestras capacidades, por eso a nosotros nos parece que estamos en medio de la «noche». 

El Santo explica que así como podemos ver los objetos de nuestro entorno iluminados por la luz del sol, pero no podemos mirar directamente al astro rey porque su brillo nos deslumbra, así podemos comprender las obras de Dios (la creación y la historia de la salvación), pero Dios es más grande que todas sus obras y permanece siempre por encima de nuestras capacidades. Por eso debe ser siempre acogido en la fe.

Este es un tema que san Juan de la Cruz desarrolla en muchas ocasiones, porque «Todo lo que puede entender el entendimiento, y gustar la voluntad, y fabricar la imaginación, es muy disímil y desproporcionado a Dios» (2S 8,5), por lo que no podemos acceder a Él a partir de lo que pensamos o sentimos, sino solo por medio de la fe. 

Todas las criaturas solo pueden ofrecernos un conocimiento «vespertino» de Dios (envuelto en oscuridad, imperfecto). El único que puede ofrecer un conocimiento «matutino» (luminoso, esencial) es Jesucristo (cf. CB 36,6). Como la fe consiste en la acogida de su revelación, todo el camino espiritual se debe hacer en la noche (de la fe).

Pero la fe no solo oscurece nuestro entendimiento natural (lo introduce en la noche), sino que también lo purifica y lo lleva a la plenitud para la que Dios nos lo concedió. 

Para entender esto es bueno recordar que tradicionalmente se habla de tres capacidades del alma: la memoria, el entendimiento y la voluntad. San Juan de la Cruz analiza detenidamente las grandes posibilidades de cada una de ellas, pero también sus limitaciones y encuentra en las tres virtudes teologales la posibilidad de limpiarlas y desarrollarlas: la fe lo hace con el entendimiento, la esperanza con la memoria y la caridad con la voluntad.

El entendimiento (o intelecto) es nuestra capacidad de analizar e interpretar la realidad que nos llega a través de los sentidos, convirtiéndola en conceptos, en imágenes, en palabras. Nos permite comprender las cosas y los acontecimientos y transmitir a otros nuestros pensamientos. 

San Juan de la Cruz valora enormemente nuestra capacidad racional, hasta afirmar que «Un solo pensamiento del hombre vale más que el mundo entero» (D 34, cf. D 115). Por eso recomienda que nos guiemos por la razón y no por los impulsos a la hora de actuar: «Mira que tu ángel custodio no siempre mueve el apetito a obrar, aunque siempre alumbra la razón; por tanto, para obrar la virtud, no esperes al gusto, que te bastan la razón y el entendimiento» (D 36).

Pero también es consciente de sus límites, ya que «la luz del entendimiento solo se extiende de suyo a la ciencia natural, aunque tiene potencia para lo sobrenatural, para cuando nuestro Señor la quisiere poner en acto sobrenatural» (2S 3,1). 

Como el entendimiento solo adquiere sus datos a partir de los sentidos y Dios es mayor que todo lo que podemos ver, oír o gustar, no sirve para comprender a Dios. Por eso no podemos ir a Dios a partir de lo que nos ofrece el entendimiento, sino caminando en fe, que es la respuesta del hombre a Dios que se revela. 

Aunque la fe supera la razón, no es irracional. De hecho, la fe no elimina la razón, sino que la purifica y la lleva a plenitud, ensanchando unas capacidades que no podrían desarrollarse por sí mismas. 

Lo que hace la esperanza con la memoria se debe aplicar a cada una de las virtudes teologales respecto a las otras potencias del alma: «la saca de sus quicios y límites naturales, subiéndola sobre sí» (3S 2,3). 

La fe, purificando el entendimiento, nos permite abrirnos a la presencia de un Dios siempre mayor que todo lo que podemos pensar, liberándonos de nuestros pre-juicios y abriéndonos a su perenne novedad". P. Eduardo Sanz de Miguel, ocd.

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